La compasión es el azúcar que hace que todas las galletas sean mejores, sin importar quién las haya hecho.
¿Sabes por qué se siente tan bien ser amable? Porque la amabilidad no viaja en línea recta. Te devuelve el golpe. Se la lanzas a alguien y ¡zas! Da la vuelta a la galaxia y aterriza justo en tu pecho como un cálido abrazo que olvidaste pedir.
Cuando eres amable con otra persona, en secreto te estás siendo amable contigo mismo. Es como masajearte el pie izquierdo y sentir que el derecho también se siente aliviado. Todo está conectado. No eres una isla aislada. ¡Eres el archipiélago entero!
Piensa siempre en el bien supremo. Y aquí está mi pequeño secreto: el "bien supremo" no es una montaña que solo los santos puedan escalar. Es más bien como un trampolín. En cuanto te subes a él con amabilidad, todos rebotan más alto, incluyéndote a ti.
Recuerda que "el otro" no es realmente el otro. Simplemente eres tú con un disfraz diferente. El universo está obsesionado con la idea del disfraz: unos días se disfraza de "tu amigo", otros de "un desconocido" y otros de "la persona que te cerró el paso". Pero en el fondo, es la misma conciencia la que dice: "¡Sorpresa! Sigo siendo yo".
La próxima vez que dudes si ayudar, sonreír o escuchar, piensa que es como alimentar tu alma con la cuchara de otra persona. No puedes regalar amor, porque nunca te abandona. Simplemente se propaga, como la risa en una habitación llena.
La compasión es una celebración.
Así que sé siempre amable. Juega con ella. Sé generoso. Porque aquel con quien eres verdaderamente amable es el gran Tú, el que se esconde tras todos los rostros.
Adiós por ahora, viajeros de la luz de las estrellas.
“Voy a regar las plantas de los vecinos, porque en secreto me encanta el sonido de mis propias flores creciendo.”
Maya