Toda fuerza puesta en acción, busca su equilibrio en el curso del tiempo.
Toda acción crea una causa, que producirá un efecto de la misma naturaleza.
Ya desde antiguo viene dándose a conocer a la humanidad, empeñada en su propia desdicha, más por ignorancia que por intención, el fundamento de esta ley. Y así, podemos entresacar frases como éstas:
«Lo que el hombre siembre, también ha de cosechar» (Cálateos 6:7).
«Ten la seguridad de que tu pecado ha de alcanzarte» (32:33 del Judaismo).
«Toda alma será recompensada por lo que ha ganado y no sufrirá injusticia» (El Corán 45:21).
El bien y el mal no caen erróneamente sobre los hombres, sino que los Cielos envían miseria o felicidad, según su conducta» (Confucionismo).
Hay dichos populares diversos, que dan fuerza a este aserto:
«El que las hace, las paga.»
«Con la vara que midas, serás medido.»
«Quien mal anda, mal acaba.»
«Quien a hierro mata, a hierro muere.»
«Quien siembra vientos, recoge tempestades.»
«Hijo eres, padre serás; como hicieres, encontrarás.». Y otros muchos.
Todos esos cuadros humanos de dolor, fracaso, destrucción y miseria, NO son obra de la casualidad ni de la llamada mala suerte, ni del castigo de Dios. No personalicemos a la Divinidad Creadora. ¡No empequeñezcamos a esa Poderosa Fuerza Cósmica, que es el Eterno Amor! Porque, Dios no castiga.
EL DOLOR HUMANO, ES LA COSECHA DE LA SIEMBRA, ES EL EFECTO DE LA CAUSA. LA SIEMBRA ES VOLUNTARIA, LA COSECHA OBLIGATORIA.
Quien dominado por el egoísmo, orgullo, envidia, odio, etcétera, cause daño o perjuicio a sus semejantes; estará sembrando la semilla cuyo fruto será su propia desventura, y el mismo perjuicio y dolor que causare, PORQUE NADIE PUEDE ESCAPAR DE LAS CONSECUENCIAS DE SUS PROPIAS ACCIONES.
No existe la casualidad ni la llamada mala o buena suerte. En todo fenómeno existe una causalidad. Todo en el Universo, del cual formamos parte, está regido por fuerzas poderosas que denominamos leyes. Estamos inmersos en un océano de vibraciones, que inciden en nuestro psiquismo, de acuerdo con nuestra actitud mental.
Esas leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, han sido creadas en una armonía perfecta para un orden perfecto. Y lo imperfecto que apreciamos en nuestro mundo, es obra del hombre, no de Dios. LO PERFECTO NO PUEDE CREAR IMPERFECCIONES.
Todos esos cuadros de dolor, fracaso, destrucción y miseria, son el efecto de causas. El hombre sufre, porque él mismo ha atraído el sufrimiento con sus acciones de maldad, con sus trasgresiones a las leyes naturales y espirituales, que son leyes divinas; con sus sentimientos y pensamientos ruines, que han ido acumulándose en el alma y conformando su destino, su karma.
Si para obtener un beneficio personal, yo engaño a alguien, perjudicándole o causándole daño en algún modo; o enceguecido por alguna pasión, le deseo algún mal; ese deseo, si le doy cabida, crea en mi mente pensamientos de maldad hacia esa persona. Y esos pensamientos son fuerzas destructoras que hacen impacto en la persona hacia quien van dirigidos. Al emitir yo esos pensamientos de maldad, estoy vibrando en esa tónica negativa, que por afinidad, atrae hacia mí pensamientos de la misma naturaleza, que incidirán en mi mente y en mi alma (pensamientos y sentimientos), agudizando más y más esa pasión que, si no estoy alerta, me llevarán a cometer errores y actos de maldad que producirán sufrimientos en otros.
Y aquí actúa la ley de consecuencias o de causa y efecto, DEVOLVIÉNDOME EN UN DETERMINADO MOMENTO DE MI VIDA PRESENTE O FUTURA, LOS MISMOS SUFRIMIENTOS QUE HAYAN CAUSADO.
Es decir que, con todo el mal que yo cause a los demás, estoy adquiriendo una deuda que habré de pagar, tarde o temprano; estoy creando las causas que producirán en MI SU EFECTO DE LA MISMA NATURALEZA, O SEA, EL DAÑO QUE CAUSARE A LOS DEMÁS.
Por esta misma ley, toda acción de bien, de ayuda a los demás; todo acto de servicio desinteresado; todo sentimiento de amor y pensamiento de ayuda hacia mis semejantes y todo lo creado; RETORNARAN A MI CON EL BIENESTAR Y DICHA QUE HAYAN PRODUCIDO. No importa el tiempo que tarde, pues esta ley no actúa tan de inmediato como la ley física de acción y reacción; pero, esas vibraciones, esas fuerzas psicosomáticas, retornarán a mí en el momento oportuno que la Ley señale, CON TODAS LAS CONSECUENCIAS PRODUCIDAS.
La creencia en la existencia del perdón y de la gracia, tal como muchos la entienden, es la causa de tantos errores y maldades; es la valla que detiene el progreso moral de la humanidad de nuestro mundo occidental.
Si bien es verdad que el más favorecido por el perdón es precisamente la víctima, o sea, quien perdona; porque no se une al victimario por los lazos de odio, que tanto daño hace al alma y a la salud del cuerpo, y aún al pasar el umbral del Más Allá; el perdón de la víctima, no puede borrar la falta del victimario. Porque, toda acción es una fuerza psicocinética que graba, mancha, densifica el alma de quien la realiza. Así, las acciones, sentimientos y pensamientos de maldad, impregnan el alma de un magnetismo denso, deletéreo que, ni el arrepentimiento ni el perdón, podrán borrar, ya que el perdón de la víctima no da al victimario la tranquilidad perdida; sino el dolor purificador, pasando por el mismo sufrimiento que haya causado.
Empero, el Eterno Amor, ofrece un recurso maravilloso para depurar el alma de ese magnetismo deletéreo: el AMOR; el amor sentido y realizado en la práctica del bien. Sólo cuando estemos vibrando en Amor (con mayúscula), cuando amemos a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos y entremos en la práctica del bien, aliviando el sufrimiento humano y otras múltiples modalidades; sólo entonces nos asemejaremos a Cristo, porque estaremos unidos a esa vibración divina, poderosa, y nuestra alma irá depurándose.
Es increíble que se acepten ciertas creencias que un detenido análisis rechaza por ilógicas e inadmisibles, y son contrarias a la ley del progreso del ser espiritual. Pero, como son más cómodas..., como ellas no piden el esfuerzo de la propia superación, son las que siguen las mentalidades infantiles que aún continúan creyendo en la cigüeña y en los Reyes Magos. De todo lo expuesto se deduce que, TODO EL BIEN O EL MAL QUE HAGAMOS A LOS DEMÁS, LO HACEMOS A NOSOTROS MISMOS. Tenemos libertad de acción, podemos hacer lo que nos plazca; pero, somos responsables de las consecuencias de nuestros actos, pensamientos, sentimientos y deseos.
De aquí, se desprende esta conclusión: cada vez que hagamos un bien o un mal a alguien, estamos haciéndolo para nosotros mismos: porque nadie puede escapar a las consecuencias de sus propias acciones.
Cuando la humanidad haya asimilado este principio fundamental para una mejor convivencia humana, ¡qué mundo maravilloso será el nuestro!
Por ello, aquel reformador social —el sublime Profeta Nazareno— repetía con frecuencia a quienes presenciaban sus famosas sanaciones: «HAZ CON TU PRÓJIMO COMO QUIERES QUE SE HAGA CONTIGO».
Toda acción crea una causa, que producirá un efecto de la misma naturaleza.
Ya desde antiguo viene dándose a conocer a la humanidad, empeñada en su propia desdicha, más por ignorancia que por intención, el fundamento de esta ley. Y así, podemos entresacar frases como éstas:
«Lo que el hombre siembre, también ha de cosechar» (Cálateos 6:7).
«Ten la seguridad de que tu pecado ha de alcanzarte» (32:33 del Judaismo).
«Toda alma será recompensada por lo que ha ganado y no sufrirá injusticia» (El Corán 45:21).
El bien y el mal no caen erróneamente sobre los hombres, sino que los Cielos envían miseria o felicidad, según su conducta» (Confucionismo).
Hay dichos populares diversos, que dan fuerza a este aserto:
«El que las hace, las paga.»
«Con la vara que midas, serás medido.»
«Quien mal anda, mal acaba.»
«Quien a hierro mata, a hierro muere.»
«Quien siembra vientos, recoge tempestades.»
«Hijo eres, padre serás; como hicieres, encontrarás.». Y otros muchos.
Todos esos cuadros humanos de dolor, fracaso, destrucción y miseria, NO son obra de la casualidad ni de la llamada mala suerte, ni del castigo de Dios. No personalicemos a la Divinidad Creadora. ¡No empequeñezcamos a esa Poderosa Fuerza Cósmica, que es el Eterno Amor! Porque, Dios no castiga.
EL DOLOR HUMANO, ES LA COSECHA DE LA SIEMBRA, ES EL EFECTO DE LA CAUSA. LA SIEMBRA ES VOLUNTARIA, LA COSECHA OBLIGATORIA.
Quien dominado por el egoísmo, orgullo, envidia, odio, etcétera, cause daño o perjuicio a sus semejantes; estará sembrando la semilla cuyo fruto será su propia desventura, y el mismo perjuicio y dolor que causare, PORQUE NADIE PUEDE ESCAPAR DE LAS CONSECUENCIAS DE SUS PROPIAS ACCIONES.
No existe la casualidad ni la llamada mala o buena suerte. En todo fenómeno existe una causalidad. Todo en el Universo, del cual formamos parte, está regido por fuerzas poderosas que denominamos leyes. Estamos inmersos en un océano de vibraciones, que inciden en nuestro psiquismo, de acuerdo con nuestra actitud mental.
Esas leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, han sido creadas en una armonía perfecta para un orden perfecto. Y lo imperfecto que apreciamos en nuestro mundo, es obra del hombre, no de Dios. LO PERFECTO NO PUEDE CREAR IMPERFECCIONES.
Todos esos cuadros de dolor, fracaso, destrucción y miseria, son el efecto de causas. El hombre sufre, porque él mismo ha atraído el sufrimiento con sus acciones de maldad, con sus trasgresiones a las leyes naturales y espirituales, que son leyes divinas; con sus sentimientos y pensamientos ruines, que han ido acumulándose en el alma y conformando su destino, su karma.
Si para obtener un beneficio personal, yo engaño a alguien, perjudicándole o causándole daño en algún modo; o enceguecido por alguna pasión, le deseo algún mal; ese deseo, si le doy cabida, crea en mi mente pensamientos de maldad hacia esa persona. Y esos pensamientos son fuerzas destructoras que hacen impacto en la persona hacia quien van dirigidos. Al emitir yo esos pensamientos de maldad, estoy vibrando en esa tónica negativa, que por afinidad, atrae hacia mí pensamientos de la misma naturaleza, que incidirán en mi mente y en mi alma (pensamientos y sentimientos), agudizando más y más esa pasión que, si no estoy alerta, me llevarán a cometer errores y actos de maldad que producirán sufrimientos en otros.
Y aquí actúa la ley de consecuencias o de causa y efecto, DEVOLVIÉNDOME EN UN DETERMINADO MOMENTO DE MI VIDA PRESENTE O FUTURA, LOS MISMOS SUFRIMIENTOS QUE HAYAN CAUSADO.
Es decir que, con todo el mal que yo cause a los demás, estoy adquiriendo una deuda que habré de pagar, tarde o temprano; estoy creando las causas que producirán en MI SU EFECTO DE LA MISMA NATURALEZA, O SEA, EL DAÑO QUE CAUSARE A LOS DEMÁS.
Por esta misma ley, toda acción de bien, de ayuda a los demás; todo acto de servicio desinteresado; todo sentimiento de amor y pensamiento de ayuda hacia mis semejantes y todo lo creado; RETORNARAN A MI CON EL BIENESTAR Y DICHA QUE HAYAN PRODUCIDO. No importa el tiempo que tarde, pues esta ley no actúa tan de inmediato como la ley física de acción y reacción; pero, esas vibraciones, esas fuerzas psicosomáticas, retornarán a mí en el momento oportuno que la Ley señale, CON TODAS LAS CONSECUENCIAS PRODUCIDAS.
La creencia en la existencia del perdón y de la gracia, tal como muchos la entienden, es la causa de tantos errores y maldades; es la valla que detiene el progreso moral de la humanidad de nuestro mundo occidental.
Si bien es verdad que el más favorecido por el perdón es precisamente la víctima, o sea, quien perdona; porque no se une al victimario por los lazos de odio, que tanto daño hace al alma y a la salud del cuerpo, y aún al pasar el umbral del Más Allá; el perdón de la víctima, no puede borrar la falta del victimario. Porque, toda acción es una fuerza psicocinética que graba, mancha, densifica el alma de quien la realiza. Así, las acciones, sentimientos y pensamientos de maldad, impregnan el alma de un magnetismo denso, deletéreo que, ni el arrepentimiento ni el perdón, podrán borrar, ya que el perdón de la víctima no da al victimario la tranquilidad perdida; sino el dolor purificador, pasando por el mismo sufrimiento que haya causado.
Empero, el Eterno Amor, ofrece un recurso maravilloso para depurar el alma de ese magnetismo deletéreo: el AMOR; el amor sentido y realizado en la práctica del bien. Sólo cuando estemos vibrando en Amor (con mayúscula), cuando amemos a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos y entremos en la práctica del bien, aliviando el sufrimiento humano y otras múltiples modalidades; sólo entonces nos asemejaremos a Cristo, porque estaremos unidos a esa vibración divina, poderosa, y nuestra alma irá depurándose.
Es increíble que se acepten ciertas creencias que un detenido análisis rechaza por ilógicas e inadmisibles, y son contrarias a la ley del progreso del ser espiritual. Pero, como son más cómodas..., como ellas no piden el esfuerzo de la propia superación, son las que siguen las mentalidades infantiles que aún continúan creyendo en la cigüeña y en los Reyes Magos. De todo lo expuesto se deduce que, TODO EL BIEN O EL MAL QUE HAGAMOS A LOS DEMÁS, LO HACEMOS A NOSOTROS MISMOS. Tenemos libertad de acción, podemos hacer lo que nos plazca; pero, somos responsables de las consecuencias de nuestros actos, pensamientos, sentimientos y deseos.
De aquí, se desprende esta conclusión: cada vez que hagamos un bien o un mal a alguien, estamos haciéndolo para nosotros mismos: porque nadie puede escapar a las consecuencias de sus propias acciones.
Cuando la humanidad haya asimilado este principio fundamental para una mejor convivencia humana, ¡qué mundo maravilloso será el nuestro!
Por ello, aquel reformador social —el sublime Profeta Nazareno— repetía con frecuencia a quienes presenciaban sus famosas sanaciones: «HAZ CON TU PRÓJIMO COMO QUIERES QUE SE HAGA CONTIGO».
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