El número Diez representa el “Conócete a ti mismo”.
El Uno entra en el Cero para animarlo, y ponerlo en movimiento. Lo que podemos expresar, también, con un punto en el centro de un círculo. El viento o espíritu de Dios, es el principio masculino que cubre la materia -simbolizada aquí por el agua- para fertilizarla. El agua es el círculo, el Cero, y el espíritu de Dios, es el punto, el Uno.
Sin el espíritu que la anima, la materia permanece “tohu vabohu”: informe y vacía. Pero cuando es acariciada, trabajada por el espíritu, todas las posibilidades que contiene comienzan a manifestarse, y se convierte en un universo con soles, constelaciones, nebulosas. Nuestro universo representa, pues, el Cero, la materia que ha sido ya trabajada, animada y organizada por el espíritu, el Uno.
Todo lo que vemos en el universo está producido por el Uno y el Cero, por el Uno que penetra al Cero para animarlo. Se trata de un principio mecánico; el pistón debe entrar en movimiento en el interior del cilindro para accionar el motor. Sin este movimiento, nada marcha. ¿Y la rueda? ¿Qué es una rueda? Un Cero (el círculo) que gira alrededor de un eje central (el Uno). La rueda nos muestra al Uno trabajando en el Cero, al espíritu que pone a la materia en actividad. Y la tierra también tiene un eje alrededor del cual, su masa, el Cero, gira continuamente.
Aquél que conoce el método para estudiar los números, ve cómo estos se vuelven significativos, vivos, activos. A fin de formar el número Diez, el Uno y el Cero deben estar unidos y en movimiento.
Todo acto que contribuye a mantener la vida en nosotros, corresponde al número Diez. Comer, es abrir la boca, el Cero, para introducir en ella el alimento, el Uno, y este encuentro produce una energía. ¿Y qué es ver? La acción de la luz, el Uno, que viene a dar en el ojo, el Cero. El mismo fenómeno se produce también con el sonido que llega hasta nuestro oído. En cuanto a nuestra cabeza, que es esférica, también es un Cero, y en este El Uno y el Cero, debe descender el Espíritu. Mientras no haya recibido el espíritu, nuestra cabeza, que es un Cero, no fabrica más que estupideces. Pero el día en que es visitada por el rayo celestial, trae al mundo un hijo divino y nos convertimos en Diez. Hasta entonces, sólo somos un Cero. Ustedes dirán: “¡Vaya unas interpretaciones!” Pues sí, son interpreta
Y el número Diez está también en nosotros: es el intelecto, el Uno, y el corazón, el Cero. A través del intelecto debemos entrar en el corazón (el nuestro y el de los demás) a fim de iluminarlo y de hacer un trabajo con él. El intelecto debe, análogamente al pistón, entrar en el corazón y salir de él. El que no utiliza de esta manera su intelecto, es incapaz de comprender nada, y sobre todo, incapaz de conocerse.
Podemos decir que el número Diez representa el “Conócete a ti mismo“. Es penetrando con su luz las profundas cavernas del corazón, que la sabiduría descubre sus tesoros, los filones escondidos de piedras, de metales y de líquidos preciosos. En este pozo oscuro del corazón, el intelecto desciende y remonta; desciende y remonta a fin de hacer salir del pozo el agua preciosa. El número Diez representa, pues, el trabajo del intelecto sobre el corazón, pero también el del espíritu sobre el alma. En su significado sublime, el Diez representa al hombre cuyo espíritu se sumerge en los abismos del Alma cósmica para penetrar sus misterios, y sale de él iluminado.
Hay que llegar a conocer el Diez en los planos superiores. En toda criatura existe un aspecto femenino, que es la oscuridad, y un aspecto masculino, que aporta la luz. Descubrimos estos dos aspectos particularmente desarrollados en todos los seres que han sido grandes creadores. El Diez sin luz, es un Diez en el mundo de dos dimensiones; en el mundo de tres dimensiones, el Diez está en acción en el seno de la luz.
El Uno entra en el Cero para animarlo, y ponerlo en movimiento. Lo que podemos expresar, también, con un punto en el centro de un círculo. El viento o espíritu de Dios, es el principio masculino que cubre la materia -simbolizada aquí por el agua- para fertilizarla. El agua es el círculo, el Cero, y el espíritu de Dios, es el punto, el Uno.
Sin el espíritu que la anima, la materia permanece “tohu vabohu”: informe y vacía. Pero cuando es acariciada, trabajada por el espíritu, todas las posibilidades que contiene comienzan a manifestarse, y se convierte en un universo con soles, constelaciones, nebulosas. Nuestro universo representa, pues, el Cero, la materia que ha sido ya trabajada, animada y organizada por el espíritu, el Uno.
Todo lo que vemos en el universo está producido por el Uno y el Cero, por el Uno que penetra al Cero para animarlo. Se trata de un principio mecánico; el pistón debe entrar en movimiento en el interior del cilindro para accionar el motor. Sin este movimiento, nada marcha. ¿Y la rueda? ¿Qué es una rueda? Un Cero (el círculo) que gira alrededor de un eje central (el Uno). La rueda nos muestra al Uno trabajando en el Cero, al espíritu que pone a la materia en actividad. Y la tierra también tiene un eje alrededor del cual, su masa, el Cero, gira continuamente.
Aquél que conoce el método para estudiar los números, ve cómo estos se vuelven significativos, vivos, activos. A fin de formar el número Diez, el Uno y el Cero deben estar unidos y en movimiento.
Todo acto que contribuye a mantener la vida en nosotros, corresponde al número Diez. Comer, es abrir la boca, el Cero, para introducir en ella el alimento, el Uno, y este encuentro produce una energía. ¿Y qué es ver? La acción de la luz, el Uno, que viene a dar en el ojo, el Cero. El mismo fenómeno se produce también con el sonido que llega hasta nuestro oído. En cuanto a nuestra cabeza, que es esférica, también es un Cero, y en este El Uno y el Cero, debe descender el Espíritu. Mientras no haya recibido el espíritu, nuestra cabeza, que es un Cero, no fabrica más que estupideces. Pero el día en que es visitada por el rayo celestial, trae al mundo un hijo divino y nos convertimos en Diez. Hasta entonces, sólo somos un Cero. Ustedes dirán: “¡Vaya unas interpretaciones!” Pues sí, son interpreta
Y el número Diez está también en nosotros: es el intelecto, el Uno, y el corazón, el Cero. A través del intelecto debemos entrar en el corazón (el nuestro y el de los demás) a fim de iluminarlo y de hacer un trabajo con él. El intelecto debe, análogamente al pistón, entrar en el corazón y salir de él. El que no utiliza de esta manera su intelecto, es incapaz de comprender nada, y sobre todo, incapaz de conocerse.
Podemos decir que el número Diez representa el “Conócete a ti mismo“. Es penetrando con su luz las profundas cavernas del corazón, que la sabiduría descubre sus tesoros, los filones escondidos de piedras, de metales y de líquidos preciosos. En este pozo oscuro del corazón, el intelecto desciende y remonta; desciende y remonta a fin de hacer salir del pozo el agua preciosa. El número Diez representa, pues, el trabajo del intelecto sobre el corazón, pero también el del espíritu sobre el alma. En su significado sublime, el Diez representa al hombre cuyo espíritu se sumerge en los abismos del Alma cósmica para penetrar sus misterios, y sale de él iluminado.
Hay que llegar a conocer el Diez en los planos superiores. En toda criatura existe un aspecto femenino, que es la oscuridad, y un aspecto masculino, que aporta la luz. Descubrimos estos dos aspectos particularmente desarrollados en todos los seres que han sido grandes creadores. El Diez sin luz, es un Diez en el mundo de dos dimensiones; en el mundo de tres dimensiones, el Diez está en acción en el seno de la luz.
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