Cuando bautizamos a un hijo debemos saber que
junto con el nombre le pasamos una identidad. Evitemos
por tanto los nombres de los antepasados, de antiguos novios o novias, de
personajes históricos o novelescos. Los nombres que recibimos son como
contratos inconscientes que limitan nuestra libertad y que condicionan nuestra
vida. Un nombre repetido es como un contrato al que le hacemos una fotocopia,
cuando en el árbol genealógico hay muchas fotocopias el nombre pierde fuerza y
queda devaluado. Según Cristóbal Jodorowsky, el nombre tiene un impacto muy
potente sobre la mente. Puede ser un fuerte identificador simbólico de la
personalidad, un talismán o una prisión que nos impide ser y crecer.
Ya hemos comentado en otro artículo que en los
árboles narcisistas cada generación repite los mismos nombres de sus ancestros
y con ello se repiten los destinos. ¿Atraen ciertos barrios a personas cuyo
estado emocional corresponde al significado oculto de esos nombres? Dice
Alejandro Jodorowsky que en Santiago de Chile vivió en La plaza Diego de
Almagro, un lugar que él sintió como oscuro y triste. Resulta posible pensar
que ese lugar era el reflejo de su interior en aquel momento de su vida. Diego
de Almagro fue un conquistador frustrado. Por engañosos consejos de su cómplice
Pizarro, partió de Cuzco hacia las tierras inexploradas del Sur creyendo
encontrar templos con tesoros fabulosos. Después de muchas calamidades volvió
como alma en pena a Cuzco, donde su traidor socio, no queriendo compartir las
riquezas robadas a los incas, lo hizo ejecutar.
Podríamos dedicar unos minutos a observar el
lugar donde vivimos: en la calle de un poeta, de una santa benefactora, de un
descubridor o tal vez en la de un general asesino. Nada es casual, el mundo es
como un espejo que nos refleja, cada vez que realizamos una mutación interior
también cambia nuestro exterior, son señales del Universo a veces. ¿Podríamos
decir que los nombres tienen una especie de frecuencia que sintoniza con
ciertos receptores? ¿Qué tipo de receptores? Inconscientemente nos sentimos
atraídos por cientos nombres que reflejen lo que somos (a veces son exactos y
otras veces están ocultos detrás de máscaras, sólo hay similitudes léxicas o
fonéticas): Nuestra parte sana y positiva es un receptor que sintoniza con
ciertos nombres, porque nos hacen gozar y sentirnos seguros.
Nuestra parte enferma y negativa es otro receptor
que sintoniza nombres determinados, porque hay una intención supraconsciente de
resolver el conflicto. Reflexionemos de nuevo en los nombres de lo que hemos
atraído a nuestro mundo: -El nombre de nuestra empresa, centro de trabajo,
escuela… -El nombre de nuestra pareja, amigos, jefes, profesores… -Personas que
se cruzan en nuestro camino por “accidente” y se llaman exactamente igual que
nuestro padre (o madre, hermano…) ¿Hay una programación inscrita en nuestro
nombre y apellidos? Según nos cuenta Alejandro Jodorowsky, tanto el nombre como
los apellidos encierran programas mentales que son como semillas, de ellos
pueden surgir árboles frutales o plantas venenosas. En el árbol genealógico
los nombres repetidos son vehículos de dramas.
Es peligroso nacer después de un hermano muerto y
recibir el nombre del desaparecido. Eso nos condena a ser el otro, nunca
nosotros mismos. Cuando una hija lleva el nombre de una antigua novia de su
padre, se ve condenada a ser “la novia de papá” durante toda su vida. Un tío o
una tía que se suicidaron convierten su nombre, durante varias generaciones, en
vehículo de depresiones. A veces es necesario, para detener esas repeticiones
que crean destinos adversos, cambiarse el nombre.
El nuevo nombre puede ofrecernos una nueva vida. En forma
intuitiva así lo comprendieron la mayoría de los poetas chilenos, todos ellos
llegados a la fama con seudónimos. ¿Hay ejemplos que nos permitan comprender la
importancia del nombre? Nuestro nombre nos tiene atrapados, ahí está
nuestra “individualidad” -Barrick Gold (oro en inglés es gold) se
convirtió en el mayor productor de oro del mundo. -Brontis “voz de trueno” se
dedica al mundo del teatro con una potente voz… -Maria, Inmaculada, Consuelo se
asocian a la pureza, la virginidad, nombres que exigen perfección absoluta, que
nos limitan -Miguel Ángel, Rafael, Gabriel, los nombres de ángeles dan
problemas con la encarnación -César, poderoso y asociado a la ambición ¿Cómo sé
si el nombre que he recibido me perjudica? Estudiar los nombres del árbol
genealógico es igual que acceder al inconsciente.
En los nombres encontramos secretos. Es
importante ver cómo funciona el nombre que nos dieron. Algunas cuestiones: -Lo
primero es saber la persona que nos nombró. ¿Papá?, ¿mamá?, ¿abuelo?, ¿la
hermana?, ¿el padrino?… El que nombra, toma poder sobre lo nombrado y no es lo
mismo llamarme Micaela por mi abuela paterna, si el nombre se le ocurrió a mi
padre para repetir el nudo incestuoso, o por mi madre, para ser aceptada en la
familia de mi padre, dándole una hija-clon de su suegra.
-¿De pequeño/a me gustaba mi nombre o me hubiese
gustado llamarme de otra manera? Los niños tienen una intuición especial y una
fresca desinhibición que les permiten rechazar de pleno lo que les contamina.
-Investigar de donde viene nuestro nombre: *Si es de algún familiar, es bueno
analizar su destino y los caminos que recorrió en su vida, porque probablemente
venimos a repetirlos. Llamarse René después de un hermano muerto, es cargar con
él toda la vida.
*Si es de alguien
significativo para quién nos nombró, nos caerá la carga de darle a éste lo que
el otro no le dio.
*Si es de algún
personaje histórico, novelesco, as del fútbol o princesa de Mónaco, viviremos
frustrados y fracasados si no seguimos el guión.
*Si es por algo
material, adquiriremos las propiedades de ese elemento. Por ejemplo, “si me
llamo por la muñeca de mi hermana, me convertiré en su muñeca, ella jugará
conmigo, me dominará”.
*Si me llamo por algo
inmaterial, tenderé a fines abstractos ideados por nuestros padres,
desatendiendo lo real e incluso, por oposición a ellos, llegaré a materializar
lo contrario a lo que llevo escrito en el nombre. Llamarse Libertad, Paz, Luz,
no siempre es sinónimo de ser libre, vivir en paz y tener las cosas claras.
-Los diminutivos: “Me
llamo Manuel como mi abuelo, pero me dicen Manolito”, han proyectado en ti la
figura de tu abuelo, pero tienes prohibido crecer y superarlo. -Los nombres
compuestos: “Me llamo José Luís, por mi padre y mi abuelo”. Pobre de ti si la relación
entre ellos era farragosa. “Me llamo “María José”, como dice Jodorowsky,
“¡Catástrofe sexual!”. -Los nombres feminizados o masculinizados: Mario,
Josefa, Carmelo, Paula, corresponden a deseos frustrados de que naciéramos del
sexo contrario. ¿Por qué
no cambiarnos de nombre cuando este va cargado por un lastre que nos
inmoviliza? Nos aterra cambiarnos de nombre ya que tememos que dejaremos
de ser reconocidos por nuestro clan. Tememos no ser reconocidos, ni
identificados, no ser amados es el mayor temor que tenemos. Somos seres
gregarios y pensamos que podemos morir si nuestro “clan” nos abandona, lo que
es una herencia de nuestro cerebro arcaico.
Metafóricamente, el nombre que nos dan los padres es como un
archivo del GPS que nos va indicando caminos digitalizados y guardados en la
memoria familiar. Al nacer, nos instalan el archivo y vamos deambulando por el
mundo por rutas más o menos pedregosas y abruptas, pero nos sentimos como en
casa, porque ya fueron trazadas por el sistema operativo del árbol. Cambiarnos
de nombre es arrojar el GPS por la ventanilla del coche y empezar a ver y a
recorrer nuevos caminos, conquistar territorios que no habían sido archivados
por nuestro árbol.
Es hacernos cargo de nuestro propio destino.
¿Cómo entonces llamar a nuestros hijos cuando nacen? Alejandro
Jodorowsky afirma que cada uno tenemos un nombre (podemos hacer aparecer a
nuestro guía interior y pedirle nuestro nombre en un ejercicio de meditación o
de visualización) que viene con nosotros incluso antes de ser concebidos. Es
posible que durante la gestación, este nombre les llegue al mismo tiempo a
ambos padres de forma telepática, si tienen suficiente capacidad de percepción.
Si no es así, es el niño el que debe nombrarse más adelante. En el caso de
tener que decidir como llamar al bebé, el nombre no debe haber existido en la
historia de su árbol genealógico, ni haber pertenecido a personas o ideales de
los que lo nombran.
¿Qué haremos con nuestro nombre? si nos encontramos que nuestro
nombre encaja con algunos puntos de lo aquí descrito, podemos hacer que nos
empiezen a llamar por el segundo nombre, por ejemplo Dolores Carolina, si te
llaman de pila Dolores y ya por sí el Dolores trae una carga, podemos hacer que
empiezen a llamarte Carolina o el segundo nombre, o por ejemplo Carlos Antonio
donde Carlos se repite en generaciones con ancestros de destino trágico,
comenzar a llamarnos Antonio, no es fácil pero de una manera comenzamos a
reprogramar.
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