La verdad y la fuerza impulsora que hay tras la reencarnación es lo que recibe el nombre de karma.
El karma es más acertado concebirlo como la ley infalible de causalidad que rige el universo. La palabra karma significa literalmente «acción, acto», y designa tanto el poder latente que hay en las acciones como las consecuencias que se derivan de nuestros actos.
En términos sencillos, ¿qué significa el karma? Significa que todo lo que hacemos, con el cuerpo, el habla o la mente, tiene su resultado correspondiente. Toda acción, aun la más insignificante, está preñada de consecuencias. Dicen los maestros que incluso un poco de veneno puede causar la muerte, y que incluso una semilla minúscula puede convertirse en un árbol enorme. Y otro dijo: «No descuides las acciones negativas sólo porque son pequeñas; por pequeña que sea una chispa, puede incendiar un pajar grande como una montaña». Y también: «No descuides las buenas acciones pequeñas creyendo que no aportan ningún beneficio; incluso las menores gotas de agua acaban llenando un recipiente enorme».
El karma no se deteriora como las cosas externas ni se vuelve jamás inoperante. No puede ser destruido «por el tiempo, el fuego ni el agua». Su poder no desaparece nunca, hasta que madura. Aunque quizá las consecuencias de nuestras acciones no hayan madurado aún, lo harán inevitablemente cuando se den las condiciones adecuadas. Por lo general, tendemos a olvidarnos de lo que hacemos, y las consecuencias no nos dan alcance hasta mucho después, cuando ya no somos capaces de relacionarlas con sus causas.
Los resultados de nuestras acciones suelen presentarse tarde, incluso en vidas futuras; no podemos atribuirles una causa, porque cualquier acontecimiento puede ser una combinación complejísima de muchos karmas que han madurado juntos. Así, tendemos a suponer que las cosas nos ocurren «por casualidad», y cuando todo va bien lo achacamos a la «buena suerte». Sin embargo, ¿qué otra cosa, si no el karma, permite explicar de un modo satisfactorio las pronunciadas y extraordinarias diferencias que hay entre nosotros? Aunque hayamos nacido en el mismo país o en la misma familia, o en circunstancias semejantes, todos tenemos un carácter distinto, nos suceden cosas completamente distintas, tenemos distintos talentos, inclinaciones y destinos.
Dijo un maestro: «Lo que eres es lo que has sido, lo que serás es lo que haces ahora». Otro aún fue más lejos: «Si quieres conocer tu vida pasada, contempla tu estado presente; si quieres conocer tu vida futura, contempla tus acciones presentes».
La clase de nacimiento que tendremos en la próxima vida viene determinado, pues, por la naturaleza de nuestras acciones en ésta. Y es importante no olvidar nunca que el efecto de nuestras acciones depende por completo de la intención o motivación a que responden, y no de su envergadura.
Así pues, es nuestra motivación, ya sea buena o mala, la que determina el fruto de nuestros actos. Todo la dicha que hay en este mundo, toda proviene de desear que los demás sean felices; y todo el sufrimiento que hay en este mundo, todo proviene de desear ser feliz yo.
Puesto que la ley del karma es inevitable e infalible, cada vez que perjudicamos a otros nos perjudicamos directamente a nosotros mismos, y cada vez que les proporcionamos felicidad, nos proporcionamos a nosotros mismos felicidad futura.
El karma, pues, no es fatalismo ni predestinación. Karma es nuestra capacidad de crear y cambiar. Es creativo, porque podemos determinar cómo y por qué actuamos. Podemos cambiar. El futuro está en nuestras manos, y en manos de nuestro corazón.
”El karma lo crea todo, como un artista,
el karma compone, como un bailarín.”
Dado que todo es impermanente, fluido e interdependiente, nuestra forma de obrar y pensar modifica inevitablemente el futuro. No hay ninguna situación, por desesperada o terrible que parezca, como una enfermedad mortal, por ejemplo, que no se pueda utilizar para evolucionar. Y no hay ningún crimen ni crueldad que el arrepentimiento sincero y la auténtica práctica espiritual no puedan purificar.
Se dice que «la acción negativa tiene una buena cualidad: puede redimirse». De modo que siempre hay esperanza. Aun los asesinos y los criminales más empedernidos pueden cambiar y vencer el condicionamiento que los condujo a sus crímenes. Si la utilizamos hábilmente y con sabiduría, nuestra condición actual puede servirnos de inspiración para liberarnos de las cadenas del sufrimiento.
Cualquier cosa que nos esté ocurriendo ahora es reflejo de nuestro karma pasado. Si sabemos eso, si lo sabemos realmente, cuando nos acosan el sufrimiento y las dificultades no los con- sideramos un fracaso o un desastre especial, ni concebimos en modo alguno el sufrimiento como un castigo. Tampoco nos acusamos ni nos dejamos llevar por el odio hacia nosotros mismos. Vemos el dolor que estamos experimentando como el cumplimiento de los efectos, los frutos, de un karma pasado.
Los tibetanos dicen que el sufrimiento es «una escoba que barre todo nuestro karma negativo». Incluso podemos sentirnos agradecidos porque un karma está llegando a su fin. Sabemos que la «buena suerte», un fruto del buen karma, puede acabarse pronto si no la utilizamos bien, y que la «desgracia», resultado del karma negativo, en realidad puede estar ofreciéndonos una mag- oportunidad de evolucionar.
¿Es realmente tan difícil ver el karma en funcionamiento? ¿Acaso no nos basta contemplar nuestra propia vida para ver claramente las consecuencias de algunos de nuestros actos? Cuan-do perjudicamos o herimos a alguien, ¿no se volvió nuestra acción contra nosotros? ¿No nos quedó un recuerdo amargo y negro, y las sombras del autodesprecio? Ese recuerdo y esas sombras son karma. Nuestros hábitos y temores también se deben al karma y son consecuencia de actos, palabras o pensamientos del pasado. Si examinamos nuestras acciones y les pres- tamos verdadera atención, veremos que hay una pauta que se repite en nuestros actos. Cada vez que actuamos de un modo negativo, la consecuencia es dolor y sufrimiento; cada vez que actuamos de un modo positivo, tarde o temprano el resultado es felicidad.
Mucha gente se siente amenazada por la realidad del karma, porque empiezan a darse cuenta de que no pueden escapar a esta ley natural. Hay quienes manifiestan un desprecio absoluto por el karma, pero en su interior albergan profundas dudas sobre su propia negación. Puede que durante el día muestren un osado desdén hacia toda moralidad, una confianza artificial y despreocupada, pero a solas por la noche su mente está con frecuencia sombría y angustiada.
Nunca debemos olvidar que es por medio de nuestros actos, palabras y pensamientos como tenemos una elección. Y si queremos podemos poner fin al sufrimiento y a las causas del sufrimiento, y contribuir a que despierte en nosotros nuestro verdadero potencial, nuestra naturaleza de luz. Hasta que esta naturaleza de luz no esté completamente despierta y nos veamos liberados de nuestra ignorancia y nos fusionemos con la mente iluminada inmortal, la sucesión de nacimientos y muertes no tendrá fin. Así pues, nos dicen las enseñanzas, si no asumimos la responsabilidad más amplia posible respecto a nosotros mismos en esta vida, nuestro sufrimiento se prolongará no sólo durante unas cuantas, sino durante miles de vidas.
Es este grave conocimiento lo que hace pensar que las vidas futuras son más importantes incluso que ésta, puesto que son muchas más las que nos aguardan en el futuro. Esta visión a largo plazo rige la forma de vivir. Si sacrificamos toda la eternidad por esta vida es como si nos gastáramos los ahorros de toda la vida en tomar una copa, prescindiendo neciamente de las consecuencias.
Pero si observamos la ley del karma y despertamos en nosotros el buen corazón del amor y la compasión, si purificamos nuestro continuo mental y despertamos gradualmente la sabiduría de la naturaleza de nuestra mente, podemos llegar a convertirnos en un ser verdaderamente humano y, en último término, iluminado.
Del “Lbro tibetano de la vida y de la muerte”.
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