Es en
ese desierto de tu soledad del "yo" cuando dejas de comer tanto
conocimiento indigesto y tóxico y te purificas mentalmente. Te preguntas si tú
eres el pensamiento, si tú eres quien por dentro hace las preguntas y si es
así, entonces quién es el que escucha.
Ves que
esto no es más que un juego, una ilusión. Te descubres a ti mismo, te hallas
interiormente y descubres que en realidad eres otro sin el "yo" que
tanto cacarea en tu pensamiento.
Te
sientes que eres otro cuando te observas más allá del pensamiento. Hallas un Yo
más elevado, sabio, que habla en el silencio del desierto, como el rumor del
viento. Entonces te aparece un tentador, que no es otro que tu "yo"
mental que te ofrece nuevamente los caminos del poder, de la codicia, de la
pasión, de la vanidad y del deseo.
Pero tú
lo ves claramente y descubres que hace mucho tiempo, un poco después de que
aprendiste a hablar cuando eras niño, fuiste desplazado de tu cuerpo por este
demonio. Fuiste invadido por este parásito llamado pensamiento egoico. Entonces
le haces callar y le expulsas de tu vida.
Vuelves
a ser tú y te das cuenta que eres sabio, bondadoso, humilde, honesto, amoroso y
que todas esas cualidades siempre han estado ahí, dormidas aún por varias
encarnaciones. Y al ver la Luz interior que nuevamente brilla, cuando se ha
corrido el velo de la ilusión y la oscuridad, regresas del desierto y hallas un
camino estrecho, casi oculto, poco transitado, con un letrero modesto y bien
disimulado que dice: “camino del discipulado”.
Sientes
cierto temor y a la vez una leve vanidad provenientes de tu viejo
"yo" que aún se asoma a las vecindades de tu aura, pero no te
acobardas ni te dejas ensalzar. Te moderas, le reprendes y avanzas.
No bien
das unos pocos pasos, apartando la
maleza de tus emociones, ves el maravilloso resplandor de un discípulo de un
verdadero Maestro que te ha estado esperando pacientemente desde hace varios
años cuando por vez primera vio brillar en ti ese mágico punto de luz en el
corazón. Tú, caminante, te preguntas entonces si es en verdad un enviado del
Maestro o no es más que algún espejismo del desierto.
Este
amigo no te ofrece nada que sea fácil de alcanzar. No te pide ningún requisito
externo. Nada de dietas especiales, nada de abluciones ni de trajes. Tan solo
te muestra un espejo y te pregunta a quién ves. - Soy yo el que se ve reflejado
allí. - Ese que ves allí no es más que un espejismo. No eres tú. Es lo que
crees que eres o lo que te han dicho que eres.
- En el
desierto descubrí que soy en verdad un Yo Superior pero ese no se ve en el
espejo. - Has de caminar con este espejo largo tiempo y trabajar en tu mundo
interno hasta que veas quién eres. - ¿Y cómo podré hacer eso?. Mis ojos siempre
verán la cáscara externa y esa será la que se refleja. - Entonces no mires con
tus ojos ordinarios. Aprende a mirar con tu ojo interno y mírate en el espejo
de tu alma.
- ¿Y
cómo haré esto? - Medita largo tiempo, sé auténtico, honesto, transparente,
escucha en el silencio de tu ser. La luz espiritual que hay en ti es tu
verdadero Sendero hacia lo eterno, hacia la paz que tanto anhela tu corazón.
Síguela. Es el único Maestro que debes buscar. - ¿No me llevarás tú al Maestro?
Tú le conoces! - Sí que le conozco, pero nadie puede llevarte al Maestro. Tal
vez pueda indicarte algunas pautas para que por este camino te halles a ti
mismo. Si lo haces estarás a los pies del Maestro. Es él quien te hallará.
Tú,
caminante, sigues al discípulo pero ves que el camino es pedregoso, angosto, en
medio de trampas y desfiladeros y siempre cuesta arriba. Te asaltan dudas y
temores. - No es fácil el camino - Nadie dijo que era fácil! El Maestro vendrá
a ti cuando hayas recorrido más de la mitad del Sendero hacia la cima. Nunca
viene más abajo! Siempre vive en las alturas.
- ¿Podré
salvar tantos escollos? ¿No hay un camino más seguro? ¿Tal vez algún atajo
secreto? - Todos los atajos te llevan al desfiladero. Camina paso a paso si no
tienes luz. No camines jamás en la oscuridad. La única luz que te puede guiar
es tu luz interior.
- Solo
la he visto en el desierto, pero ahora que he vuelto a recorrer caminos la he
perdido. - Entonces detente y búscala. No camines en la oscuridad. Allí nadie
te guía y hasta tu propia sombra te es ajena. Esfuérzate en romper la oscuridad
de tu pensamiento. Ve más allá. Adéntrate en los senderos internos de tu alma,
ausculta tu corazón más allá de todo vano sentimiento. Ahí está. Ahí ha estado
siempre! - Guíame tú. Muéstrame tu luz.
- Si tu
ojo interno no está abierto, solo verás vagos reflejos. Solo si hallas tu luz
verás mi luz. Es la misma! Pero solo puedes verla con tu ojo interno iluminado.
- ¿Y si intento simplemente imitarte? - Dejarás de ser tú y te convertirás en
un reflejo. Te perderás en un "yo" que no conoces. No te busques en
mí, no soy más que un espejismo que se desvanece como una nube en el cielo. Mi
"yo" muere diariamente. Sigue solo a tu luz. Medita para hallarla y
si es necesario ¡regresa al desierto! - Entonces ¿para qué estás aquí?
- Para
mostrarte el espejo! Para decirte que si no matas al dragón de tu ego y a todos
los demonios de tu mente, te tirarán al desfiladero. Para decirte cuáles son
los demonios de tu ego. Yo solo soy el portero del camino y un guardián que te
advierte que en el sendero del discipulado el ego no está invitado. Si intentas
caminar con él terminarás de seguro en el abismo. Más te valdría haber seguido
por los viejos caminos, esos que implican grandes sufrimientos generados por la
ilusión y la ignorancia y que terminan en los pantanos de la muerte y te llevan
a despertar en otra vida para volver a iniciar el recorrido, porque finalmente
el sufrimiento es una fuerza que corroe la coraza de tu ego y permite que
después de largas edades la luz aflore.
- Pero
ya estoy hastiado de los senderos de la muerte.
-
Entonces enfréntate al dragón y vive. Sal de la ilusión de tu ordinario
pensamiento. Ve más allá de tus sentidos. Los demonios crean en tu mente
maravillosas fantasías con los que ellos perciben. Jamás verás la realidad con
ellos. Fueron hechos para percibir solo en el mundo físico y es lo único que
verás con ellos.
Tú
caminante sigues fielmente las instrucciones del discípulo. De vez en cuando
éste te hallaba en algún recodo del camino y te traía algún bálsamo para tu
alma. Una que otra vez te advirtió de algún inminente peligro. Cada cierto
tiempo te volvía a mostrar el espejo y preguntaba a quien veías. Una y otra vez
te mirabas en el espejo y cada vez veías más borroso el reflejo de tu
"yo".
Un día
lejano, después de haber recorrido el camino con atención, con total
concentración para no caer en una trampa, con gran discernimiento para decidir
en cada bifurcación, siguiendo a la luz de tu alma que cada vez iluminaba más
tu ojo interno, meditando a veces largas horas para hallar el rastro de la
divinidad interior que te revelaría el misterio del sendero, apareció el
discípulo con el espejo del "yo". - ¿A quién ves? - Solo veo luz. No
hay reflejo, no hay imagen, no hay espejo. Solo veo un destello de mi propia
alma y veo que mi luz se confunde con tu luz.
Entonces se oyó una voz como el rumor de muchas aguas. Era
la voz del Maestro:- Bienvenido al camino del discipulado. Aquí es donde
comienza tu entrenamiento para llegar a la cima. Yo te acompañaré de vez en
cuando y alumbraré el camino con mi lámpara para que tu pie no tropiece, pero
mi espíritu siempre estará contigo porque has logrado vencer a tus demonios
internos y ha muerto tu ego. Mereces ahora el ser admitido en el templo de los
que se capacitan para ser iluminados. Yo solo seré una luz en el camino. Tú
deberás hallarlo solo, hasta que tu luz interior se confunda con la mía.
Entoncesmm recorrerás los senderos de los Grandes Iniciados y llegarás a la
puerta de la iluminación para fundirte con el Todo. Allí, antes de entrar,
morirá también tu Yo superior y te sentirás como un cristal que se disuelve en
el océano de la Divinidad y al disolverte sabrás que siempre fuiste el océano.
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