La iluminación de la mente y el corazón es el momento más maravilloso en la vida de un hombre o de una mujer.
Encontrarse a sí mismo... encontrar al Yo Superior, y se empezará a descubrir el sentido de la vida y el misterio del universo. Detrás de cada uno de nosotros está el Yo Superior, tranquilo como el cielo sin nubes, sabio de la sabiduría que la naturaleza ha recogido en muchos millones de años de existencia, fuerte como para darnos lo mejor que la vida puede ofrecer.
Permitidme que recuerde las palabras de alguien que tenía plena conciencia de esto, un humilde carpintero que se convirtió en Maestro y vagó por las riberas de Galilea con unos cuantos discípulos, hace más de mil novecientos años. Él les dijo: “Pedid y se os dará; buscad y lo encontraréis; llamad y se os abrirá”.
Estas palabras son tan verdaderas hoy como lo eran entonces. El hombre-dios que las pronuncio aparentemente se ha ido de nuestro medio, pero las divinas verdades a las cuales dio voz serán siempre un tesoro para la humanidad.
Aquellos de nosotros que hemos podido echar una rápida mirada al interior de nuestro propio ser, hemos quedado estupefactos. Retrocedemos, azorados, ante las insondables posibilidades del Yo Superior. El hombre, como entidad espiritual, posee una infinita capacidad de sabiduría, y recursos asombrosos de felicidad. El hombre tiene en sí mismo la infinitud divina y, sin embargo, se contenta con los pequeños placeres de su breve paso por la tierra, como si no fuera más que un insecto.
Cuando un hombre alcanza la cima de la verdad, es capaz de gozar de su propio tesoro interior, recibir desde adentro esa felicidad que, hasta ese momento, había buscado en las cosas exteriores. La Verdad, la Belleza, el Poder, la Sabiduría y la Paz, son los atributos del Yo Superior, de ese yo divino que espera ser descubierto. Y él nos revelará todo lo que hay en nosotros de idealista, de comprensivo y de noble. Sin embargo, tenemos que aprender el verdadero significado del verbo “Ser”.
En las profundidades de nuestro milagroso ser, descubrimos que somos parte de una vida inmensa, cuya esencia es una paz eterna, cuyo propósito es ser extremadamente benevolente y cuya existencia jamás puede perecer.
Sí, ésta es, en verdad, la “patria-hogar” de todos los hombres.
Esta condición intemporal en la cual nos hemos descubierto, ha sido admirablemente descrita por los sabios hindúes como el “Eterno Ahora”.
“Aquél que conoce su propia naturaleza conoce el cielo”, declara Mencio, el discípulo chino de Confucio.
El espíritu propio del hombre permanece inalterable, mientras que su yo personal sufre todas las vicisitudes de la suerte, los avalares de la desgracia. Es el elemento indestructible, el testigo silencioso y eterno que un día tendrá que reconocer, rindiéndole homenaje. Es una luz que ningún poder es capaz de extinguir. Es el espíritu inmortal del hombre, benigno y tolerante, hermoso e incambiable.
Estamos tan cerca del dios interior como lo estaremos siempre. Por el momento nos convenceremos por la experimentación y la experiencia. El Alma vela en secreto este gran tesoro; vayamos a descansar en el centro de nuestro ser y descubramos los brillantes y los rubíes que allí hay ocultos.
El Yo Superior es el verdadero ser, el divino habitante de este cuerpo, el Testigo Silencioso que habita en el corazón del hombre. El hombre vive todos los instantes de su existencia en presencia de este yo divino, pero el velo de la ignorancia lo envuelve, volviéndolo ciego e insensible. Esta doctrina es, en verdad, una de las más difíciles de justificar. ¿Cómo puede explicarse al hombre mortal y lleno de preocupaciones que su yo espiritual puede existir a su lado, en la serenidad, bastándose a sí mismo, intangible y libre de toda traba? Temo que esta afirmación parezca absurda al hombre que tiembla ante la desgracia y se regocija con la perspectiva de bienes materiales. ¿Cómo podría yo decirle que se ha hipnotizado con la desesperación o con la exaltación y que, a pesar de todo, y paradójicamente, sigue siendo libre de la una y de la otra? El “hombre de mundo” ridiculizará esta afirmación, mientras que el teólogo la rechazará.
No existe sino una respuesta a este sorprendente enigma, una sola autoridad suprema a la cual se puede acudir: es la autoridad de la experiencia personal, es la comprensión más completa y directa de que todas estas cosas son ciertas.
El conocimiento del yo es la base primordial y absoluta de toda ciencia de la verdad. Nuestro pensamiento primero y predominante es nuestro “yo” en su sentido más amplio. Trazar este pensamiento hasta su fuente y cuando se haya encontrado AQUELLO en lo cual surge, se habrá encontrado el Yo Superior, La Verdad, la Sabiduría... ¡Dios!
Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno.
Encontrarse a sí mismo... encontrar al Yo Superior, y se empezará a descubrir el sentido de la vida y el misterio del universo. Detrás de cada uno de nosotros está el Yo Superior, tranquilo como el cielo sin nubes, sabio de la sabiduría que la naturaleza ha recogido en muchos millones de años de existencia, fuerte como para darnos lo mejor que la vida puede ofrecer.
Permitidme que recuerde las palabras de alguien que tenía plena conciencia de esto, un humilde carpintero que se convirtió en Maestro y vagó por las riberas de Galilea con unos cuantos discípulos, hace más de mil novecientos años. Él les dijo: “Pedid y se os dará; buscad y lo encontraréis; llamad y se os abrirá”.
Estas palabras son tan verdaderas hoy como lo eran entonces. El hombre-dios que las pronuncio aparentemente se ha ido de nuestro medio, pero las divinas verdades a las cuales dio voz serán siempre un tesoro para la humanidad.
Aquellos de nosotros que hemos podido echar una rápida mirada al interior de nuestro propio ser, hemos quedado estupefactos. Retrocedemos, azorados, ante las insondables posibilidades del Yo Superior. El hombre, como entidad espiritual, posee una infinita capacidad de sabiduría, y recursos asombrosos de felicidad. El hombre tiene en sí mismo la infinitud divina y, sin embargo, se contenta con los pequeños placeres de su breve paso por la tierra, como si no fuera más que un insecto.
Cuando un hombre alcanza la cima de la verdad, es capaz de gozar de su propio tesoro interior, recibir desde adentro esa felicidad que, hasta ese momento, había buscado en las cosas exteriores. La Verdad, la Belleza, el Poder, la Sabiduría y la Paz, son los atributos del Yo Superior, de ese yo divino que espera ser descubierto. Y él nos revelará todo lo que hay en nosotros de idealista, de comprensivo y de noble. Sin embargo, tenemos que aprender el verdadero significado del verbo “Ser”.
En las profundidades de nuestro milagroso ser, descubrimos que somos parte de una vida inmensa, cuya esencia es una paz eterna, cuyo propósito es ser extremadamente benevolente y cuya existencia jamás puede perecer.
Sí, ésta es, en verdad, la “patria-hogar” de todos los hombres.
Esta condición intemporal en la cual nos hemos descubierto, ha sido admirablemente descrita por los sabios hindúes como el “Eterno Ahora”.
“Aquél que conoce su propia naturaleza conoce el cielo”, declara Mencio, el discípulo chino de Confucio.
El espíritu propio del hombre permanece inalterable, mientras que su yo personal sufre todas las vicisitudes de la suerte, los avalares de la desgracia. Es el elemento indestructible, el testigo silencioso y eterno que un día tendrá que reconocer, rindiéndole homenaje. Es una luz que ningún poder es capaz de extinguir. Es el espíritu inmortal del hombre, benigno y tolerante, hermoso e incambiable.
Estamos tan cerca del dios interior como lo estaremos siempre. Por el momento nos convenceremos por la experimentación y la experiencia. El Alma vela en secreto este gran tesoro; vayamos a descansar en el centro de nuestro ser y descubramos los brillantes y los rubíes que allí hay ocultos.
El Yo Superior es el verdadero ser, el divino habitante de este cuerpo, el Testigo Silencioso que habita en el corazón del hombre. El hombre vive todos los instantes de su existencia en presencia de este yo divino, pero el velo de la ignorancia lo envuelve, volviéndolo ciego e insensible. Esta doctrina es, en verdad, una de las más difíciles de justificar. ¿Cómo puede explicarse al hombre mortal y lleno de preocupaciones que su yo espiritual puede existir a su lado, en la serenidad, bastándose a sí mismo, intangible y libre de toda traba? Temo que esta afirmación parezca absurda al hombre que tiembla ante la desgracia y se regocija con la perspectiva de bienes materiales. ¿Cómo podría yo decirle que se ha hipnotizado con la desesperación o con la exaltación y que, a pesar de todo, y paradójicamente, sigue siendo libre de la una y de la otra? El “hombre de mundo” ridiculizará esta afirmación, mientras que el teólogo la rechazará.
No existe sino una respuesta a este sorprendente enigma, una sola autoridad suprema a la cual se puede acudir: es la autoridad de la experiencia personal, es la comprensión más completa y directa de que todas estas cosas son ciertas.
El conocimiento del yo es la base primordial y absoluta de toda ciencia de la verdad. Nuestro pensamiento primero y predominante es nuestro “yo” en su sentido más amplio. Trazar este pensamiento hasta su fuente y cuando se haya encontrado AQUELLO en lo cual surge, se habrá encontrado el Yo Superior, La Verdad, la Sabiduría... ¡Dios!
Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno.
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