lunes, 27 de marzo de 2017

MAESTRIA ESPIRITUAL

Cada enseñanza, cada aprendizaje nos debe llevar a definir la línea entre la humanidad y el Espíritu: una definición clara, inquebrantable. Y la razón de ello es que tú puedas ser otra vez un Espíritu conocedor, con todo su poder, que pueda organizar plenamente y vivir plenamente a través de su cuerpo físico, y participar en esta vida plenamente hasta afrontar barreras que tú ni siquiera te das cuenta que puedes conquistar. Esto es lo que yo entiendo por vivir la vida en toda su plenitud.

Y sólo cuando el yo espiritual sea definido equilibradamente, separado del yo físico, sólo cuando los tengamos separados, seremos totalmente preservables e incorruptibles. Sólo entonces, con el poder, seréis capaces de no morir nunca, y podréis ir a ver todas esas estrellas que contemplas en la noche.

Pero escucha esta profecía: la profecía dice que aquello que llamamos carne y hueso —carne y hueso en las antiguas profecías significaba sólo una cosa, el cuerpo físico— no puede entrar en el reino de los cielos, y para entrar en el reino de los cielos tú debes vestir un nuevo ropaje, y el nuevo ropaje es el Espíritu.

Esto está muy claro. Ello no quiere decir que tengas que morir antes de entrar a lo que se llama el cielo. Quiere decir que el cuerpo no puede ir allí. El cuerpo está sentenciado a su reino mientras el Espíritu continúe sin despertar. Pero cuando el Espíritu despierta y tiene un claro poder emergente, es el reino de los cielos traído desde el Espíritu hasta lo físico. Ahora dejamos todo atrás. Todo.

Ahora, la carne y hueso no puede entrar en el reino de los cielos. Y lo que debes hacer es aprender a hacerlo. Esa disciplina se llama la vida espiritual. Vosotros estáis aquí no para ser gente física, sino espiritual.

Debéis recordándoos eso, llevaros a ser capaces de definirlos claramente en vuestra propia vida, hacer que el Espíritu se manifieste a vuestra voluntad y entonces traerlo y dejar que el cuerpo disfrute de su frecuencia. Eso es lo que estamos esforzándonos en hacer. Esto, entonces, es convertirse en un ser espiritual. No tiene nada que ver con parecerse a un monje ni a un cura. No tiene nada que ver con parecerse a un ángel o a María. No tiene nada que ver con eso. Tú puedes llevar tu gorra de béisbol y estar iluminado, o tu sudadera cien por ciento algodón. Tú sólo tienes que estar iluminado. Eso es Espíritu. ¿Entiendes?

Siempre has sofocado a tu Espíritu por el bien de tu cuerpo. Tu cuerpo es corruptible, se corromperá hasta tu tumba. El Espíritu es incorruptible.

Y cuando hayas logrado iniciación plena de la disciplina espiritual ahí  estás siendo el Espíritu absoluta y totalmente. En ese momento has entrado en el cielo, porque no hay nada que no puedas hacer. Tú has sido escogido para siempre de entre la mediocridad y las costumbres del hombre. Nunca serás un hombre de nuevo. Siempre serás un Ser divino porque ya nunca puedes suprimir ser este Ser divino que eres. Una vez hagas eso, nunca volverás a ser un hombre normal. Las costumbres del mundo nunca más te llamarán.

¿Quiere eso decir que dejas de ser un hombre? Tú dejas de ser un hombre, te conviertes en un dios viviendo en el cuerpo de un hombre. Y tu programa en la vida cambiará también. ¿Quiere eso decir que el programa de un dios-hombre es menos estimulante que el del hombre? No lo creo. ¿Quiere esto decir que el dios-hombre es incapaz de tener relaciones sexuales, que es incapaz de amar, que es incapaz de reír? No, es capaz de mucho más, mucho más, porque ser un Espíritu implica todo esto. Un Espíritu es un dios que ríe. Un Espíritu es aquel de amor verdadero, poderoso y magnifico, y que lo abarca todo. El hombre es voluble; Dios, tu esencia, no.

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