lunes, 23 de abril de 2018

DEL EGO HUMANO.

Por  JASCHA.

Somos seres de luz, sin límites ni fronteras, somos parte del Todo Universal que es Dios, estamos viviendo una experiencia terrena contenida en un cuerpo que enseña límites, a un ser que en esencia es ilimitado. Hemos escogido experimentar la magia de ser, encarnando en esta dimensión, en este planeta, en este cuerpo. Hemos olvidado temporalmente quienes somos, en un proceso de involución que va desde la grandiosidad del Ser hasta la expresión de ese mismo Ser en la materia. Aún en el olvido, sentimos nostalgia por nuestro Hogar espiritual que es el Todo. Esta nostalgia nos acompañará durante toda nuestra existencia, hasta que recordemos quiénes somos y comprendamos que en realidad nunca estamos solos.

 Este ser encarnado, ha olvidado quién es y se ha constreñido a sí mismo, imaginando que fue expulsado del Hogar (Paraíso). Siente culpa por no ser lo suficientemente bueno como para merecer retornar a su original estado de felicidad. Entonces, para defenderse de una realidad que percibe como adversa, crea capas y capas de protección en torno a sí mismo. Estas capas están llenas de miedo, culpa, rabia, frustración y nos acompañan incluso antes de nacer, están cargadas de la historia de la humanidad completa, de la cultura en la que nacemos, de las experiencias familiares, de los aprendizajes que otros nos trasmiten, de las creencias y juicios de la sociedad en que vivimos y de muchos componentes más. A estas capas que forman ilusoriamente una identidad, podemos llamarle ego.

 Nos sentimos separados y abandonados en esta existencia, sin saber quiénes somos. Nos pasamos la vida definiendo y defendiendo no sólo los roles que cumplimos, sino también nuestras creencias e interpretaciones sobre cómo deberíamos ser, en un inútil intento de identificarnos con algo y poder definirnos de alguna forma. Vivimos a través de nuestro asustado ego y, como hemos olvidado nuestros orígenes, entonces pensamos que somos esa construcción que creamos. Pero esa construcción, que en apariencia nos da seguridad, en realidad termina siendo nuestra cárcel. Cuando comenzamos nuestro proceso de despertar, esa parte nuestra a la cual le hemos dado tanta energía, inicia un legítimo proceso de defensa a modo de supervivencia. Reconocer la divinidad que habita en nosotros es el comienzo del fin del reinado del ego.

 Hay muchas formas de definir al ego, usualmente el concepto “ego”, se asocia a una persona que cuenta con una inflada y falsa autoestima y hace notar su aparente superioridad ante los demás en forma altanera. El ego es eso, pero es también mucho más. Para efectos de este libro, definiremos como ego: a los límites que le ponemos a nuestra grandiosidad espiritual para definirnos como humanos. El ego es esa parte nuestra que ha gobernado y sigue gobernando nuestra vida sin que tengamos conciencia de ello. El ego en sí mismo no es ni bueno ni malo, más bien es la creación que hacemos para respaldar nuestros conceptos de bueno y malo.

 Muchas corrientes espirituales proponen la eliminación o trascendencia del ego, yo estoy convencida que mientras más intentamos eliminarlo más lo fortalecemos. Al punto, que el ego se aparece con los más variados y sorprendente disfraces, incluidos algunos que pretenden ser espirituales. En cambio, cuando comprendemos que nuestro ego es simplemente la creación que hemos realizado para defendernos de la aparente separación que sentimos del Todo, entonces podemos poco a poco ir fundiéndolo con nuestra divinidad, hasta que llegue el sagrado momento en que recordemos por fin quienes somos. Nuestro ego puede hacernos sentir superiores, pero también inferiores a los demás. Somos hijos del mismo Dios, dentro nuestro habita el Todo inconmensurable, cualquier error que cometamos sintiéndonos superiores o inferiores a un hermano, tengamos por seguro que proviene del ego.

 Nuestra esencia sabe que no somos ni mejores ni peores que los demás y no confunde nuestra valía con nuestros aparentes éxitos o fracasos en este mundo. Nuestra divinidad sabe que debajo de todas las capas de la personalidad yace Dios mismo, perfecto, sereno y sabio. Cuando comenzamos, aunque sea sólo a percibir esta realidad, entonces el ego, construido para defender los artificiales límites que nos hemos auto-impuesto a través de nuestra vida, comienza a manifestarse de la más variadas formas. Mi madre solía decir que “más discurre un necesitado que mil sabios”, por su necesidad de atención el ego inventa mil artilugios para distraernos, llegando incluso a utilizar las mismas herramientas que en apariencia nos ayudan a quitarle poder.

 La mayor parte de nosotros tiene claro, por lo menos a nivel racional que somos mucho más que un cuerpo, prácticamente todas las personas creen tener un alma o una parte de sí mismo que trasciende el cuerpo. Si alguien padece una indigestión, no piensa que su valor como ser humano está disminuido, sólo cree que es algo temporal provocado por algún agente externo.

 Sin embargo, aunque por lo general no nos “sobre identificamos” con el cuerpo, por lo menos cuando estamos sanos, sí lo hacemos con nuestros pensamientos y sentimientos. Andamos por la vida creyendo que somos lo que pensamos y sentimos y muchas veces gastamos mucha energía en dominar nuestros pensamientos y controlar nuestras emociones, si nos sentimos tristes corremos al psicólogo, si nos enojamos lo ocultamos, pues nos avergüenza mostrar ante los demás el descontrol de nuestras emociones y preferiríamos cualquier cosa antes de reconocer nuestros más oscuros pensamientos.

Al conectarnos con nuestra divinidad de pronto descubrimos que somos no sólo mucho más que nuestro cuerpo, sino también mucho más que nuestros pensamientos y emociones.


 Nuestros cuerpos físicos, emocionales y mentales, se han constituido a lo largo de nuestra existencia, por multiplicidad de factores. Sin embargo, todos ellos son sólo circunstancias que nos ayudan a definirnos como personas, pero no define quienes realmente somos. Detrás de la maraña de pensamientos que nos acompañan durante el día, habita una presencia que se mantiene calma y serena a pesar del tobogán de emociones en que nos podamos mover y no pierde su magnificencia con los aparentes límites que nuestro cuerpo físico nos pueda imponer. Cuando notamos esta presencia, comenzamos a descubrir lo que muchos autores han definido como el “Observador” que habita dentro de nosotros.

 Nuestros cuerpos físico, emocional y mental, se han configurado a lo largo de nuestra vida, de vidas anteriores, si acaso crees en el concepto de reencarnación; y, probablemente, por una buena dosis de experiencias de nuestros antepasados que se encuentran grabadas en nuestro ADN y en la constitución de nuestras células. Todos estos factores unidos a las conclusiones que hemos sacado de esta información, quizás nos definen como personas, pero nunca como almas o potenciales. Dentro de nosotros habita la chispa divina de la totalidad, siempre perfecta, siempre amorosa, siempre divina. Al conectarnos con nuestra divinidad, por ejemplo, a través de las conversaciones que podamos mantener con nuestro Ser Superior, comprendemos por fin, que no somos nuestra personalidad, tenemos una personalidad, pero somos mucho más que ella.

 Si todo esto  te suena confuso y poco creíble, pues no logras reconocer en ti la incisión entre tu ego y tu esencia, piensa en esto: 
¿Cuántas veces has reaccionado de forma absolutamente alejada a tus más elevadas opciones? ¿Cuántas veces has reaccionado de una forma opuesta a como escogerías hacerlo cuando estás en paz y claridad? 
Y luego de esta reacción has quedado sumido en el arrepentimiento y la vergüenza, no por haber actuado de forma indebida sintiéndote culpable, sino por sentir que esa forma de reaccionar no es tu verdadera opción. 

Ha llegado el momento que comprendas que esas reacciones nada tienen que ver con tu esencia, esas reacciones tienen que ver con tus condicionamientos y con tu historia, se despiertan en forma automática en tu interior y te alejan de tu centro. Una vez que seas capaz de reconocerlo, serás libre para modificarlo y una forma de hacerlo es pedirle a tu Ser Superior que lave las heridas internas que te alejan de tus reales intenciones de Ser.

 Cuando comienzas a hacer estos cambios internos tan profundos de manera tan simple, el ego comienza a susurrarte que estás equivocado, que ése no es el camino, que no lo mereces, que aún te falta mucho, que no tienes suficiente tiempo, que debes hacer un mayor esfuerzo, que es sólo tu imaginación, etc. No permitas que el ego te distraiga del encuentro con tu divinidad, si te llenas de dudas, más que preguntarte si imaginas la voz de tu Ser Superior, pregúntate si acaso estás dispuesto a escuchar lo que pueda decirte.

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