miércoles, 11 de enero de 2017

LA CARCEL ESPIRITUAL.

La “cárcel espiritual” se manifiesta en la angustiante sensación interna de reconocer que aquello que estamos haciendo no está en consonancia con nuestro verdadero Ser.

Podremos no saber cómo describir ese estado con palabras, pero -llevado al sentir- hay un reconocimiento interno de que estamos desequilibrados, faltos de armonía y que nuestra vida carece de sentido.  La clave para liberarse está en animarse a sentir.

La invisibilidad del mito y los condicionamientos mentales se trascienden con la guía –también invisible- del corazón. Sintiendo, lo invisible se vuelve visible y uno reconoce dónde están los barrotes, porque la dimensión del corazón nos ofrece una mirada más pura y penetrante, que devela cualquier trampa por más sutil que sea.

Dar los primeros pasos no siempre resulta sencillo, porque para ello uno tiene que estar dispuesto a morir, en el sentido de dejar ir todos aquellos “beneficios” que la cárcel mental ofrece, tales como la sensación de seguridad, pertenencia, reconocimiento, etc.

El estar pendiente del “qué dirán” es un barrote, la importancia social es un barrote, la seguridad económica es un barrote, los mandatos familiares son barrotes, los deseos son barrotes. Son infinitos los barrotes de la cárcel mental, sin embargo todos se nutren del miedo como forma de control.

La puerta de salida es interna y la clave está en sentir para vibrar en el amor. Todo lo que hagamos desde el corazón es una gota que lima los barrotes. Si la cárcel fuese un vaso, poco a poco, con cada gota de amor, el agua se desborda y nos encontramos fuera. ¿Cuál gota es más importante? Todas, porque si una falta el agua no se derrama.

Lo mágico es que un vez que estamos fuera ya no vemos a la mente como una cárcel, sino como un verdadero trampolín que nos ayudó a dar el salto que transformó nuestra vida. Es ahí cuando abrazamos aquello que creíamos que era nuestra parte oscura para vibrar en unidad, y logramos alinear la mente y el corazón.

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