La vida tiene un propósito interior y un propósito exterior. El propósito interior se refiere al Ser y es primario. El propósito exterior se refiere al hacer y es secundario. No obstante, lo interior y lo exterior están tan interconectados que es casi imposible hablar de uno sin referirse al otro.
El despertar es un cambio en el que se separan el pensamiento y la conciencia. Para la mayoría de las personas, no es un acontecimiento, sino un proceso.
Tener un sistema de creencias (un conjunto de ideas que uno considera la verdad absoluta) no vuelve espiritual a nadie.
En lugar de estar perdido en tus pensamientos, cuando estás despierto te reconoces como la conciencia que hay detrás de ellos. La conciencia se hace cargo del pensamiento. En lugar de tener el control de nuestra vida, el pensamiento se convierte en el servidor de la conciencia.
Sólo el primer despertar, el primer relámpago de conciencia sin pensamiento, ocurre por gracia, sin hacer nada por tu parte. Si un libro te resulta incomprensible o te parece que no tiene sentido, es que aún no estás preparado. Pero si algo dentro de ti responde a él, eso significa que el proceso de despertar ha comenzado. Una vez que empieza, no se puede dar marcha atrás, aunque el ego lo puede retrasar.
Con la gracia del despertar viene la responsabilidad.
El propósito exterior por sí solo es siempre relativo, inestable y no permanente. Esto no significa que no te debas dedicar a esas actividades. Significa que deberías conectarlas con tu propósito interior, para que fluya un significado más profundo en lo que haces.
Si no vives sintonizado con tu propósito primario, cualquier propósito que te plantees, será un plan del ego y acabará destruido por el tiempo. Si no tienes en cuenta tu propósito interior, el ego se colará en todo lo que hagas, y afectará a la manera de hacerlo. El dicho popular “el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones” alude a esta verdad.
En otras palabras, lo primario no son tus intenciones ni tus acciones, sino el estado de conciencia del que surgen. Una vez está establecida esa base, tu propósito exterior se carga de poder, porque tus objetivos e intenciones están en unidad con el impulso evolutivo del universo.
La separación del pensamiento y la conciencia, ocurre mediante la negación del tiempo. Naturalmente, no estamos hablando de la utilización del tiempo para propósitos prácticos, como fijar una cita o planear un viaje. No estamos hablando del tiempo del reloj, sino del tiempo psicológico, que es el arraigado hábito mental de buscar la plenitud de la vida en el futuro, donde no se puede encontrar, y no hacer caso del único punto de acceso a ella: el momento presente.
Todo lo que hagas lo harás extraordinariamente bien, porque hacerlo se convierte en el punto focal de tu atención. Eso significa que hay calidad en lo que haces, hasta en los actos más simples, como pasar las páginas de la guía telefónica o cruzar una habitación.
Aunque tu propósito interior es negar el tiempo, tu propósito exterior implica necesariamente un futuro y no podría existir sin tiempo. Pero siempre es secundario. Cada vez que te pones nervioso o estresado, es que el propósito exterior ha tomado el mando y has perdido de vista tu propósito interior. La ansiedad, el estrés y la negatividad te aíslan de ese poder. Has olvidado que tu estado de conciencia es lo primario.
No
El momento presente es siempre pequeño, en el sentido de que siempre es simple, pero en él se oculta el máximo poder. Como el átomo, es una de las cosas más pequeñas pero contienen un poder enorme. Sólo tienes acceso a ese poder cuando sintonizas con el momento presente.
Al principio, no habrá un cambio apreciable en lo que haces: sólo cambia el cómo.
Cuando te encuentras con otra persona, en el trabajo o donde sea, le dedicas toda tu atención. La razón original para interactuar con la otra persona (comprar o vender algo, solicitar o dar información, etc.) pasa a ser secundaria. El campo de conciencia que surge se ha convertido en el propósito primario de la interacción. Ese espacio de conciencia se vuelve más importante que el tema del que estáis hablando, más importante que los objetos físicos o mentales.
El ser humano adquiere más importancia que las cosas. Eso no significa que descuides lo que hay que hacer a nivel práctico. De hecho, la actividad no sólo resulta más fácil, sino también más poderosa.
Supongamos que eres un empresario que al cabo de dos años de intenso esfuerzo y tensión consigue presentar un producto o servicio que se vende bien y da dinero. ¿Éxito? En términos convencionales, sí. En realidad, te has pasado dos años contaminando tu cuerpo y también el planeta con energía negativa, has sufrido y hecho sufrir a los que te rodean y has afectado a muchas personas a las que ni siquiera conoces.
La premisa inconsciente de todas estas acciones es que el éxito es un acontecimiento futuro y que el fin justifica los medios. Pero el fin y los medios son lo mismo. Y si los medios no contribuyen a la felicidad humana, tampoco lo hará el fin.
El resultado, que es inseparable de las acciones que te condujeron a él, está ya contaminado por esas acciones y por tanto creará más infelicidad. Esto es la acción kármica, que es la perpetuación inconsciente de la infelicidad.
Todas las cosas que existen, desde los microbios hasta los seres humanos y las galaxias, no son en realidad entidades separadas, sino que forman parte de una red de procesos interconectados.
Hay dos razones por las que no vemos esa unidad. Una es la percepción, que reduce la realidad a lo que nos es accesible a través del limitado alcance de nuestros sentidos. La otra razón, la más grave, es el pensamiento. Cuando estamos atrapados en una corriente incesante de pensamiento, el universo se desintegra para nosotros. Pensar divide la realidad en fragmentos sin vida. Esta visión de la realidad da origen a acciones no inteligentes y sumamente destructivas.
La naturaleza existe en un estado de unidad con el todo. Por eso no murió casi ningún animal salvaje en el catastrófico tsunami de 2004. Pudieron sentir que el tsunami se acercaba antes de que se pudiera ver u oír, y tuvieron tiempo para refugiarse en terreno elevado.
La acción despierta Las únicas acciones que no provocan reacciones contrarias son las que van dirigidas al bien de todos. Son incluyentes, no excluyentes. Unen, no separan. No son para mi país, sino para toda la humanidad; no son para mi religión, sino para la emergencia de la conciencia en todos los seres humanos; no son para mi especie, sino para todos los seres y toda la naturaleza.
La acción despierta es la armonización de tu propósito exterior, lo que haces, con tu propósito interior: despertar y mantenerte despierto.
Las modalidades de acción despierta son la aceptación, el disfrute y el entusiasmo. Cada una representa cierta frecuencia de vibración de la conciencia. Es preciso que estés vigilante para asegurarte de que una de ellas está actuando siempre que te dedicas a hacer algo, desde la tarea más simple hasta la más compleja.
Por ejemplo, seguramente no serás capaz de disfrutar cambiando un neumático pinchado, pero puedes hacerlo con aceptación. Realizar una acción en estado de aceptación significa que estás en paz mientras lo haces.
Si no puedes aceptar lo que haces, lo mejor es dejar de hacerlo.
El despertar es un cambio en el que se separan el pensamiento y la conciencia. Para la mayoría de las personas, no es un acontecimiento, sino un proceso.
Tener un sistema de creencias (un conjunto de ideas que uno considera la verdad absoluta) no vuelve espiritual a nadie.
En lugar de estar perdido en tus pensamientos, cuando estás despierto te reconoces como la conciencia que hay detrás de ellos. La conciencia se hace cargo del pensamiento. En lugar de tener el control de nuestra vida, el pensamiento se convierte en el servidor de la conciencia.
Sólo el primer despertar, el primer relámpago de conciencia sin pensamiento, ocurre por gracia, sin hacer nada por tu parte. Si un libro te resulta incomprensible o te parece que no tiene sentido, es que aún no estás preparado. Pero si algo dentro de ti responde a él, eso significa que el proceso de despertar ha comenzado. Una vez que empieza, no se puede dar marcha atrás, aunque el ego lo puede retrasar.
Con la gracia del despertar viene la responsabilidad.
El propósito exterior por sí solo es siempre relativo, inestable y no permanente. Esto no significa que no te debas dedicar a esas actividades. Significa que deberías conectarlas con tu propósito interior, para que fluya un significado más profundo en lo que haces.
Si no vives sintonizado con tu propósito primario, cualquier propósito que te plantees, será un plan del ego y acabará destruido por el tiempo. Si no tienes en cuenta tu propósito interior, el ego se colará en todo lo que hagas, y afectará a la manera de hacerlo. El dicho popular “el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones” alude a esta verdad.
En otras palabras, lo primario no son tus intenciones ni tus acciones, sino el estado de conciencia del que surgen. Una vez está establecida esa base, tu propósito exterior se carga de poder, porque tus objetivos e intenciones están en unidad con el impulso evolutivo del universo.
La separación del pensamiento y la conciencia, ocurre mediante la negación del tiempo. Naturalmente, no estamos hablando de la utilización del tiempo para propósitos prácticos, como fijar una cita o planear un viaje. No estamos hablando del tiempo del reloj, sino del tiempo psicológico, que es el arraigado hábito mental de buscar la plenitud de la vida en el futuro, donde no se puede encontrar, y no hacer caso del único punto de acceso a ella: el momento presente.
Todo lo que hagas lo harás extraordinariamente bien, porque hacerlo se convierte en el punto focal de tu atención. Eso significa que hay calidad en lo que haces, hasta en los actos más simples, como pasar las páginas de la guía telefónica o cruzar una habitación.
Aunque tu propósito interior es negar el tiempo, tu propósito exterior implica necesariamente un futuro y no podría existir sin tiempo. Pero siempre es secundario. Cada vez que te pones nervioso o estresado, es que el propósito exterior ha tomado el mando y has perdido de vista tu propósito interior. La ansiedad, el estrés y la negatividad te aíslan de ese poder. Has olvidado que tu estado de conciencia es lo primario.
No
El momento presente es siempre pequeño, en el sentido de que siempre es simple, pero en él se oculta el máximo poder. Como el átomo, es una de las cosas más pequeñas pero contienen un poder enorme. Sólo tienes acceso a ese poder cuando sintonizas con el momento presente.
Al principio, no habrá un cambio apreciable en lo que haces: sólo cambia el cómo.
Cuando te encuentras con otra persona, en el trabajo o donde sea, le dedicas toda tu atención. La razón original para interactuar con la otra persona (comprar o vender algo, solicitar o dar información, etc.) pasa a ser secundaria. El campo de conciencia que surge se ha convertido en el propósito primario de la interacción. Ese espacio de conciencia se vuelve más importante que el tema del que estáis hablando, más importante que los objetos físicos o mentales.
El ser humano adquiere más importancia que las cosas. Eso no significa que descuides lo que hay que hacer a nivel práctico. De hecho, la actividad no sólo resulta más fácil, sino también más poderosa.
Supongamos que eres un empresario que al cabo de dos años de intenso esfuerzo y tensión consigue presentar un producto o servicio que se vende bien y da dinero. ¿Éxito? En términos convencionales, sí. En realidad, te has pasado dos años contaminando tu cuerpo y también el planeta con energía negativa, has sufrido y hecho sufrir a los que te rodean y has afectado a muchas personas a las que ni siquiera conoces.
La premisa inconsciente de todas estas acciones es que el éxito es un acontecimiento futuro y que el fin justifica los medios. Pero el fin y los medios son lo mismo. Y si los medios no contribuyen a la felicidad humana, tampoco lo hará el fin.
El resultado, que es inseparable de las acciones que te condujeron a él, está ya contaminado por esas acciones y por tanto creará más infelicidad. Esto es la acción kármica, que es la perpetuación inconsciente de la infelicidad.
Todas las cosas que existen, desde los microbios hasta los seres humanos y las galaxias, no son en realidad entidades separadas, sino que forman parte de una red de procesos interconectados.
Hay dos razones por las que no vemos esa unidad. Una es la percepción, que reduce la realidad a lo que nos es accesible a través del limitado alcance de nuestros sentidos. La otra razón, la más grave, es el pensamiento. Cuando estamos atrapados en una corriente incesante de pensamiento, el universo se desintegra para nosotros. Pensar divide la realidad en fragmentos sin vida. Esta visión de la realidad da origen a acciones no inteligentes y sumamente destructivas.
La naturaleza existe en un estado de unidad con el todo. Por eso no murió casi ningún animal salvaje en el catastrófico tsunami de 2004. Pudieron sentir que el tsunami se acercaba antes de que se pudiera ver u oír, y tuvieron tiempo para refugiarse en terreno elevado.
La acción despierta Las únicas acciones que no provocan reacciones contrarias son las que van dirigidas al bien de todos. Son incluyentes, no excluyentes. Unen, no separan. No son para mi país, sino para toda la humanidad; no son para mi religión, sino para la emergencia de la conciencia en todos los seres humanos; no son para mi especie, sino para todos los seres y toda la naturaleza.
La acción despierta es la armonización de tu propósito exterior, lo que haces, con tu propósito interior: despertar y mantenerte despierto.
Las modalidades de acción despierta son la aceptación, el disfrute y el entusiasmo. Cada una representa cierta frecuencia de vibración de la conciencia. Es preciso que estés vigilante para asegurarte de que una de ellas está actuando siempre que te dedicas a hacer algo, desde la tarea más simple hasta la más compleja.
Por ejemplo, seguramente no serás capaz de disfrutar cambiando un neumático pinchado, pero puedes hacerlo con aceptación. Realizar una acción en estado de aceptación significa que estás en paz mientras lo haces.
Si no puedes aceptar lo que haces, lo mejor es dejar de hacerlo.
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