Por OSHO en “El libro del ego”.
¿Por qué les gusta a las mujeres atraer a los hombres y al mismo tiempo les molestan sus deseos sexuales?
En eso existe una estrategia política. A las mujeres les gusta resultar atractivas porque eso les da poder: cuanto más atractivas son, más poder ejercen sobre los hombres. ¿Y a quién no le gusta el poder? La gente lucha durante toda su vida por el poder.
¿Por qué queréis dinero? Porque os dará poder. ¿Por qué queréis llegar a primer ministro o presidente de un país? Por el poder. ¿Por qué queréis respeto y prestigio? Por el poder. ¿Por qué queréis ser santos? Por el poder.
Las personas van en pos del poder de diferentes maneras. No habéis dejado otras posibilidades de poder a las mujeres; solo una salida: su cuerpo. Esa es la razón por la que quieren resultar cada día más atractivas. Pero ¿no habéis observado que la mujer moderna no se preocupa tanto por resultar atractiva? ¿Por qué? Porque ha iniciado una política de poder diferente.
La mujer moderna se está liberando de la antigua esclavitud. Se enfrenta al hombre en las universidades para obtener un título; compite en el mercado, compite en el mundo de la política. No le hace falta preocuparse demasiado por su aspecto, por si es atractiva o no. El hombre nunca se ha preocupado demasiado por su aspecto. ¿Por qué? Eso se ha dejado en manos de las mujeres. Para las mujeres, es la única forma de obtener cierto poder. Y los hombres siempre han tenido tantos recursos que dar una imagen atractiva parece algo afeminado, mariquita. Esas cosas son para las mujeres.
Pero no siempre ha sido así. Hubo cierta época en la que las mujeres eran tan libres como los hombres, y entonces a los hombres les gustaba resultar tan atractivos como a las mujeres.
Corrían los días en los que hombres y mujeres disfrutaban de absoluta libertad para hacer lo que quisieran. A continuación sobrevino una larga época de oscuridad en la que las mujeres fueron reprimidas. Y se produjo gracias a los sacerdotes y los llamados santos. Vuestros santos siempre han tenido miedo a las mujeres, porque la mujer parece ejercer tanto poder como para destruir la santidad del santo en cuestión de minutos.
Se dice que una madre intenta durante veinticinco años que su hijo entre en razón, y que de repente aparece una mujer y en cuestión de minutos lo convierte en un imbécil. Por eso las madres no perdonan a las nueras. ¡Jamás! La pobre mujer tuvo que dedicar veinticinco años de su vida a darle un poco de inteligencia al hijo, y en cuestión de dos minutos... ¡adiós! ¿Cómo puede perdonar a la nuera?
Las mujeres han sido condenadas por vuestros dichosos santos: tenían miedo de ellas. Había que reprimirlas. Y como las mujeres estaban reprimidas, les arrebataron todas las fuentes de competición en la vida, en el flujo de la vida. Entonces solo les quedó una cosa: sus cuerpos. Me has preguntado: «¿Por qué les gusta a las mujeres atraer a los hombres?». Pues por eso, porque es su único poder. ¿Y a quién no le gusta el poder? A menos que se comprenda que el poder solo conlleva amargura, que el poder es destructivo, violento, a menos que mediante la comprensión desaparezca el deseo de poder... ¿A quién no le gusta el poder?
Y también preguntas por qué si quieren atraer a los hombres les molestan sus deseos sexuales. Pues por la misma razón. La mujer mantiene su poder siempre y cuando se presente ante ti como la zanahoria ante el burro: está al alcance pero no lo está, tan cerca y tan lejos. Solo así puede mantener su poder. Si cae en tus brazos inmediatamente, el poder se desvanece. Y en cuanto te has aprovechado de su sexualidad, en cuanto la has utilizado, se acabó, ya no ejerce poder sobre ti. Por eso te atrae y al mismo tiempo se mantiene distante. Te atrae, te provoca, te seduce, y cuando te aproximas a ella te dice: ¡no!
Es una cuestión de simple lógica. Si la mujer dice sí, la reduces a un mecanismo, para utilizarla. Y a nadie le gusta ser utilizado. Es el otro lado de la misma política de poder. El poder significa la capacidad para utilizar al otro, y cuando alguien te utiliza desaparece tu poder, quedas reducido a la impotencia.
Ninguna mujer quiere que la utilicen, y es lo que lleváis haciendo desde hace siglos. El amor se ha convertido en algo feo. Debería ser esplendoroso, pero no lo es, porque el hombre utiliza a la mujer y a la mujer le molesta y se resiste a ello, naturalmente. No quiere verse reducida a un producto.
Por eso vemos a los maridos moviendo la cola como perritos alrededor de sus esposas y a sus esposas con la actitud de estar por encima de todas estas tonterías, como de «soy mejor que tú». Las mujeres simulan que no les interesa el sexo, eso tan feo. Están tan interesadas como los hombres, pero el problema es que no pueden demostrarlo, porque si lo hacen, los hombres las reducen inmediatamente a la impotencia, empiezan a utilizarlas.
Por eso les interesan otras cosas, como atraer a los hombres y después renegar de ellos. En eso consiste el júbilo del poder. Tirar de ti —como si estuvieras sujeto por cordeles, como una marioneta—, y después decirte que no, reducirte a una impotencia absoluta. Y tú, mientras tanto, agitando la cola como un perrito, mientras la mujer se divierte.
Es una situación muy desagradable, y no debería seguir así. Es feo y desagradable porque se ha reducido el amor a la política de poder. Hay que cambiarlo. Tenemos que crear una nueva humanidad, y un mundo nuevo, en el que el amor no sea en absoluto un asunto de poder. Al menos hemos de apartar el amor de las garras de la política del poder; podemos dejar el dinero, la política, todo, pero hemos de sacar el amor de ahí.
El amor es algo inmensamente valioso; no lo convirtáis en un producto de mercado. Pero eso es lo que ha ocurrido.
La mujer intenta por todos los medios ser guapa, o al menos parecer guapa. Y una vez atrapado en sus encantos, la mujer empieza a escapar del hombre, porque en eso consiste el juego. Si tú empiezas a escapar de ella, ella se acercará a ti, empezará a perseguirte. En el momento en que tú empiezas a perseguirla, ella empieza a escapar. ¡Así es el juego! No es amor, es algo inhumano, pero es lo que ocurre y lo que lleva ocurriendo desde hace siglos. Hay que andarse con cuidado. Toda persona tiene una tremenda dignidad, y nadie puede quedar reducido a un producto, a un objeto. Respetad a los hombres, respetad a las mujeres, porque ambos son divinos.
Y olvidaos de la vieja idea de que es el hombre quien le hace el amor a la mujer: es una estupidez. Parece como si el hombre fuera el ejecutor y la mujer estuviera ahí para que le hicieran algo. Incluso en el lenguaje, a veces se presenta al hombre como quien hace el amor, como el que actúa, mientras que la mujer solo está ahí como receptora pasiva. No es cierto.
Ambos se hacen el amor mutuamente, ambos son ejecutores, ambos participan, y la mujer a su manera. La receptividad es su forma de participar, pero participa tanto como el hombre. Y que no crea el hombre que solo él le hace algo a la mujer; también ella le hace algo al hombre. Ambos hacen algo inmensamente valioso. Se ofrecen el uno al otro, comparten sus energías. Ambos os ofrecéis en el templo del amor, en el templo del dios del amor. Es el dios del amor quien os posee a los dos, en un momento sagrado. Camináis por terreno sagrado. Y después, la conducta de las personas tendrá un carácter completamente distinto.
¿Por qué les gusta a las mujeres atraer a los hombres y al mismo tiempo les molestan sus deseos sexuales?
En eso existe una estrategia política. A las mujeres les gusta resultar atractivas porque eso les da poder: cuanto más atractivas son, más poder ejercen sobre los hombres. ¿Y a quién no le gusta el poder? La gente lucha durante toda su vida por el poder.
¿Por qué queréis dinero? Porque os dará poder. ¿Por qué queréis llegar a primer ministro o presidente de un país? Por el poder. ¿Por qué queréis respeto y prestigio? Por el poder. ¿Por qué queréis ser santos? Por el poder.
Las personas van en pos del poder de diferentes maneras. No habéis dejado otras posibilidades de poder a las mujeres; solo una salida: su cuerpo. Esa es la razón por la que quieren resultar cada día más atractivas. Pero ¿no habéis observado que la mujer moderna no se preocupa tanto por resultar atractiva? ¿Por qué? Porque ha iniciado una política de poder diferente.
La mujer moderna se está liberando de la antigua esclavitud. Se enfrenta al hombre en las universidades para obtener un título; compite en el mercado, compite en el mundo de la política. No le hace falta preocuparse demasiado por su aspecto, por si es atractiva o no. El hombre nunca se ha preocupado demasiado por su aspecto. ¿Por qué? Eso se ha dejado en manos de las mujeres. Para las mujeres, es la única forma de obtener cierto poder. Y los hombres siempre han tenido tantos recursos que dar una imagen atractiva parece algo afeminado, mariquita. Esas cosas son para las mujeres.
Pero no siempre ha sido así. Hubo cierta época en la que las mujeres eran tan libres como los hombres, y entonces a los hombres les gustaba resultar tan atractivos como a las mujeres.
Corrían los días en los que hombres y mujeres disfrutaban de absoluta libertad para hacer lo que quisieran. A continuación sobrevino una larga época de oscuridad en la que las mujeres fueron reprimidas. Y se produjo gracias a los sacerdotes y los llamados santos. Vuestros santos siempre han tenido miedo a las mujeres, porque la mujer parece ejercer tanto poder como para destruir la santidad del santo en cuestión de minutos.
Se dice que una madre intenta durante veinticinco años que su hijo entre en razón, y que de repente aparece una mujer y en cuestión de minutos lo convierte en un imbécil. Por eso las madres no perdonan a las nueras. ¡Jamás! La pobre mujer tuvo que dedicar veinticinco años de su vida a darle un poco de inteligencia al hijo, y en cuestión de dos minutos... ¡adiós! ¿Cómo puede perdonar a la nuera?
Las mujeres han sido condenadas por vuestros dichosos santos: tenían miedo de ellas. Había que reprimirlas. Y como las mujeres estaban reprimidas, les arrebataron todas las fuentes de competición en la vida, en el flujo de la vida. Entonces solo les quedó una cosa: sus cuerpos. Me has preguntado: «¿Por qué les gusta a las mujeres atraer a los hombres?». Pues por eso, porque es su único poder. ¿Y a quién no le gusta el poder? A menos que se comprenda que el poder solo conlleva amargura, que el poder es destructivo, violento, a menos que mediante la comprensión desaparezca el deseo de poder... ¿A quién no le gusta el poder?
Y también preguntas por qué si quieren atraer a los hombres les molestan sus deseos sexuales. Pues por la misma razón. La mujer mantiene su poder siempre y cuando se presente ante ti como la zanahoria ante el burro: está al alcance pero no lo está, tan cerca y tan lejos. Solo así puede mantener su poder. Si cae en tus brazos inmediatamente, el poder se desvanece. Y en cuanto te has aprovechado de su sexualidad, en cuanto la has utilizado, se acabó, ya no ejerce poder sobre ti. Por eso te atrae y al mismo tiempo se mantiene distante. Te atrae, te provoca, te seduce, y cuando te aproximas a ella te dice: ¡no!
Es una cuestión de simple lógica. Si la mujer dice sí, la reduces a un mecanismo, para utilizarla. Y a nadie le gusta ser utilizado. Es el otro lado de la misma política de poder. El poder significa la capacidad para utilizar al otro, y cuando alguien te utiliza desaparece tu poder, quedas reducido a la impotencia.
Ninguna mujer quiere que la utilicen, y es lo que lleváis haciendo desde hace siglos. El amor se ha convertido en algo feo. Debería ser esplendoroso, pero no lo es, porque el hombre utiliza a la mujer y a la mujer le molesta y se resiste a ello, naturalmente. No quiere verse reducida a un producto.
Por eso vemos a los maridos moviendo la cola como perritos alrededor de sus esposas y a sus esposas con la actitud de estar por encima de todas estas tonterías, como de «soy mejor que tú». Las mujeres simulan que no les interesa el sexo, eso tan feo. Están tan interesadas como los hombres, pero el problema es que no pueden demostrarlo, porque si lo hacen, los hombres las reducen inmediatamente a la impotencia, empiezan a utilizarlas.
Por eso les interesan otras cosas, como atraer a los hombres y después renegar de ellos. En eso consiste el júbilo del poder. Tirar de ti —como si estuvieras sujeto por cordeles, como una marioneta—, y después decirte que no, reducirte a una impotencia absoluta. Y tú, mientras tanto, agitando la cola como un perrito, mientras la mujer se divierte.
Es una situación muy desagradable, y no debería seguir así. Es feo y desagradable porque se ha reducido el amor a la política de poder. Hay que cambiarlo. Tenemos que crear una nueva humanidad, y un mundo nuevo, en el que el amor no sea en absoluto un asunto de poder. Al menos hemos de apartar el amor de las garras de la política del poder; podemos dejar el dinero, la política, todo, pero hemos de sacar el amor de ahí.
El amor es algo inmensamente valioso; no lo convirtáis en un producto de mercado. Pero eso es lo que ha ocurrido.
La mujer intenta por todos los medios ser guapa, o al menos parecer guapa. Y una vez atrapado en sus encantos, la mujer empieza a escapar del hombre, porque en eso consiste el juego. Si tú empiezas a escapar de ella, ella se acercará a ti, empezará a perseguirte. En el momento en que tú empiezas a perseguirla, ella empieza a escapar. ¡Así es el juego! No es amor, es algo inhumano, pero es lo que ocurre y lo que lleva ocurriendo desde hace siglos. Hay que andarse con cuidado. Toda persona tiene una tremenda dignidad, y nadie puede quedar reducido a un producto, a un objeto. Respetad a los hombres, respetad a las mujeres, porque ambos son divinos.
Y olvidaos de la vieja idea de que es el hombre quien le hace el amor a la mujer: es una estupidez. Parece como si el hombre fuera el ejecutor y la mujer estuviera ahí para que le hicieran algo. Incluso en el lenguaje, a veces se presenta al hombre como quien hace el amor, como el que actúa, mientras que la mujer solo está ahí como receptora pasiva. No es cierto.
Ambos se hacen el amor mutuamente, ambos son ejecutores, ambos participan, y la mujer a su manera. La receptividad es su forma de participar, pero participa tanto como el hombre. Y que no crea el hombre que solo él le hace algo a la mujer; también ella le hace algo al hombre. Ambos hacen algo inmensamente valioso. Se ofrecen el uno al otro, comparten sus energías. Ambos os ofrecéis en el templo del amor, en el templo del dios del amor. Es el dios del amor quien os posee a los dos, en un momento sagrado. Camináis por terreno sagrado. Y después, la conducta de las personas tendrá un carácter completamente distinto.