Nacer es ser
elegido. Nadie está aquí por casualidad. Cada uno fue enviado a cumplir un
destino particular.
A veces el
significado profundo de un suceso sale a la luz cuando se lo interpreta de
manera espiritual.
Considérese el
momento de la concepción: las posibilidades son infinitas. Pero en la mayoría
de los casos se concibe un solo niño. Esto parece sugerir la intervención de
cierta selectividad. Ésta sugiere a su vez la presencia de una providencia protectora
que te soñó, te creó y se ocupa de tí.
Nadie te consultó
acerca de los grandes problemas que forjan tu destino: cuándo habrías de
nacer, dónde y de qué padres. Imagina la diferencia en tu vida si hubieras
nacido en la casa vecina. No se te ofreció un destino para elegir. Dicho de
otra manera. Se dispuso un destino especial para ti. Pero también se te dio
libertad y creatividad para trascender los dones, crear un conjunto de nuevas
relaciones y forjar una identidad constantemente renovada, que incluye la vieja
pero no se limita a ella. Éste es el ritmo secreto del crecimiento, que obra
discretamente detrás de la fachada exterior de tu vida.
El destino crea el
marco exterior de la experiencia y la vida; la libertad encuentra y llena su
forma interior.
Millones de años
antes de que llegaras, se preparó cuidadosamente el sueño de tu
individualidad. Se te envió a una forma de destino que te permitiría expresar
el don singular que traes al mundo.
Cada persona tiene
un destino singular. Cada uno debe hacer algo que nadie más puede. Si otro
pudiera cumplir tu destino, sería él quien ocuparía tu lugar y tú no
estarías aquí.
Es en lo más
profundo de tu vida donde descubrirás la necesidad invisible que te trajo
aquí. Cuando empiezas a desentrañarlo, tu don y la capacidad de emplearlo
cobran vida. Tu corazón se acelera y la urgencia de vivir reaviva la llama de
tu creatividad. Si puedes despertar este sentido del destino, entras en
consonancia con el ritmo de tu vida. Pierdes esa consonancia cuando reniegas de
tu potencial y tu talento, cuando te refugias en la mediocridad para desoír la
llamada. Cuando eso sucede, tu vida se vuelve aburrida, rutinaria, o cae en el
automatismo anónimo.
El ritmo es la clave
secreta del equilibrio y la comunión. No caerá en la falsa satisfacción ni
en la pasividad. Es el ritmo de un equilibrio dinámico, de una buena
disposición del espíritu, una ecuanimidad que no está concentrada en sí
misma. Este sentido del ritmo es antiguo.
La vida nació en el
océano; cada uno viene de las aguas del útero; el flujo y reflujo de las
mareas vive en nuestra respiración. Cuando estás en consonancia con el ritmo
de tu naturaleza, nada perjudicial puede alcanzarte. La Providencia está en comunión
contigo; te protege y te transporta a tus nuevos horizontes.
Ser espiritual es
estar en consonancia con el propio ritmo.
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