lunes, 19 de marzo de 2018

SEGUIR EL CAMINO

Todos tenemos el karma para encontrar una senda espiritual u otra, y yo le aconsejaría, desde el fondo de mi corazón, que siguiera con completa sinceridad la senda que más le inspire.

 Lea los grandes libros espirituales de todas las tradiciones, hágase una idea de lo que pueden querer decir los maestros cuando hablan de liberación e Iluminación, y descubra qué enfoque de la realidad absoluta lo atrae y le conviene más.

Aplique a su búsqueda todo el discernimiento de que sea capaz; la senda espiritual exige más inteligencia, más sobria comprensión y más sutiles poderes de discernimiento que ninguna otra disciplina, puesto que aquí se trata de la verdad más elevada.

Utilice su sentido común en todo momento. Acuda al camino jovialmente consciente del equipaje que lleva: sus deficiencias, fantasías, fracasos y proyecciones. Con aguda conciencia de cuál podría ser su verdadera naturaleza, combine una  humildad sensata y realista y una clara apreciación de dónde se encuentra en la senda espiritual y qué le queda aún por entender y lograr.

 Lo más importante es no dejarse atrapar por lo que en Occidente se ve por todas partes, la «mentalidad de ir de compras»: ir de compras de maestro en maestro, de enseñanza en enseñanza, sin la menor continuidad ni una auténtica dedicación sostenida a ninguna disciplina.

 Casi todos los grandes maestros de todas las tradiciones están de acuerdo en que lo esencial es dominar un camino, una senda hacia la verdad, siguiendo una tradición con toda la mente y todo el corazón hasta el final del viaje espiritual, y mostrándose al mismo tiempo abierto y respe- tuoso con todas las demás.

En Tíbet se dice: «Conociendo una, las cumples todas». La idea, hoy en boga, de que podemos mantener todas las opciones abiertas y que, por consiguiente, no hemos de comprometernos con nada en concreto es uno de los mayores y más peligrosos engaños de nuestra cultura, y una de las maneras más eficaces como el ego sabotea nuestra búsqueda espiritual.

 Cuando se continúa buscando siempre, la propia búsqueda se convierte en una obsesión que se adueña de uno. Uno se convierte en un turista espiritual, siempre ajetreado de un lado a otro sin llegar nunca a ninguna parte. Dice Patrul Rimpoché: «Dejas tu elefante en casa y buscas sus huellas en el bosque».

Seguir una enseñanza no es un modo de limitarse o monopolizarse celosamente; es un modo hábil y compasivo de mantenerse centrado y siempre en el camino, a pesar de todos los obstácu- los que uno mismo y el mundo presentarán inevitablemente.

 Así pues, cuando haya explorado las tradiciones místicas, elija un maestro o maestra y sígalo.

Emprender el viaje espiritual es una cosa, y otra muy distinta encontrar la paciencia y la constancia, la sabiduría, el coraje y la humildad que hacen falta para seguirlo hasta el fin. Puede que tenga usted el karma para encontrar un maestro, pero entonces tiene que crear el karma para seguir a su maestro. Muy pocos de nosotros saben seguir verdaderamente a un maestro, lo cual es un arte en sí mismo. Por lo tanto, no importa lo grande que sea la enseñanza o el maestro, lo esencial es que encuentre en usted mismo la intuición y la habilidad de aprender a amar y seguir al maestro y la enseñanza.
 Eso no es fácil. Las cosas nunca serán perfectas. ¿Cómo podrían serlo? Todavía estamos en el samsara. Aunque haya elegido usted a un maestro y siga las enseñanzas con la mayor

sinceridad posible, a menudo se encontrará con dificultades y frustraciones, contradicciones e imperfecciones. No sucumba a los obstáculos ni a minúsculas dificultades; con frecuencia no son más que las emociones infantiles del ego. No permita que le impidan ver el valor esencial y perdurable de lo que ha elegido. No permita que la impaciencia lo haga renunciar a su compromiso con la verdad.

Es triste comprobar que mucha gente adopta con entusiasmo una enseñanza o un maestro y tan pronto surgen los menores e inevitables obstáculos se desalientan, con lo que vuelven a caer en el samsara y en sus viejas costumbres y desperdician años o quizá toda una vida.

 Como dijo Buda en su primera enseñanza, la raíz de todo nuestro sufrimiento en el ciclo de la vida y de la muerte es la ignorancia. Mientras no nos liberamos de ella, la ignorancia puede parecer interminable, y aun después de emprender el camino espiritual sigue obscureciendo nuestra búsqueda. No obstante, si tenemos esto en cuenta y llevamos las enseñanzas en el corazón, poco a poco iremos cultivando el discernimiento necesario para reconocer las innumerables confusiones de la ignorancia como lo que realmente son, y así nunca pondremos en peligro nuestro compromiso ni perderemos la perspectiva.

 La vida, es breve como un relámpago; pero: «El mundo está demasiado con nosotros: obteniendo y gastando, dilapidamos nuestros poderes». Esta dilapidación de nuestros poderes, esta traición a nuestra esencia, esta renuncia a la milagrosa oportunidad que nos ofrece esta vida, el bardo natural, para conocer y encarnar nuestra naturaleza iluminada, es quizá lo más descorazonador de la vida humana.

Lo que en esencia nos dicen los maestros es que dejemos de engañarnos: ¿qué habremos aprendido si en el momento de la muerte no sabemos quiénes somos en realidad?

Si no conservas en tu corazón la enseñanza de tu maestro, ¿no te convertirás acaso en tu propio burlador?

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