BALANCE CÓSMICO.
La creación es la obra del número Dos. Pero, ¿qué es el Dos? Es el Uno polarizado en positivo y negativo, masculino y femenino, activo y pasivo. Desde el momento en que hay manifestación, hay partición, división. Para manifestarse y darse a conocer, el Uno debe dividirse. La unidad es el privilegio de Dios mismo, su dominio exclusivo.
Dios, para crear el Uno, tuvo que convertirse en Dos. En el Uno no puede haber creación, porque no puede haber intercambios. Dios se proyectó, pues, fuera de Sí mismo polarizándose, y el universo nació de la existencia de estos dos polos. El polo positivo ejerce una atracción sobre el polo negativo, e inversamente. Es este mecanismo de acción y de reacción recíproca el que desencadena y mantiene el movimiento de la vida.
El Uno es una entidad encerrada en sí misma. Para salir, debe convertirse en Dos. En la Ciencia Iniciática, el Dos no es Uno+Uno, como en aritmética, sino el Uno que, para crear, se ha polarizado en positivo y negativo. Es importante entender que, cuando hablamos de estos principios, no les atribuimos valores psicológicos o morales a las palabras “positivo” y “negativo”.
No estamos diciendo que “positivo” implica algo bueno y constructivo, o que “negativo” denota algo malo y destructivo. Hay que interpretarlos acordándose de que estos términos pertenecen, en primer lugar, al vocabulario de las ciencias físicas en donde las dos grandes fuerzas son la electricidad y el magnetismo.
Ambas fuerzas están polarizadas. Ambas son positivas y negativas, emisoras y receptoras. Un enchufe eléctrico y un imán tienen dos polos. Cuando tomamos prestados estos términos, desde el plano de las fuerzas físicas naturales, y los aplicamos a los planos psíquicos y espirituales, vemos sus propiedades positivas, emisoras, como pertenecientes al principio masculino, y sus propiedades negativas o receptoras, como pertenecientes al principio femenino.
Dos principios fundamentales del universo, están reflejados en cada manifestación de la naturaleza y la vida: Son los principios masculino y femenino. Toda la creación es el resultado del trabajo concertado de estos dos principios, que son réplicas de los principios creativos del cosmos: el Padre Celestial, y la Madre Divina, de quienes hombres y mujeres son también el reflejo. Estos dos principios deben trabajar en conjunto: solos, cada uno es estéril.
Vistos únicamente desde el punto de vista físico, los seres humanos son bien hombres o mujeres, y muestran las características precisas e inmediatamente reconocibles de uno o de otra. Pero desde el punto de vista psíquico, es mucho más complejo, pues cada persona posee tanto el principio masculino como el femenino dentro de sí, y no se puede limitar a los hombres a sólo el principio masculino, o a las mujeres a sólo el principio femenino.
En la filosofía taoísta china, esta idea se representa por el símbolo del yin y el yang: La parte negra, yin, que representa el principio femenino, contiene un punto blanco, y la parte blanca, yang, que representa el principio masculino, contiene un punto negro, para expresar cómo lo masculino siempre posee una parte femenina, y la femenina, una parte masculina. Hombres y mujeres no son principios abstractos, sino combinaciones vivientes de lo masculino y femenino en proporciones desiguales, y pueden cambiar de sexo de una encarnación a la siguiente. En efecto, cada persona debe experimentar ambas condiciones, a fin de adquirir las cualidades de ambos principios en su totalidad.
Así como lo masculino y lo femenino, lleno y vacío son dos nociones inseparables. Lo vacío atrae a lo lleno, de manera que pueda ser llenado, y lo lleno busca lo vacío, para entregar su completitud. Desde el comienzo del tiempo, esta unión de vacío y lleno ha creado y mantenido la vida…
En muchos templos indios, se puede ver el lingam, el símbolo de Shiva, representado por un pequeño bloque vertical sobre una base horizontal. Aquellos que comentan sobre el símbolo, a menudo se detienen en el bloque vertical, que representa el falo, el órgano generativo, el principio masculino.
Pero también, deben considerar la base horizontal, que representa el principio femenino. El principio masculino es el espíritu, trabajando sobre principio femenino, la materia. Toda la creación es simplemente el resultado de estos dos principios trabajando juntos. Y así, tampoco deben ser considerados como cosas separadas en nuestra práctica espiritual. En India aún se pueden encontrar con hombres y mujeres con un punto rojo pintado entre sus cejas. Ahí es donde se sitúa el chakra Ajna, el centro de la clarividencia, de la visión espiritual. Pero si se concentran en este chakra, que es receptivo, femenino, también deben concentrarse en el chakra Sahasrara, ubicado en la parte superior del cráneo, que es emisivo, masculino. Cuando ambos principios se unen, se convierten en un lingam viviente.
El número Diez representa el “Conócete a ti mismo”.
El Uno entra en el Cero para animarlo, y ponerlo en movimiento. Lo que podemos expresar, también, con un punto en el centro de un círculo. El viento o espíritu de Dios, es el principio masculino que cubre la materia -simbolizada aquí por el agua- para fertilizarla. El agua es el círculo, el Cero, y el espíritu de Dios, es el punto, el Uno.
Sin el espíritu que la anima, la materia permanece “tohu vabohu”: informe y vacía. Pero cuando es acariciada, trabajada por el espíritu, todas las posibilidades que contiene comienzan a manifestarse, y se convierte en un universo con soles, constelaciones, nebulosas. Nuestro universo representa, pues, el Cero, la materia que ha sido ya trabajada, animada y organizada por el espíritu, el Uno.
Todo lo que vemos en el universo está producido por el Uno y el Cero, por el Uno que penetra al Cero para animarlo. Se trata de un principio mecánico; el pistón debe entrar en movimiento en el interior del cilindro para accionar el motor. Sin este movimiento, nada marcha. ¿Y la rueda? ¿Qué es una rueda? Un Cero (el círculo) que gira alrededor de un eje central (el Uno). La rueda nos muestra al Uno trabajando en el Cero, al espíritu que pone a la materia en actividad. Y la tierra también tiene un eje alrededor del cual, su masa, el Cero, gira continuamente.
Aquél que conoce el método para estudiar los números, ve cómo estos se vuelven significativos, vivos, activos. A fin de formar el número Diez, el Uno y el Cero deben estar unidos y en movimiento.
Todo acto que contribuye a mantener la vida en nosotros, corresponde al número Diez. Comer, es abrir la boca, el Cero, para introducir en ella el alimento, el Uno, y este encuentro produce una energía. ¿Y qué es ver? La acción de la luz, el Uno, que viene a dar en el ojo, el Cero. El mismo fenómeno se produce también con el sonido que llega hasta nuestro oído. En cuanto a nuestra cabeza, que es esférica, también es un Cero, y en este El Uno y el Cero, debe descender el Espíritu. Mientras no haya recibido el espíritu, nuestra cabeza, que es un Cero, no fabrica más que estupideces. Pero el día en que es visitada por el rayo celestial, trae al mundo un hijo divino y nos convertimos en Diez. Hasta entonces, sólo somos un Cero. Ustedes dirán: “¡Vaya unas interpretaciones!” Pues sí, son interpretaciones…
Y el número Diez está también en nosotros: es el intelecto, el Uno, y el corazón, el Cero. A través del intelecto debemos entrar en el corazón (el nuestro y el de los demás) a fim de iluminarlo y de hacer un trabajo con él. El intelecto debe, análogamente al pistón, entrar en el corazón y salir de él. El que no utiliza de esta manera su intelecto, es incapaz de comprender nada, y sobre todo, incapaz de conocerse.
Podemos decir que el número Diez representa el “Conócete a ti mismo“. Es penetrando con su luz las profundas cavernas del corazón, que la sabiduría descubre sus tesoros, los filones escondidos de piedras, de metales y de líquidos preciosos. En este pozo oscuro del corazón, el intelecto desciende y remonta; desciende y remonta a fin de hacer salir del pozo el agua preciosa. El número Diez representa, pues, el trabajo del intelecto sobre el corazón, pero también el del espíritu sobre el alma. En su significado sublime, el Diez representa al hombre cuyo espíritu se sumerge en los abismos del Alma cósmica para penetrar sus misterios, y sale de él iluminado.
Hay que llegar a conocer el Diez en los planos superiores. En toda criatura existe un aspecto femenino, que es la oscuridad, y un aspecto masculino, que aporta la luz. Descubrimos estos dos aspectos particularmente desarrollados en todos los seres que han sido grandes creadores. El Diez sin luz, es un Diez en el mundo de dos dimensiones; en el mundo de tres dimensiones, el Diez está en acción en el seno de la luz.
En un plano superior, lo masculino y femenino son uno.
El que sabe trabajar con el Diez se siente rico, completo, porque el Diez es el número del matrimonio. Este matrimonio al que tanto aspiran los humanos, este deseo de encontrar a un ser que sea su complemento, cada uno debe realizarlo, en primer lugar, dentro de sí mismo. ¿Cómo casarse interiormente para formar el Diez? ¿Con qué y con quién casarse?
He ahí lo esencial. Todo el mundo debe casarse, ¡no debe quedar ni un solo soltero! Y este matrimonio al que debemos aspirar, es el de la materia y de Dios en nosotros, el matrimonio de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.
Espíritu y Materia… Los dos principios, masculino y femenino, están en el origen de la creación. Ninguna creación de ningún tipo es posible con un sólo principio; es preciso que ambos estén juntos y unidos. Estos dos principios existen, en primer lugar, arriba, el Padre Celestial y la Madre Divina, y engendran continuamente mundos poblados por miríadas de criaturas. En el plano físico, lo masculino tiene una existencia distinta de lo femenino, pero, arriba, masculino y femenino son uno.
El principio masculino es, pues, el primero y debe seguir siéndolo. Significa que el principio primordial (espíritu) emergió de su estado de extrema sutileza, a fin de condensarse, y al condensarse, creó otro principio (la materia).
Pero, que los hombres no se pavoneen, ni las mujeres se sientan ofendidas: digo “el principio masculino” y no el hombre. Aquí, se trata sólo de principios. Y el mito del pecado original también trata sobre principios, y no sobre un hombre y una mujer. Todas las desgracias de los humanos provienen de su rechazo a la jerarquía en el universo. Se trata de la inversión del orden adecuado de ambos principios.
Quizás algunos de ustedes pensarán que todo esto es muy complicado. Al contrario, es todo muy simple, muy claro. Si les parece complicado, es porque no están acostumbrados a pensar y razonar a la luz de los grandes símbolos universales.
En cada área de la creación, el equilibrio existe.
El principio masculino se define como activo, y el principio femenino como pasivo, pero la pasividad tiene un papel tan importante como la actividad. Porque, si el principio masculino aporta el contenido, el principio femenino aporta el continente, la forma, y la forma está dotada de un formidable poder de atracción. El principio femenino se define como pasivo para oponerlo al principio masculino, activo. En realidad, el principio femenino no es inactivo, ejerce una acción, y esta acción, que adopta el aspecto de la pasividad, es extremadamente eficaz.
En vez de proyectarse hacia adelante, como el principio masculino, el principio femenino, atrae hacia él. Esta es su actividad, y aquél que no tiene una verdadera resistencia a oponérsele, es absorbido. La actividad masculina es más visible, pero no es más poderosa. Podemos decir que ser activo es ir desde el centro hacia la periferia, y ser pasivo, es atraer los elementos de la periferia hacia el centro. Y aunque esta atracción no sea muy visible, es real, actúa.
¿Cuál es el lugar respectivo de lo masculino y de lo femenino? Será preciso que, un día, los hombres y las mujeres acaben por resolver este problema que no cesa de enfrentarlos entre sí. Durante siglos, milenios, el hombre ha hecho pesar su dominación sobre la mujer, y ahora empezamos a ver la dominación inversa: la mujer se vuelve audaz, ya no acepta estar sometida al hombre, quiere tener los mismos derechos que él, está dispuesta, incluso, a jugar su papel, a tomar su lugar. Es normal, es la ley de la compensación. El hombre ha ido demasiado lejos. En vez de ser un modelo de honestidad, de bondad, de justicia; para conservar la estima y la admiración de la mujer, ha abusado de su autoridad y de su superioridad física sobre ella, se ha otorgado todos los derechos, y a la mujer, sólo le ha impuesto deberes.
¿Cómo podía esperar que esta situación durase eternamente? Ambas partes adquieren sabiduría y reconocen que son verdaderamente iguales: no iguales en las mismas esferas, pero iguales en la importancia de sus respectivas funciones.
En cada área de la creación, el equilibrio existe porque dos fuerzas complementarias existen. La solución no está en que se produzca una nivelación entre los hombres y las mujeres: en que las mujeres acaben haciendo la guerra y los hombres dando el biberón. Es totalmente normal que la mujer desee tener las mismas libertades que el hombre y dar muestras de tanta iniciativa como él, pero esto puede conseguirlo sin imitar al hombre, sin querer reemplazarle o incluso eliminarle. La libertad, la audacia, el espíritu de iniciativa, son cualidades que las mujeres pueden desarrollar, sí, pero profundizando, al mismo tiempo, lo que es la esencia del principio femenino.
Ni el hombre ni la mujer deben dominar al otro, sino que cada uno de ellos debe esforzarse por dominar su propio terreno. Que las mujeres quieran conquistar una libertad y unos derechos de los que les habían privado los hombres, es normal, pero deben tratar de conseguirlo profundizando en las riquezas de su propia naturaleza y no tratando de imitar a los hombres en su forma de vida, su comportamiento, su manera de ser, etc. Porque ello prueba una incomprensión de las verdades eternas, y lo deberán pagar muy caro. El equilibrio de la vida está fundado en la polarización, es decir, en la existencia de dos polos de naturaleza diferente para que los intercambios puedan realizarse entre ellos. Si hay uniformización de estos polos, los intercambios no podrán realizarse, estos intercambios magníficos que son fuente de gozo y de inspiración.
Cada criatura sabe que debe encontrar su complemento .
Consciente o inconscientemente, todas las criaturas reconocen la importancia de los dos principios. Cuando un hombre piensa que ha hallado a su mujer, está listo para abandonar todo por poseerla, porque, sin su conocimiento, ella tiene lo que a él le falta, ella complementa su naturaleza. Un rey abdicará a su trono y abandonará a sus súbditos por una mujer… ¿cómo puede ser ella, por más irresistible que fuere, más importante para él que millones de súbditos, un ejército completo, un tesoro real con joyas fabulosas? De hecho no es la mujer en sí, sino el principio complementario del que carece, y que necesitan tanto el campesino como el rey… más que nada en el mundo.
Para la mujer, el principio complementario también es esencial: irá contra su familia, la buena opinión del resto del mundo, y contra el cielo y la tierra, para obtener al hombre que ama. Cómo puede ser esto equivocado, si en el corazón humano están inscritas las siguientes palabras por el Padre Celestial y la Madre Divina: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”. En el corazón de su corazón, cada criatura sabe que debe hallar su complemento, la parte que le completa y le hace entera.
Es por esto que siempre está buscando, está tras todo lo que haga, sea de carácter científico, filosófico, artístico, religioso… siempre está buscando su complemento. ¿Por qué un hombre se enamora de una mujer en particular, generalmente con exclusión del resto de las mujeres? Porque ella refleja el otro lado de sí mismo, el lado que les falta.
Los seres humanos están polarizados, y esta polarización les lleva a buscar el polo opuesto en un hombre, una mujer, incluso en Dios. Pues, sin importar como pueda mostrarse, siempre buscan la otra parte de sí mismos. Los místicos dicen que están buscando a Dios, porque Dios es lo que les falta, la parte con la que desean unirse y volverse uno, a fin de ser una entidad completa, perfecta. Hasta entonces sufren, pues están desunidos, mutilados. Consciente o inconscientemente, todos los seres buscan una sola cosa: su principio complementario, aquel que la Ciencia Iniciática llama el alma gemela, la plenitud o realización, paz, omnisciencia, omnipotencia, Dios mismo. Todos buscan lo mismo, lo único que les diferencia, es la forma.
Cada ser humano posee su alma gemela. En el momento en que el hombre salió como una llama, como una chispa del seno del Creador, eran dos en uno, y estas dos partes se completan perfectamente; cada uno era la perfecta mitad del otro. Sí, en el origen, el ser humano era a la vez hombre y mujer, y se llama «andrógino» a este ser completo. Después, a lo largo de la evolución, los dos polos positivo y negativo de esta unidad se dividieron; fue entonces cuando se produjo la separación de sexos, yéndose cada mitad por su lado para evolucionar separadamente. Si estas dos mitades pueden reconocerse a lo largo de su evolución, es porque cada una lleva la imagen de la otra en lo más profundo de su ser; cada una ha marcado a la otra con su sello.
Todo ser humano posee la imagen de su alma gemela dentro de sí. Esta imagen es muy borrosa, pero existe. Por ello cada uno viene a la tierra con la esperanza de que encontrará en alguna parte un alma que le dará todo lo que necesita y que habrá entre él y esta alma una armonía, una fusión indescriptibles. El alma gemela entrega una forma de plenitud al otro, que nadie más puede dar.
Así pues, todos los seres que se han encontrado desde el comienzo de sus múltiples encarnaciones, los maridos y las mujeres que han tenido, los amantes o queridas, todos les han dejado porque no eran para ustedes. Pueden haber estado juntos un tiempo, pero como una olla y una tapadera que no se adaptan. Mientras que dos almas que Dios ha creado juntas, están absolutamente hechas la una para la otra, nada puede separarlas y no tienen ningún temor de nada. Cuando, en una pareja, uno u otro tiene miedo de que un tercero venga a seducir a su compañero (y nada puede impedir que esto se produzca), ello significa que éste no es el verdadero bienamado, el alma gemela. Una mujer ama a un hombre, pero éste se va con otra; un hombre ama a una mujer, pero ella le abandona… Las almas gemelas, por el contrario, se reconocen con una certeza absoluta y no pueden abandonarse.
El ser humano encuentra a su alma gemela doce veces durante todas sus encamaciones terrestres. Pero lo más frecuente es que este encuentro provoque la muerte, porque las condiciones de existencia sobre la tierra se oponen a la realización de un amor tan perfecto, tan absoluto.
Desde el punto de vista filosófico se puede decir que nuestra alma gemela es nuestro Yo Superior, el polo opuesto de nosotros mismos. Si estamos abajo, el otro polo está arriba y comunica con el Cielo, con los Angeles, con Dios, en la perfección y en la plenitud. Por esta razón en todas las Iniciaciones se enseñaba a los discípulos a unirse a este otro polo. En la India, el Jnani yoga da métodos gracias a los cuales el yogi llega a unirse a su Yo superior, pues uniéndose a su Yo superior se une al mismo Dios. En Grecia encontramos la misma idea expresada en la fórmula inscrita en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo».
Todos buscamos nuestra alma gemela, pero la Ciencia iniciática nos dice que nadie puede encontrar en el exterior, lo que no ha encontrado ya en su interior, de otra manera pasarán por delante sin verlo. Cuanto más descubran la belleza en su interior, más la descubrirán exteriomente en el plano físico. Pueden pensar que si no la han visto antes es porque no estaba ahí… Sí, estaba ahí, pero permanecía invisible porque dentro de ustedes había algo que todavía no estaba despierto, desarrollado. Pero ahora que la han visto interiormente, también la verán exteriomente, porque el mundo exterior no está hecho más que de reflejos del mundo interior. No busquen nunca nada exteriormente si no han intentado primeramente encontrarlo dentro de ustedes.
El secreto más grande de la Ciencia Iniciática.
La cuestión del amor será aún más significativa para las generaciones futuras, todas las demás cuestiones palidecerán y el mundo entero no se preocupará más que de esta cuestión vital: cómo amar, cómo llegar a ser una divinidad a través del amor. Porque el amor es Dios, Dios es amor, si poseen un entendimiento correcto del amor, poseen un entendimiento correcto de Dios. En los antiguos Santuarios Iniciáticos, en los Grandes Misterios, a las personas se les enseñaba que el amor era la vía para la perfección y la libertad verdadera.
El ser humano perfecto, el ser humano ideal, el ser humano tal como la Inteligencia Cósmica lo ha creado en sus talleres, se parece al sol, y lo que emana de él es de la misma quintaesencia que la luz solar, pero en estado etérico. En el futuro todos estarán concientes del amor, esta fuerza, esta vibración que domina la materia, y todos querrán absorber la Luz.
Cuando dos personas sienten un amor muy puro el uno por el otro, cuando se aman a través de sus almas, de sus espíritus, ¡cómo se miran! Una mirada es suficiente, si es una mirada divina… E incluso, cuando en el futuro un hombre y una mujer quieran traer un niño al mundo, simplemente estarán en los brazos el uno del otro, se mirarán como para darse el Cielo, y sus pensamientos serán tan uniformes, su amor tan intenso, que un espíritu vendrá en poco tiempo a encarnarse a su lado; su cuerpo estará formado por partículas puras y luminosas que habrán emanado al mismo tiempo de este hombre y de esta mujer. Estáis asombrados, pero es posible. Se trata de un futuro lejano, pero esta evolución se encuentra en los proyectos de la Inteligencia Cósmica.
Tanto el hombre como la mujer son los conductores de los dos Principios cósmicos, masculino y femenino. El hombre intenta encarnar la grandeza, nobleza, inteligencia, infinito poder y perfección del principio masculino que representa Dios, y la mujer intenta encarnar la belleza, pureza, ternura, delicadeza, y sutileza del principio femenino que representa la Madre divina. Así ambos vibran conscientemente al unísono, con la Unidad que ha creado toda belleza, alegría, pureza y perfección.
Todas las mujeres reflejan la gloria de la Mujer Cósmica, su belleza es el reflejo de la Madre Divina, que incorpora toda la belleza, que es Perfección, y todos los hombres reflejan, en un mayor o menor grado, el esplendor y la gloria de Dios.
Un gran Maestro podría, si quisiera, fertilizar a todas las mujeres sobre el planeta, sin verlas o acercarse a ellas, bajo la condición de que acepten este ideal, pues en este caso esa sería la “semilla”. Ustedes cómo es posible que una pequeña idea fertilice a todas las mujeres en el mundo. No es posible en el plano físico, pero sí en el espiritual.
Cuando las mujeres decidan consagrarse al Cielo para que toda esta materia maravillosa que ellas poseen pueda ser utilizada en un fin divino, centros de luz surgirán en toda la tierra, y todos comenzarán a hablar el lenguaje de la nueva vida, el lenguaje del amor divino. ¿Qué esperan para decidirse? En vista de esta situación, declaro ahora lo siguiente:
“Todas las mujeres sobre la tierra, estén casadas o no, madres de familia o no, deben volverse conscientes ahora de sus posibilidades y de su deber sagrado: mejorar al mundo al contribuir con sus emanaciones creativas inherentes, a la formación de un nuevo cuerpo colectivo, el Reino de Dios sobre la tierra.
Si aceptan ampliar el rango de su conciencia, y ver las cosas de una manera a la que acostumbra, verán lo que la Magia divina puede hacer por el mundo. ¡Si aceptan realizar este trabajo, esto las volverá verdaderamente bellas! ¡Cuando conciban el Ideal de una Edad de Oro, irradiarán con la juventud y belleza del Niño cósmico!Serán alimentadas en su ser interno por la idea de que han hecho posible la realización del Reino de Dios, y esto les traerá Alegría y Belleza Eternas.”
Hoy les he entregado uno de los más grandes secretos de la Ciencia iniciática.