Rudolf Steiner
La biografía
humana desde un punto de vista espiritual.
Una formidable
experiencia terrenal del yo humano expresado en septenios.
En una biografía, el
desarrollo de los septenios guarda estrecha relación con la transformación de los cuerpos
constitutivos del hombre. De esta manera, estas transformaciones darán origen a
las sucesivas etapas biográficas o septenios.
La Antroposofía es una cosmovisión del hombre, la
cual nos permite conocer cada uno de los cuerpos que lo conforman. Estos
cuerpos son:
- Cuerpo físico, es lo que visible y conocido.
- Cuerpo etérico o vital, impregna el cuerpo físico y le da vida.
- Cuerpo astral o cuerpo de sensaciones, que permite que el hombre sienta.
- Yo o individualidad, aquello que nos hace inéditos y distintos a todos.
Sobre estos cuatro cuerpos se desarrollan los septenios o la biografía humana.
Clasificación de
los septenios
Básicamente, podemos hacer una triestructuración:
Septenios del cuerpo
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Del nacimiento hasta los 21 años
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Septenios del alma
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Desde los 21 años hasta los 42 años
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Septenios del espíritu
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Desde los 42 años hasta los 63 años
|
El tiempo, que demoran los miembros esenciales en
hacer su metamorfosis, es lo que determina esta clasificación en septenios. Aproximadamente, cada siete años se produce la transformación de
cada uno de los cuerpos que componen al hombre.
Así como los chinos dicen: "Aprender, luchar
y ser sabio"; en Antroposofía, se habla de:
- maduración física,
- maduración anímica y
- maduración espiritual.
Esto quiere decir que se emplean veintiún años en
consolidar la estructura del cuerpo físico.
Los primeros tres septenios se llaman septenios del
cuerpo, durante los cuales se producen la mayor
cantidad de cambios y dan la fisonomía correspondiente a esta etapa. Desde la
perspectiva de la organización del cuerpo, del crecimiento de los órganos,
hasta los veintiún años, podemos decir que:
Primer Septenio
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Desde el nacimiento a 7 años
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Cuerpo Físico
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Septenios del Cuerpo
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Segundo Septenio
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Desde 7 años hasta 14 años
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Cuerpo Etérico
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Tercer Septenio
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Desde 14 años hasta 21 años
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Cuerpo Astral
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Alrededor de esta edad, el cuerpo deja ya de
crecer y comienza una transformación de lo que llamamos el alma, el mundo interior. A los 21 años, se produce el nacimiento del Yo
y el cuerpo astral es donde se expresa el Yo. Un niño recién nacido no tiene
conciencia, tiene conciencia cósmica. El Yo no está totalmente presente; a
medida que el niño crece, el Yo se acerca cada vez más.
El septenio central, que transcurre entre los 28
y los 35 años, es el período donde el Yo está más cerca de la organización
física, período denominado alma racional.
Aquí, el Yo se refleja con mayor fuerza en la personalidad. La persona
privilegia el pensamiento y trae, también, el reflejo de la individualidad;
puede ser el momento de mayor orgullo, de máxima ambición y soberbia.
En el septenio de la maduración física, desde el nacimiento a los 21 años, el individuo conoce o empieza a
conocer la vida; en el septenio de la maduración anímica, de 21 a 42 años, el individuo acepta la vida y, en el tercer
ciclo, el septenio de la maduración espiritual, de 42
a 63 años, recapitula sobre lo vivido. Teóricamente, esto es lo que va
sucediendo, cuando no hay alteraciones en los procesos.
Primer Septenio
del Cuerpo (1)
- Primer septenio, desde el nacimiento hasta los 7 años
Cuando es concebido, el hombre como embrión, aún
no está organizado, no está constituido por los cuatro cuerpos. En el seno
materno, ya es físicamente visible; esto es posible gracias a la ecografía. La
madre aporta vitalidad y, a medida que se alimenta, forma sustancia viviente.
Esto es un milagro, nadie puede hacerlo como quiere y, así, decimos que la vida
no es nuestra sino que recibimos vida.
Tanto el embrión como el niño recién nacido no
tienen conciencia; el recién nacido no sabe quién es. En el nacimiento, el
hombre no sólo es muy parecido a un animalito sino que es mucho más débil que
cualesquiera de los animales de la creación. Los estudios nos muestran que,
desde el momento del nacimiento hasta la manifestación del Yo, el hombre podría
funcionar como un animal porque posee sólo tres cuerpos: cuerpo físico, cuerpo
etérico y cuerpo astral. Físicamente, el Yo demora más o menos un año en manifestarse.
El hombre sostiene su cabeza a los tres meses; se sienta, a los seis meses; se
pone de pie, a los nueve meses y camina, a los doce meses; ésta es la
influencia del Yo. Poder caminar significa que la columna vertebral del hombre se yergue como
consecuencia de la acción del Yo. Merced a su propio Yo, el hombre puede
erguirse y comenzar el trabajo de sostenerse.
Como hemos visto, los cuerpos constitutivos del
ser humano no están totalmente formados ni están todos presentes en el momento
de nacimiento. Así, describimos la vida de siete en siete años, ya que éste es
el tiempo que necesitan los cuerpos para madurar. Por lo tanto, cada siete
años se producen crisis
que generan cambios importantes.
Nuestro primer planteo es determinar qué pasó en
los tres primeros septenios y cómo ellos se
reflejarán en el resto de nuestras vidas. Las experiencias por las que
atraviesa un ser humano en las primeras etapas de su vida se reflejarán en los
últimos años de la misma. Lo importante de este planteo es descubrir los
procesos de enfermedad o las situaciones problemáticas que surgen, determinar
cuáles son sus raíces y tratar de analizar estas cuestiones desde otros puntos
de vista, más allá de un enfoque estrictamente psicológico.
Después de nueve meses de embarazo, el niño no
está totalmente formado; son necesarios, aproximadamente, treinta y tres meses
para hablar de una evolución mínima completa. En ese tiempo culmina la
formación del sistema nervioso. Todo lo que es normal para un niño antes de los
dos años resulta patológico en el adulto: sus reflejos, la circulación
sanguínea; todo esto necesita una transformación.
En los primeros siete años, el niño conforma y
consolida su cuerpo físico; a partir de ahora, su cuerpo físico está completo.
Éste es, además, el septenio durante el cual aparecen las enfermedades
infantiles. El niño, al nacer, trae el cuerpo vital de la madre, al cual
quemará con las altas temperaturas de las enfermedades infantiles. La fiebre
que se manifiesta, en estos primeros años de vida, no tiene nada que ver con la
fiebre que se desarrolla en los otros períodos de la vida.
Las enfermedades infantiles tienen el propósito
de que el niño desarrolle su propio cuerpo vital, a partir de los siete años,
abandonando el cuerpo vital donado por su madre. Esto es el principio de su
proceso de individualización. Por lo tanto, es importante no interrumpir estas
enfermedades cuando aparecen.
Entonces, a los siete años se produce una transformación muy importante: el niño ha completado
la formación de sus órganos; la formación de su cuerpo. A partir de ahora, las
fuerzas que estaban dedicadas al crecimiento se
liberan, transformándose en fuerzas delpensamiento; es decir, las fuerzas vitales que ayudaron al crecimiento formarán
la conciencia del niño y, desde este momento, podrá pensar. Por esta
razón, es muy importante no interrumpir la evolución física del niño aplicando
estas fuerzas del crecimiento al pensar.
Segundo
Septenio del Cuerpo (2)
- Segundo septenio, desde los 7 a los 14 años
Desde los siete a los catorce años, se desarrolla el septenio del
cuerpo vital. Este nuevo nacimiento, invisible para
nosotros, está señalado por dos hechos fundamentales:
Se completa el proceso de
cambio de dientes.
El sistema nervioso ya está
conformado.
A partir de los siete años, el niño está más
despierto al mundo, ya ha desarrollado su capacidad de aprendizaje y, así,
podrá iniciar su vida escolar. Esto es posible porque las fuerzas formadoras
del cuerpo vital o cuerpo etérico se liberan de la tarea de configurar órganos
y sistemas, correspondientes al cuerpo físico, y se transforman en fuerzas de
pensamiento.
El cuerpo vital es
la base del temperamento, razón por la cual el segundo
septenio se caracteriza, también, por la manifestación de los temperamentos. Son cuatro los temperamentos, a saber:
temperamento melancólico, con preponderancia del cuerpo físico, se
expresa en el predominio de los órganos de los sentidos, tendiendo a los
sabores ácidos
temperamento flemático, con preponderancia del cuerpo etérico, se
expresa en el predominio del sistema glandular, tendiendo a los sabores salados
temperamento sanguíneo, con preponderancia del cuerpo astral, se
expresa en el predominio del sistema nervioso, tendiendo a los sabores dulces
temperamento colérico, con preponderancia del Yo, se expresa en
el predominio del sistema sanguíneo, tendiendo a los sabores amargos.
El temperamento es
una cuestión de destino; es decir, el hombre, a lo largo de su biografía,
deberá trabajar su temperamento. Cada ser humano tiene, en su interior, los
cuatro temperamentos, predominando, en él, uno de ellos. En el suceder de la
vida y con el trabajo del Yo, debiera lograrse la armonía de los cuatro
temperamentos.
Durante el desarrollo de este septenio, el niño
tiene la posibilidad de adquirir hábitos, no sólo los hábitos de comer, dormir,
sino también hábitos de conducta, como: no criticar, respetar a los otros,
saber perdonar. Por lo tanto, la labor de los educadores, no sólo la de los maestros sino también la de los padres, adquiere
fundamental importancia.
Tercer Septenio
del Cuerpo (3)
- Tercer septenio, desde los 14 a los 21 años
A los catorce años ha terminado la escolaridad
primaria y se prepara para ingresar en uno de los septenios más dramáticos que
tendrá que vivir: el tercer septenio,
que transcurre entre los catorcey los veintiún años.
A partir de los catorce años, aparecen las formas
corporales características y determinantes de ambos sexos: la menstruación, en
las niñas; la aparición del vello; el cambio de voz, en los varones. Algunos
hablan de bisexualidad otros de asexualidad; se diría que los sexos se
confunden, estableciéndose amistades muy profundas e íntimas entres seres del
mismo sexo. Es una etapa durante la cual no hay una clara discriminación
sexual.
En el embrión, hasta los dos meses de gestación,
están los esbozos genitales del hombre y de la mujer; luego, uno de los sexos
se atrofia, desarrollándose el restante. Por lo tanto, venimos de un mundo
espiritual en el cual no hay diferenciación sexual. Lo sexual aparece después,
en el plano físico. Las fuerzas espirituales son las que promueven el
funcionamiento glandular con la secreción hormonal, determinando que ese ser,
que ha encarnado, sea hombre o mujer. Por consiguiente, un ser humano, por el hecho
de ser mujer, segregará hormonas femeninas y su condición femenina guarda una
estrecha relación con las experiencias a desarrollar en su vida terrenal. El
código genético es el resultado del plan que se trae del mundo espiritual,
tiene relación con el Yo, con la individualidad, y no con el cuerpo físico. Es
el resultado del destino del ser.
Durante este septenio tan difícil, se desarrolla
el cuerpo astral o cuerpo de
sensaciones; es decir, el ser humano comienza a tener
nuevos sentimiento y sensaciones. Básicamente, comienza el aprendizaje para
quererse o para distinguirse a sí mismo. El joven se encuentra inmerso en un
mar de sensaciones y, así, frente al mundo, actuará según su gusto o disgusto;
es decir, aparecen las polaridades. El
joven de esta edad vive el deseo.
A partir de los veintiún años, esta situación se
modifica porque nos acercamos al nacimiento del Yo.
Primero, según y
tercero Septenios del Alma (4,5,6)
- Desde los 21 hasta los 42 años
A partir de los veintiún años, nos acercamos al nacimiento
del Yo. Todo este proceso conduce a separar al joven de
la madre.
A través de las distintas etapas de la vida del
niño, la madre lo siente de diferente manera. La madre percibe al niño y ese
estar percibiéndolo es una conexión vital. A los siete años, cuando nace el
cuerpo vital del niño, la madre va desconectándose un poco del niño, proceso
necesario para su desarrollo y crecimiento. A los catorce años, surge el cuerpo
anímico del niño y, a partir de este momento, la madre percibe a su hijo de una
manera diferente; hasta puede dudar de si ese ser es verdaderamente su hijo.
Esta sensación se acrecienta al llegar a los veintiún años, cuando la madre
puede sentir que desconoce totalmente al joven que tiene a su lado. Cuando la
madre dice conocer mucho a su hijo; en realidad, sólo conoce al embrión de ese
ser, conoce los pasos previos necesarios para que ese ser llegue a ser la
individualidad que ahora es con sus veintiún años. A partir de este momento,
podremos observar quién es en verdad la persona que comienza a manifestarse, un
personaje que la madre aún no conoce. Los padres, como constituyentes del medio
que rodea al niño, influyen pero no pueden conocer los impulsos que recién
aparecen a los veintiún años. Esto es lo nuevo para cada uno de ellos.
Alrededor de los veintiún años, muchos jóvenes
sufren crisis violentas relativas a su propia identidad. Muchos jóvenes sienten
que deben liberarse de las imágenes fuertes de su padre o su madre, para lo
cual abandonan la casa paterna.
En este septenio, la mayoría de las personas
inicia su carrera profesional, iniciando una etapa de experimentación, una
etapa en la cual se adquieren experiencias de vida. Es una etapa de gran
creatividad, de una gran satisfacción por vivir y probar todo aquello que fue
aprendido, especialmente, en la fase anterior. El joven está ?abierto? hacia su
entorno, sus capacidades todavía son ilimitadas y, por lo tanto, todo es
posible para él.
El desafío que debe enfrentar el joven, en esta
etapa de su vida, es tratar de alcanzar el equilibrio interno, su seguridad
interna, independientemente del medio que lo rodea.
Estos son los tres septenios centrales de la
Biografía Humana, aquellos que corresponden a la conformación del alma. Pueden
ser descriptos como los septenios de la vida anímica ya que, desde los veintiún
años, el Yo se hace presente plenamente en la vida de nuestras sensaciones. El
alma es nuestro mundo interno al cual sólo nosotros tenemos acceso.
Existen tres niveles en la conformación del alma
que llamaremos
Alma sensible, se desarrolla
entre los veintiún y los veintiocho años;
Alma racional, se desarrolla
entre los veintiocho y los treinta y cinco años;
Alma consciente, se
desarrolla entre los treinta y cinco y los cuarenta y dos años.
Durante el septenio del alma sensible (primer
Septenio del alma) (4) el ser humano comenzará a
controlar su vida anímica; es el momento del autodominio. Aquellos juicios
impregnados de simpatía o antipatía son tomados con mayor seguridad. El Yo aún
no se constituyó en el centro del alma, pero el individuo quiere saber cómo son
realmente las cosas, quiere aprender a conocer la vida y el mundo. Busca con
empeño una posición en la vida, afirmarse en su trabajo o en su profesión,
compartir sus días con alguien y, también, formar una familia. El joven percibe
en sí una gran creatividad y satisfacción de vivir.
El septenio del alma racional (segundo
Septenio del alma) (5) es el centro de la biografía y durante el cual el pensar actúa de
manera más intensa. Lentamente, el Yo se emancipa del alma, ha disminuido la
violencia de los deseos y de los impulsos. Por lo general, el individuo se
torna escéptico y le es muy difícil acceder a un pensar que no sea científico ?
racional. Modifica su relación con los otros, ya que terminada la juventud la
vida se torna más seria.
Durante el septenio del alma consciente (tercer
Septenio del alma) (6) se desarrolla la autoconfianza,
lo cual demanda un trabajo de la voluntad. Con este septenio culmina el proceso
de maduración del alma humana. A partir de este momento, el individuo siente la
exigencia de ser él mismo; no es ya el simple hecho de hacer y lograr lo
correcto sino de hacer y lograr aquello que tenga valor.
En el plano físico suele producirse una
disminución de la vitalidad y de la capacidad de trabajo; inconvenientes que
pueden superarse con el aumento de la autoexigencia, lo cual tendrá un costo en
el futuro. Es una etapa en la cual aparece frecuentemente la sensación de
vacío; vacío que predispone al encuentro consigo mismo. Es un período de
aceptación de sí mismo y de los otros, constituyendo un verdadero ejercicio
para lograr la autoconfianza.
Primer Septenio
del Espíritu (7)
- Séptimo septenio, desde los 42 años a los 49 años
Este septenio, regido por Marte, es el septenio
de la acción. Hemos llegao a los 42 años; comienza
el desarrollo del espíritu. El hombre y la
mujer se convierten en principiantes o aprendices, comenzando a recorrer el
largo camino del despertar espiritual.
Esta etapa de la vida se caracteriza por la
transformación consciente del Cuerpo Astral y no meramente por el hecho de ?haber durado? una cantidad de años a
partir del nacimiento físico.
Hay una gran diferencia entre el esfuerzo
consciente individual que cada ser humano realiza, en un lapso aproximado de
siete años, en beneficio de la transformación de uno de sus miembros
esencialres, y la suposición de que cada siete años ocurren o "deben
ocurrir" determinados fenómenos en la vida de un individuo.
Si el hombre o la mujer, que se aproximan a esta
etapa clave para el desarrollo de sus potencialidades espirituales, no hacen
esta transformación sufrirán una gran falencia.
Nos encontramos con que el individuo debe
reconocer el comienzo de la declinación físico-biológica, lo cual se puede
presentar de distintas maneras:
Mayor desgaste físico.
Aumento del cansancio frente a los mismos esfuerzos.
Aumento de peso, ya que no es posible controlarlo como ocurría con
anterioridad.
Posibilidad de una incipiente caída del cabello.
Notoria disminución de la visión.
Péridida de la memoria.
Decaimiento de las fuerzas vitales.
Desequilibrios hormonales.
Tendencia a la sequedad de la piel; por lo tanto, aparecen las
arrugas;
Un elemento infaltable en este período es la sensaión de vacío que
acompaña a todas estas manifestaciones físicas y anímicas. Este vacío, que
puede ser vivido como soledad, trata de compensarse con gratificaciones
buscadas en el mundo exterior (viajes, cambio de automóvil, de casa y, con
frecuencia, cambio de pareja).
No obstante el esfuerzo desmedido para
sobreponerse a la disminución de las fuerzas vitales, detrás de este proceso de
negación siempre está latente la posibilidad de la depresión / cáncer o de la
hiperexcitabilidad / infarto, supeditada al destino individual de la persona. Y
así, una concepción puramente materialista de la vida tornará al hombre o a la
mujer en esclavos de la casualidad, el azar, la buena o la mala suerte. Sin
embargo, cualquiera sea el concepto de vida que se tenga, a partir del séptimo
septenio el mundo espiritual comenzará a llamar a la puerta y cada vez lo hará con más fuerza.
Lo descripto hasta aquí, corresponde a costumbres
habituales y generales observadas en nuestra sociedad; una sociedad que lucha
matenalmente por sobrevivir, muy enejenada de sí misma como para poder percibir el
llamado del espíritu. Pero afortunadamente hay, cada
vez más, individuos cuyo Ser interior puede escuchar ese llamado.
El desarrollo social estará directamente
relacionado con la elección del camino a seguir: la actitud podrá orientarse
hacia fines realmente altruistas o podrá cae en la tentación del uso y del
abuso del poder.
En los tres Septenios del Espíritu -séptimo, octavo y noveno- las tareas
y las metas deberán estar comprendidas dentro de una cosmovisión total. Ahora,
se generarán la humildad, la aceptación y el amor. Las realizaciones deben ser
patrimonio del espíritu y no meramente de la materia. El trabajo individual se
halla en el mundo físico, no podría ser de otro modo ya que somos cuerpos
físicos; pero la esenciadel acto de trabajar pertenece a un orden de leyes no
materiales. En este septenio es imprescindible
armonizarse con las leyes cósmicas.
En este primer septenio de desarrollo espiritual,
el alma se pone al
servicio del espíritu. El alma es lo que nos conecta la
mundo físico para que el espíritu pueda expresarse. A su vez, el espíritu, para
poder utilizar el cuerpo necesita necesita sentir y transformar ese cuerpo (el
alma) que representa su conexión con el plano físico. Este constituirá el
trabajo interior del septenio: la transformación del Cuerpo Astral; es decir, nuestro cuerpo de sensaciones, para permitir el
advenimiento del Yo espiritual, el más elevado de
nuestros cuerpos suprasensibles.
Segundo Septenio
del Espíritu (8)
- Octavo septenio, desde los 49 años a los 56 años
En plena crisis de los 50, el hombre y la mujer
se acercan a los umbrales de un nuevo proceso. Se trata de un fenómeno
sociocultural y familiar muy fuerte que determina, drásticamente, la
transferencia a otro grupo social: el de la tercera edad, la edad madura o,
peor aún, el de la vejez.
En la mujer, el hecho biológico dominante está
dado por el cese de su período menstrual o menopausia. Por supuesto, este
proceso será vivenciado individualmente de manera muy diferente según sea su
preparación interior y su disposición anímico-espiritual. En el caso del
hombre, un fenómeno biológico parecido se produce merced a los problemas de la
próstata, aunque éstos no son inexorables en su aparición ni poseen igual
jerarquía sociocultural que la menopausia.
En la actualidad, se han desarrollado una serie
de investigaciones sobre estos temas. Desafortunadamente, gran parte de las
conclusiones a las que éstas arribaron desemboca en alguna sustancia química
que, al emplearla en el organismo humano, reproduce los efectos producidos por
la hormona o el neurotransmisor que ha comenzado a declinar naturalmente. Sin
embargo, estas ?soluciones parciales para sentirse mejor? y no brindan ninguna
respuesta valedera a los interrogantes básicos del hombre y de la mujer de esta
edad.
El problema del climaterio masculino y femenino
no se resuelve en plano químico-biológico, aún cuando algunas modificaciones,
en este sentido, otorguen un alivio pasajero a determinados síntomas. Tampoco
es una cuestión estrictamente psicológica. Quiere decir, entonces, que se han
dado respuestas al cuerpo físico en el terreno de la bioquímica; se ha dado respuesta a una parte del alma en el ámbito de la psicoterapia; pero
no hay respuestas para el espíritu en el plano trascendente. Y éste es un trabajo individual, de
perseverancia y de elevación de la propia conciencia.
He aquí, precisamente, lo que se abre para el ser
humano tras esta nueva crisis: la época central de los tres Septenios del
Espíritu. Lo que antes era una insinuación, en este
octavo septenio, es una norma. Aquella vaga necesidad de una respuesta
espiritual que empezó a
ceñir el alma después de los 40, se transforma ahora en una presión constante
sobre nuestras actividades cotidianas. Es el reflejo del segundo septenio (7 a
14 años), cuando se consolidaba el incipiente cuerpo etéreo individual. Así como a los 7 años se producía el nacimiento del cuerpo
etéreo del hombre, ahora
es necesario prepararse para transformar ese cuerpo etéreo. Sobre la base de aquella estructura, hemos administrado vitalidad
al cuerpo físico y hemos adquirido poco a poco los hábitos y las costumbres.
Aquí debemos recordar que es mucho más difícil cambiar un hábito o una
costumbre -ámbito del cuerpo etéreo- que modificar una cualidad anímica -ámbito
del cuerpo astral-. Es más sencillo revertir una tendencia egoísta -cuerpo
astral- que el hábito de la crítica -cuerpo etéreo-.
En este octavo septenio se produce la culminación
de la reflexión y del pensar, que ya no están exigidos por la acción como
en el período de 42 a 49 años.
Además este es el septenio del desarrollo
moral; una verdadera transformación del cuerpo etéreo
trae aparejada una profundización de lo moral. La moral no se fundamenta en sermones, ya que si esto fuera posible no habría
inmoralidad sobre la Tierra. Dice Rudolf Steiner: "Saber lo que hay que hacer, lo que es
moralmente correcto, es lo que menos importancia tiene en la cuestión moral; lo
importante es que existan dentro de nosotros impulsos que, en virtud de su
poder interior, de su fuerza interna, se conviertan en actos morales, es decir
se proyecten al mundo exterior como realidad moral."
En estos tres últimos septenios, se hace cada vez
más evidente la dualidad del ser humano. Puede manifestarse un hombre con
predominio de apetencias y necesidades solamente materiales: es el hombre que
"duerme" o que, simplemente, "existe" y para quien la vida
es una caja de sorpresas, de casualidades ilimitadas, un continuo esquivar de
obstáculos o un aprovechar la ausencia de ellos, sin que despierte en él la
conciencia del aprendizaje que la vida ofrece. Pero también puede emerger el otro hombre: aquel
en el que germinaron las semillas sembradas durante el septenio anterior cuando
era un principiante en el camino espiritual y ese proceso lo conduce ahora al despertar de su maestro
interior.
En esta pugna es fundamental el trabajo de
autoconocimiento desarrollado por cada uno. Ahora ya no importa lo que el
hombre quiera realizar sino lo que los otros necesitan de él. La creatividad se
expande con una cosmovisión de la Totalidad. Una nueva filosofía de vida se
puede instalar y, también, puede aparecer una nueva concepción del mundo.
En este septenio hay dos temas centrales: el despertar
del maestro interior y la enseñanza; ambos indisolublemente ligados por su esencia. Ese maestro que ha despertado es el arquetipo de
lo humano. Maestro es el
que puede cambiar a los otros. Su despertar en nosotros hace verdad la promesa
tácita de reunificación, de reencuentro con nosotros mismos. Este maestro ya no
es el guía sino que es el consejero que da instrucciones para lograr la
disciplina interior, a la vez que procura un decidido desarrollo del pensar. Y la consecuencia directa de este despertar permite la posibilidad
del enseñar como ideal y de aconsejar con amor.
Tercer Septenio
del Espíritu (9)
- Noveno septenio, desde los 56 a los 63 años
Estamos ahora en el umbral de una nueva crisis
muy especial dado el grado de conciencia que puede alcanzar el hombre a esta
edad. La crisis puede manifestarse en el ámbito de lo humano y de lo
espiritual. En el primer caso, la crisis se puede producir como corolario de
una vida poblada de desaciertos o equivocaciones que no han podido ser
reparadas. El ámbito de esta manifestación es el referido a los vínculos; es
decir, la sociedad toda en la que se desarrolla cada biografía. Sobrellevar
estas situaciones conflictivas suele demandar grandes esfuerzos y, si no se
resuelven, una incipiente depresión puede ser la consecuencia.
La crisis espiritual se produce por una apertura
de conciencia, por un despertar del espíritu que llamamos fase mística
de la evolución: el individuo siente un llamado
imperativo de ciertos impulsos espirituales que no logra concatenar con la vida
llevada hasta es presente. Estos impulsos pueden obedecer a ideales tales como
la verdad, la fraternidad, la justicia o la libertad.
A medida que el ser huamno se acerca a las
últimas etapas de cada experiencia de vida, las crisis anímicas debieran ser de
menor envergadura mientras crecen en importancia las experiencias vinculadas al
mundo trascendente o espiritual. Tarea nada fácil y que supone un sabio
desapego del mundo exterior y una marcada inmersión en el mundo interior.
El noveno septenio es el indicado para realizar una síntesis de todo lo vivido;
también, es propicio para hacer una síntesis de toda la biografía y aprehender
con claridad las tres funciones anímicas: sentir, pensar y actuar.
La comprensión puede llegar a través de un trabajo consciente o inconsciente. La comprensión
inconsciente se puede
lograr a través de la propia experiencia vivida y suele ser la más habitual. La comprensiónconsciente, en cambio, exige de la persona una participación activa, una
observación atenta del mundo y de sí mismo y una concepción integral del
hombre.
En este noveno septenio es importante que el hombre aprenda a tomar clara conciencia de
estas actividades esenciales del alma.
El pensamiento sirve para captar los conceptos y relacionarlos. Es una actividad
subjetiva que tiene por objeto una realidad objetiva. El propio
pensar es una actividad
espiritual por excelencia por la que el hombre participa de una realidad
inmaterial: el mundo de los conceptos. El hombre los capta, no los produce.
Cuando se llega a ciertos niveles de interiorización nos damos cuenta de la
poca importancia que tiene la necesidad de refutar a nuestro interlocutor con
el mezquino deseo de afirmar nuestra personalidad.
Y así como tratamos de penetrar el mundo
espiritual de los conceptos a través del pensar, así
debemos conocer qué es el sentir en nosotros. En esta etapa tenemos que tener muy clara la diferencia
entre lo que pensamos y lo que sentimos; debemos descubrir cuándo un deseo
latente impulsa la construcción de un juicio para justificarlo. A esta edad,
tanto los deseos como las pasiones, deben ser metamorfoseadas en sentimientos
nobles y elevados. Lo mezquino deberá ser desplazado por sentimientos
altruístas (alter = otro). En este septenio es muy importante la luz que emana
de un ideal, como la verdad o la libertad, para que el ser humano sea guiado y
logre desarrollar a pleno las grandes metas humanas que viven impresas en su
espíritu.
Si el hombre tiene clara conciencia del pensar y del sentir, le resultará más sencillo
cómo debe actuar, cómo debe ser usada su voluntad, en este tramo de la biografía signado especialmente por la
realización.
Pero, ¿qué es la voluntad? Es una
fuerza que anida en las profundidades inconscientes del alma. Es la fuerza de
la acción, es el acto volitivo.
Podemos identificar a la voluntad a
medida que se expresa en los miembros esenciales del ser humano. Su primera
expresión la denominamos instinto y opera en el ámbito del Cuerpo Físicohaciéndose
cargo de los impulsos vitales (crecimiento, alimentación y reproducción) y,
así, fue caracterizada en el primer septenio. Cuando esta fuerza es penetrada
por el Cuerpo Etérico, se convierte en apetito o impulso. La acción
repetida del impulso genera el hábito. En el
segundo septenio, es cuando su acción se manifiesta con claridad; pero es, en
el tercer septenio, cuando se hace consciente al establecer contacto con el Cuerpo
Astral transformándose en deseo.
Cuando esta fuerza de lo volitivo entra en el
dominio del Yo, se transforma en motivo, ocupando
los tres septenios centrales, los septenios del alma. Y, aquí, se establece una
clara diferncia con lo animal: tanto el hombre como el animal pueden tener deseos, pero sólo el hombre puede tener motivos. De ahí en
más, en los septenios del espíritu, la voluntad adquiere connotaciones elevadas de acuerdo con el nivel que alcance
cada uno de los gérmenes superiores del Yo:
Aspiración, en el nivel del Yo Espiritual (séptimo septenio)
Propósito, en el nivel del Espíritu Vital (octavo septenio)
Resolución, en el nivel del Hombre Espíritu (noveno septenio)
Como corolario de la conciencia de las funciones
anímicas a desarrollar, en este septenio, repetimos que la comprensión del pensar, del sentir y del actuar, puede ser
fruto de un trabajo inconsciente o consciente. Hacer el trabajo plenamente
consciente nos impulsará
de lleno a penetrar el conocimiento de los mundo superiores.
Este septenio está regido por Saturno; lo
dominante es la resolución que se expresa a través de la realización. La
realización es la fuerza para que el Yo pueda hacer lo que el espíritu quiere
en mí; es la realización del acto, la posibilidad de realizar por sí mismo.
La forma física, que
surgía en el primer septenio, es vivida ahora espiritualmente.
Las que antes eran fuerzas creadoras, ahora se
transforman en fuerzas de la conciencia. Ya hemos
dicho que, detrás del aspecto físico visible, conformado por la sustancia, se
entretejen las fuerzas espirituales propias de la materia integradas en el Cuerpo
Etéreo, en el Cuerpo Astral y en la organización del Yo. Y, así, el cuerpo
físico se transforma en un verdadero recéptaculo de fuerzas espirituales. Por supuesto que la percepción de esta
metamorfosis de fuerzas dependerá del desarrollo espiritual alcazado por cada
persona.
La presenilidad, posible en este septenio, puede
acompañarse con problemas de salud, físicos o psíquicos. Si estos se hacen
presentes y el individuo no ha hecho un trabajo de apertura espiritual, es muy
fácil que toda su atención se centre en sí mismo, tornándose egoísta,
perdiéndose para sí y para el mundo. Este tipo de situaciones inhiben las
posibilidades de percepción espiritual y el hombre se encamina hacia un
verdadero proceso de deterioro y esclerosis psicofísica.
La vivencia de la muerte es muy clara, lo cual
lleva a una nueva crisis. Aparece otra depresión: la de la vejez. Una adecuada
transformación de la fuerzas físicas en fuerzas de la conciencia es una buena
prevención para este tipo de depresiones.
En este noveno septenio,
se establece una conexión con el primero; hay una iluminación de la vida
infantil y una reconciliación con todas sus manifestaciones. Si el hombre o la
mujer del noveno septenio no fueron buenos padres o madres, pueden descubrir
ahora, como abuelos o abuelas, las delicias de esta etapa de la vida.
- La Vida continúa: ¿ancianidad o vejez?
A partir del noveno septenio (63 años en adelante) comienza una
etapa signada por una nueva polaridad: el predominio de las tribulaciones
físicas y anímicas donde “todo duele o molesta” o la aparición del sol de la
sabiduría donde el agradecimiento a la Vida preside todos nuestros actos.
Es una etapa difícil, pero no
imposible, para introducir cambios sustanciales en la propia vida. La muerte
del cuerpo físico constituye
un hito cercano; se puede optar entre la añoranza de la lozanía perdida ( himno
a la decreptitud) o expandir la conciencia más allá del destino final de dicho
cuerpo (himno al Amor). De nosotros depende seguir el camino de la ancianidad o la vejez.
El diccionario de la Real Academia presenta a los
dos conceptos (ancianidad y vejez) como
sinónimos, pero ofrece algunos ejemplos sutiles que llevan a la reflexión.
Lo obvio es, en este caso, también significativo: Anciano (letra
A) figura al comienzo y Viejo (letra V) al final.
La palabra “anciano” deriva de “ante”, y ya se utilizaba a
mediados del siglo XIII; otros sinónimos que aparecen son “patriarca” y
“abuelo”, los cuales transmiten en sí mismos una sensación de ancianidad sabia
y respetable.
Por su parte, la palabra “viejo” ostenta también algunos sinónimos
tales como “deslucido” y “estropeado por el uso”, que hacen innecesario agregar
comentario alguno. Etimológicamente deriva del vocablo “vetus”, y su evolución
fue la siguiente:
En el siglo XVII, veterano
En el siglo XIX, veterinario (El significado tenía relación con
las “bestias de carga”, es decir, animales viejos, impropios para montar y que
necesitan de un veterinario más que los demás).
En el siglo XIX, vetusto (muy viejo)
De tal modo, si aplicamos estas reflexiones a la biografía, debe
hacerse una diferenciación sustancial cuando un ser humano deviene viejo ó
anciano.
Vamos a desarrollar los dos estados arquetípicos: ancianidad y
vejez.
Observando el siguiente cuadro, surge con claridad la diferencia
radical entre ambos arquetipos.
En cuanto a la
vejez:
· Golpea con fuerza la conciencia de la madurez de quien la
observa.
· La decrepitud, el deterioro de la forma y la desconexión con la
realidad circundante se presentan ante nosotros como una pésima caricatura de
lo que fue.
· El automatismo semiconsciente, el malhumor y un monótono
parloteo estimulan la necesidad de ignorar la presencia del “viejo”.
· La debilidad del que grita y golpea se hace realidad ante
nosotros.
· El viejo vive sumido en el egoísmo y la desconfianza.
· Tiene muchos miedos, le teme a la muerte.
· No existe la propia responsabilidad, la culpa siempre es ajena.
· Celebra su cumpleaños, o sea la cantidad de años vividos, y no
sabe porqué.
· Vegeta, vive biológicamente.
· El destino es un geriátrico, al que le teme.
· La esclerosis de los órganos de los sentidos lo aísla cada vez
más del mundo.
· Vive preso del cuerpo y de la vida.
· El espíritu se ha desconectado del cuerpo físico.
- Es su MUERTE.
En cuanto a la
ancianidad:
· La imagen del anciano está unida a la sabiduría y el respeto;
dos altos valores que hablan de la dignidad humana.
· La sensación de transitoriedad que deja traslucir ahora su vida,
le brinda algo positivo: una conciencia cada vez más clara de lo que le pasa,
de lo que es eterno. Sabiduría es aquello que surge cuando lo absoluto y lo
eterno se manifiestan en la conciencia finita y transitoria arrojando luz sobre
la vida.
· Su fortaleza interior le permite callar y escuchar. El anciano
aprendió a escuchar y sabe cuándo debe callar.
· Cuando habla, su discurso siempre denota una cosmovisión del
mundo.
· La reflexión, la prudencia y la oportunidad son sus
características.
· Sabe perdonar y agradecer.
· Asume la responsabilidad de sus propios actos.
· Aprendió a confiar, y no teme que lo engañen.
· No tiene miedos.
· No le teme a la muerte, la aguarda.
· Acepta su destino y no tiene exigencias; podría vivir en un
geriátrico pero nadie quiere privarse de su compañía.
· Su cuerpo envejece armónicamente, la esclerosis del cuerpo
físico es soportada con nobleza; eso le otorga lozanía.
· Celebra el día de su aniversario (birthday) recordando el
momento y la época en que llegó al mundo. Celebra la cualidad que posee dicha
fecha en relación con su existencia.
· El espíritu sigue expresándose a través de ese cuerpo físico que
envejece, expandiendo la luminosidad del Ser.
· Vive en sí mismo la libertad plena de su alma y de su espíritu.
· Es su RENACIMIENTO.
Características
generales
Hemos hablado de la polaridad arquetípica ancianidad- vejez;
sabemos que, como en toda división de lo humano en categorías, nadie se
encuentra totalmente involucrado en una sola de tales polaridades. Es raro que
la realidad individual sea blanca ó negra; en general, es gris claro ó gris
oscuro. El proceso siempre es gris y se puede dirigir hacia la luz o hacia la
oscuridad.
Por otra parte, lo expuesto, más que una descripción de lo
existente es un alerta para quienes nos acercamos a esas etapas. Es ésta una
semblanza espiritual de la vida después de los 63 años.
Por entonces deben existir objetivos de vida. El hombre o la mujer
de esta edad puede observar que tiene por delante una gracia divina y esto
estimulará su reconocimiento y veneración; no porque la vida sea tan bella sino
porque puede estructurarla y analizar la existencia pasada evaluando así los
distintos aspectos de la misma