Dios Jahve.
OPERACIÓN YAHVÉ: El dios extraterrestre que manipuló a la humanidad
29 de agosto de 2015
En el panteón sumerio se veneraban un total de 23 deidades, conocidas como los Anunnaki, una raza de criaturas suprahumanas a quienes se les adjudicaba la creación misma del ser humano. Uno de sus más altos mandatarios era Enlil, conocido como el dios del Viento y las Tormentas, considerado el comandante supremo de una misión terrestre.
Enlil era célebre por su crueldad con el ser humano, y su sed de conquista le llevó a enfrentarse a otras deidades, como su propio hermanastro Enki, Señor de la Tierra, un dios benévolo que hizo al hombre depositario del conocimiento espiritual. En textos sumerios leemos que Enki fue el «Padre de la Humanidad», quizá una especie de genetista que hibridó sus genes Anunnaki con los homínidos Neanderthalensis, fruto de lo cual emergería el Homo sapiens.
Los dioses sumerios conocidos como Anunnaki eran unas criaturas sobrehumanas con la capacidad de volar.
Según interpretación de los textos sumerios, los Anunnaki recurrieron a las llamadas Diosas Procreadoras para que incubaran a un trabajador primitivo. Habrían tomado el óvulo de una hembra neandertal, fertilizándolo con su esperma y reimplantándolo de nuevo en la misma hembra homínida. Pero el resultado fue un fracaso: los niños que nacían no daban destellos de raciocinio. Aquellos prototipos simiescos no les servían, puesto que no estaban capacitados siquiera para manejar las herramientas. Entonces habrían ideado otro sistema: reimplantar el óvulo fertilizado en el útero de una hembra Anunnaki. La voluntaria para el experimento fue Ninhursag, la hermanastra de Enki y Enlil, una Diosa Madre que muchos identifican con una especie de experta genetista.
Ninhursag engendró el primer prototipo semihumano, al que bautizaron como Adamu, «el que como arcilla de la tierra es». Una vez creada su consorte, a la que llamaron Tiamat, ya podían procrear. A lo largo de 3.000 años su estirpe acabó por degradarse, y los descendientes del Adamu robaban el alimento de los dioses y saqueaban ciudades, regresando a un estado primitivo y salvaje. Aunque eran portadores del gen Anunnaki que les había conferido inteligencia, con el tiempo esta característica acabó diluyéndose. Ante tal fracaso, Enki pensó en confeccionar una raza mejorada, que sirviera a los Anunnaki con dignidad.
Esclavos de los dioses
Si bien Enki se presentaba a la humanidad como tutor y maestro, Enlil, en cambio, odiaba a estos humanos inicialmente llamados Lulu (esclavos primitivos relegados a realizar ingratos trabajos), pues temía que algún día, con el conocimiento adquirido de ciertos dioses, llegaran a superarles en número y pudiesen rebelarse contra ellos.
La Diosa Madre Ninhursag, en complicidad con Enki y su hijo Ningishzidda, se dispuso entonces a crear al nuevo ser humano: «Mientras la Diosa del Nacimiento esté presente, que la Diosa del Nacimiento forje una descendencia. Mientras la Madre de los Dioses esté presente, que la Diosa del Nacimiento forje un Lulu; que el trabajador lleve la carga de los Dioses. Que cree un Lulu Amelu, que él lleve el yugo». Los textos sumerios revelan en qué consistió el proceso de manipulación genética. Se emplearon genes de un Dios para conferirlos al útero de las Diosas Madre o Diosas Procreadoras.
Los escritos se refieren al útero como «arcilla», clara metáfora de un contenedor de vida: «Prepararé un baño purificador, que un dios sea sangrado (…) De su carne y sangre, que Ninti mezcle la arcilla». Más adelante, a Ninhursag se une otra Diosa Madre, Ninki, la esposa de Enki. El proceso les permite elegir el sexo de los Lulu, realizando cada vez catorce inseminaciones, con siete machos y otras tantas hembras: «Ninti pellizcó catorce trozos de arcilla; depositó siete a la derecha, depositó siete a la izquierda. Ninki, mi esposa-Diosa será la que afronte el parto. Siete Diosas del Nacimiento estarán cerca para asistir. El destino del recién nacido tú pronunciarás; Ninki fijará sobre él la imagen de los dioses; y lo que será él es Hombre».
Transcurren nueve meses y no se producen los nacimientos. Al empezar el décimo mes, los Anunnaki recurren a la cesárea: «Ninti (…) cuenta los meses (…) Al destinado décimo mes llamaron; la Dama Cuya Mano Abre llegó. Con el (…) ella abrió el útero. Su rostro brilló de alegría. Su cabeza fue cubierta (…) Hizo una abertura; lo que estaba en el útero salió». Cuando surge el primer «prototipo», Ninhursag lo alza en brazos y grita: «¡Lo he creado! ¡Mis manos lo han hecho!».
Ingenieros genéticos
El «milagroso» salto evolutivo que dio lugar a lo que somos ahora semeja más un laborioso trabajo de ingeniería genética. También resulta sorprendente que culturas tan avanzadas como la sumeria florecieran de la noche a la mañana, sin que dejaran rastros de sucesivas etapas de evolución que indiquen un progresivo avance cultural, arquitectónico o matemático. Al contrario, en un periodo relativamente corto, el ser humano primitivo emergió de la nada, levantando imperios y civilizaciones muy avanzadas en diversas áreas del saber. El origen de tales progresos lo escribieron hace miles de años nuestros ancestros: ellos insistieron en apuntar hacia las estrellas, hacia los dioses, hacia seres muy avanzados que un día se asentaron en nuestro mundo.
Cuando acudimos al libro del Génesis, leemos cómo Yahvé ordenó la creación del ser humano: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra» (Génesis 1: 26). Pero a Yahvé se le escapa un detalle… Habla en plural.
¿Somos producto de una ingeniería genética extraterrestre?
Aunque en la Biblia aparece constantemente la palabra cananea Elohim, que los hebreos utilizaron para designar a Dios en singular, también se traduce como «Poderoso».
Y si bien en términos genéricos Elohim es singular, en otras partes se da a entender que no solo hay un dios, sino varios. O cuanto menos, Yahvé parece contar con otras entidades que están a su servicio. Efectivamente, en los textos sumerios se relata que Adán fue el resultado de lo que muchos interpretamos como una fertilización in vitro.
Hemos apuntado anteriormente que los diseñadores genéticos habrían sido los dioses Enki, su hermanastra Ninhursag y Ningishzidda. Los tres habrían tomado el óvulo de una hembra neandertal, fertilizándolo con su esperma y reimplantándolo en el útero de Ninhursag, la Diosa Madre de la humanidad.
Varios nombres para una misma deidad
En el Antiguo Testamento, concretamente en Jubileos 3:3-5, leemos que después de crear a Adán, Yahvé ordenó a sus subalternos, los ángeles que trabajaban para él, que confeccionaran una hembra como compañera de éste: «El Señor nos dijo: ‘No es bueno que esté el hombre solo: hagámosle un auxiliar como él. Y el Señor nuestro Dios le infundió un sopor, de manera que se durmió. Tomó para formar a la mujer uno de sus huesos. Y así lo hizo: aquella costilla de la mujer. Y arregló con carne su lugar tras formar a la mujer».
Enlil adoptó diferentes nombres en función de las culturas que fue gobernando. En Canaán, Siria y Palestina lo veneraban como El (El Dios), el primero que se autoproclamó Dios absoluto en un sentido monoteísta. Con esta misma premisa se presentó Enlil como El Elyon o El Shaddai (atributos concernientes a su poder de soberanía) a los patriarcas hebreos Abraham, Isaac y Jacob. Luego cambió su nombre por YHWH, Yahvé, el Dios creador del Universo, cuando se mostró ante Moisés.
El plan de Enlil —presentándose esta vez como Yahvé—, consistente en tomar a Israel como «el pueblo elegido», tenía desde el principio el objetivo de manipular las creencias de éste, estableciendo una religión basada en unas leyes inamovibles y favoreciendo los enfrentamientos con los egipcios, los babilonios o los persas, lo que se traducía siempre en un derramamiento de sangre constante.
Yahvé era un Dios cruel que exigía sacrificios en masa: primero de animales y luego, bajo la excusa del castigo, de seres humanos: «Yahvé envió una epidemia a Israel, desde aquella mañana hasta el tiempo señalado, y murieron 70.000 hombres del pueblo, desde Dan hasta Beerseba». (2-Samuel 24:11-15). En Éxodo 32:26-28, Yahvé ordena a Moisés: «Ponga cada cual la espada a su lado; pasad y traspasad por medio del campamento desde una puerta a otra puerta, y cada uno mate aunque sea al hermano, y al amigo y al vecino». En un solo día 23.000 personas fueron pasadas a espada…
Cuando Yahvé ayudó a los judíos a escapar de Egipto, los amalecitas se interpusieron en su camino. Pasados unos siglos, Yahvé no solo no había olvidado aquel incidente, sino que hizo exterminar así a sus habitantes: «He decidido castigar lo que hizo Amalec a Israel, cortándole el camino cuando subía de Egipto. ‘Ve, pues, Saúl, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene. ¡Y no te apiades de él, mata a hombres, mujeres, niños y aún los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos!’ Y Saúl derrotó a los amalecitas y tomó vivo a Agag, el rey de Amalec, pero mató a todo el pueblo a filo de espada».
Su maldad se hacía especialmente extensible hacia las mujeres. En Deuteronomio 22:13-21 leemos: «Si un hombre descubre en su noche de bodas que su mujer no es virgen, debe apedrearla hasta la muerte». Consejos muy «didácticos» que cristalizaron en leyes que sentenciaban a muerte casi por cometer cualquier tontería. Yahvé también mostraba una gran «sensibilidad» en lo que concierne a la educación de los hijos: «Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo lo apedreará hasta que muera» (Deuteronomio 21:18-21).
Cruel y vengativo
Yahvé también era conocido porque no admitía traiciones: «Los que adoren a otros dioses, o al Sol, la Luna o todo su ejército del cielo, morirán lapidados» (Deuteronomio 17:2-5). Y no sólo promovía la esclavitud, sino que la establecía como un derecho legítimo: «Si un esclavo está contento contigo, tomarás un punzón y le horadarás la oreja y te servirá para siempre. Y lo mismo le harás a tu esclava» (Deuteronomio 15:16-18).
En el siguiente pasaje de Números 15:32-40 comprobamos qué era lo que Yahvé entendía por justicia: «Estando los hijos de Israel en el desierto, hallaron a un hombre que recogía leña en día de reposo. Y los que le hallaron recogiendo leña, lo trajeron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación; y lo pusieron en la cárcel, porque no estaba declarado qué se le había de hacer. Y Jehová dijo a Moisés: ‘Irremisiblemente muera aquel hombre; apedréelo toda la congregación fuera del campamento. Entonces lo sacó la congregación fuera del campamento, y lo apedrearon, y murió, como Jehová mandó a Moisés».
La nación de Moisés cruzó el Mar Rojo gracias a las extraordinarias capacidades de Yahvé, que hizo que se abrieran las aguas.
Yahvé sentenciaba a muerte casi por estornudar; he aquí unos ejemplos: «Si la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva» (Levítico 21:9); «el que pegue a su padre o a su madre, morirá» (Éxodo 21:15); «Si alguno yace con la mujer de su padre, morirán los dos» (Levítico 20:11); «Si un hombre yace con su nuera, los dos morirán» (Levítico 20:12).
Su sed de muerte siquiera parecía saciarse con los niños. En 2º Reyes 2:23-24 leemos que el profeta Eliseo se topa con unos niños de los que recibe burlas. El castigo del Señor no tardó en llegar: «Después subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo: ‘¡Calvo, sube! ¡Calvo, sube!’ Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos».
Hipnosis planetaria
En su libro La conspiración del Ángel Gabriel, el experto bíblico David Cangá hace la siguiente reflexión:
«Esta entidad (Yahvé) es adorada actualmente por los 14 millones de judíos, los 2.200 millones de cristianos y también por los 1.800 millones de musulmanes, ya que el dios del Islam, el dios mencionado en el Corán, aunque es llamado Allah, es para los musulmanes el mismo dios de las escrituras hebreas y los Evangelios. Esto nos da como resultado que de los actuales 7.000 millones de habitantes del planeta Tierra, 4.014 millones (casi el 60%) adora a un dios bárbaro que se jactaba de ser celoso y vengativo, que pedía que se le presentaran extrañas ofrendas rituales consistentes en animales descuartizados puestos al fuego, que ordenaba robos y quemar mujeres vivas, que asesinaba sin compasión a niños de pecho por faltas cometidas por los padres de éstos (…) Es algo que me desconcierta desde hace varios años, lo confieso»…
«Este fenómeno me resulta intrigante, porque pareciera que ese casi 60% de la población mundial que lo adora, está sometida a una especie de hipnosis o bloqueo mental, que le impide abandonar el culto claramente irracional a este ser», escribe Cangá.
Masacre celestial
En muchos pasajes bíblicos se describe cómo es el vehículo aéreo en el que viaja Yahvé: «Durante el día es una nube y por la noche aparece como una columna de fuego». En ocasiones, Yahvé disponía de «ángeles» que le ayudaban en sus acciones: «Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio de Dios y que pueden entrar ante su presencia gloriosa». (Tobías 12:15).
Estos «ángeles» son los subordinados de quién se supone está al mando, y ejecutan sus órdenes, por crueles que sean. Por ejemplo, cuando el asedio de los asirios contra los judíos pone en peligro sus planes: «Aconteció que aquella misma noche salió el ángel de Yahvé e hirió a 185.000 en el campamento de los asirios. Se levantaron por la mañana, y he aquí que todos ellos eran cadáveres».
Yahvé era una nube voladora que de noche alumbraba el camino de los huidos de Egipto
¿Una masacre de 185.000 hombres en una noche? ¿Qué clase de armamento utilizaron para semejante barbarie? Los textos describen «ejércitos de escuadrones en el cielo», y armas que disparaban rayos y producían ceguera, por lo que se puede deducir que se refieren a modernas armas de plasma, que causan un destello cegador. La misma crueldad que Yahvé manifestaba el Dios sumerio Enlil hacia los hombres, cuando decidió exterminarlos con un diluvio universal: «Destruiré al habitante de la tierra que he creado y lo echaré de la faz de la tierra». Porque Enlil y Yahvé eran la misma entidad sanguinaria y vengativa, expresándose en dos culturas diferentes.
La razón por la que varios autores consideran que Yahvé era Enlil, se debe a una premisa muy sencilla: el comportamiento y personalidad cruel y sanguinaria del Yahvé bíblico sigue el mismo patrón del Enlil sumerio. Ambos se expresan con el mismo egocentrismo, las mismas pautas de odio, venganza y recelo hacia el ser humano, las mismas estrategias para generar guerras y matanzas entre ellos, los mismos engaños, las mismas falsas promesas, las mismas exigencias de adoración, los mismos rituales de sacrificios animales, la misma motivación para fundar religiones y dogmas a fin de controlar a la población y la misma manipulación para dividir pueblos.
En mi libro Conspiración Anunnaki (Séptimo Sello, 2014) ahondo mucho más sobre este asunto, pero en este reportaje mi espacio es limitado.
Conspiración cósmica
Pero lo más importante es que el dios sumerio Enlil era el máximo soberano en la Tierra, que contaba entre sus filas a los mejores ejércitos y la más avanzada logística a su disposición, para fabular el teatro y el engaño que lo lleva a revestirse con el disfraz de la divinidad ante los seres humanos. Exactamente idéntica firma de soberanía y mandato supremo mostraba Yahvé. Los dioses, supeditados a Enlil, instauraron culturas y pueblos para hacerlos enfrentar entre sí como piezas en un tablero de ajedrez. Todo esto sin otra finalidad que la obtención de dolor, entendido como vibración energética susceptible de ser absorbida.
Es precisamente a través de la creación de un linaje real como los dioses establecieron una monarquía que impusiera sus decretos, eligiendo a unos pocos humanos con los que se mezclaron sexualmente, esparciendo su línea sanguínea. El ejemplo más ilustrativo fue David, el rey de Israel, sin duda el más preciado personaje bíblico de Yahvé, quién según muchos expertos no era hijo de Isaí, sino del propio Enlil/Yahvé. En la Biblia se citan los extraños prodigios y cualidades suprahumanas de David, que no pertenecían a un humano corriente: «He venido a ser extraño a mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre» (Salmos 69:8). Y razones tenía para afirmarlo. David era muy diferente de sus hermanos. Tenía el pelo rubio, ojos azules y piel rosada, como los «ángeles» de Yahvé, por lo que fue menospreciado por sus padre.
David mató de una pedrada a Goliat, uno de los campeones más admirados de los filisteos, para luego cortarle la cabeza. Aún tras haberlos humillado de forma tan contundente, años después David huyó de las garras de Saúl para refugiarse con los filisteos, y convivió con ellos sin que ninguno se atreviera a tocarle. ¿Qué clase de hombre era David, cuyo poder frenaba en sus enemigos la tentación de la venganza?
Después, David estuvo largo tiempo del lado de los filisteos, participando en sus masacres contra los judíos, por lo tanto contra los de su misma sangre. En el Antiguo Testamento se revela que cuando los filisteos atacaban a los judíos, le pedían a David que no participara en las matanzas, sin embargo éste insistía en que su deseo era embestir con toda su furia a su propio pueblo, haciendo gala de su sed de sangre. Más grave aún: mataba a mujeres y niños con sus manos, y cuando los filisteos le preguntaban por qué hacía eso, él respondía que si los dejaba con vida podrían dar testimonio de su «alianza temporal» con ellos. A David le interesaba mantener en secreto sus fechorías contra su propio pueblo.
Divide y vencerás
El experto David Cangá mantiene una postura muy clara sobre la relación entre Yahvé y el rey David: «Sospecho que la forma de ser de David le hacía sentir un fuerte vínculo hacia él (Yahvé), y por eso lo quería tanto. Pero quizás el principal motivo de la cercanía entre Yahvé y David lo podamos deducir a raíz de las palabras que Aquis (el monarca filisteo), le dio (…) a David: ‘Yo sé que tú eres grato a mis ojos, como un ángel de Dios’» (1-Samuel29:9). Esta es la razón de la cercanía entre Yahvé y David, pues sospecho que éste no era enteramente humano, sino un ser que, al igual que Enoc, Noé y Abraham, fue concebido mediante la intervención directa de la divinidad».
Tanta era la estima de Yahvé hacia el rey judío, que incluso después de que dividiera el imperio en dos reinos —Judá e Israel—, la deidad preservó su descendencia. Mientras que en Israel los monarcas no seguían una sucesión al trono por línea sanguínea, los de Judá siguieron estrictamente la estela genética de David y Salomón, siendo Roboam el primer rey en gobernar Judá. ¿Qué peculiaridad genética tenía David que tanto le interesaba preservar a Yahvé, ordenando la perpetuación de su estirpe?
Lo que Yahvé perseguía era esparcir una genética Anunnaki exclusivamente entre los monarcas, que se distinguían por su frialdad y recto cumplimiento de las directrices de un plan de control global sobre el resto de la población. Entre los muchos objetivos de esta conspiración cósmica destacan dos:
- Crear un velo de confusión y división de razas y naciones que favorezca el conflicto, lo que se traduciría en dolor como alimento o sustrato vital para estos seres de baja densidad.
- Impedir el acceso al conocimiento espiritual y moral del ser humano, para que no detecte quiénes son los carceleros que aprisionan su consciencia y no pueda así adquirir suficiente poder conceptual para liberarse y crecer como individuo independiente y para escapar a un sistema de control que lo reduce a un mero títere cruelmente condicionado a una existencia autómata.
Ondas cerebrales: Alimento de los dioses
Muchas personas realizan la siguiente afirmación: «Si los extraterrestres quisieran invadirnos y destruirnos con su avanzada tecnología, ya lo habrían hecho». Pero la realidad es muy distinta, mucho más compleja e inquietante. En primer lugar hay que matizar que la humanidad no va a ser invadida, porque ya lo ha estado desde siempre. Nos enfrentamos a entidades que son verdaderos maestros del engaño, capaces de inocular veneno en nuestra conciencia. Un veneno que corroe nuestras mentes pero que nosotros percibimos bajo la máscara de una falsa libertad.
«Desde mi punto de vista, a estas entidades no les interesa acabar con nosotros, sino nutrirse con la energía emocional que desprendemos».
¿Podrían destruirnos si quisieran? Por supuesto, pero no es esa su intención. Entonces, ¿para qué nos manipulan? ¿Por qué tanto interés en mantenernos en la ignorancia y divididos en fronteras y estados, identidades nacionalistas y culturas opuestas en lenguajes, tradiciones y costumbres? ¿Por qué las religiones hablan de dioses justos y, sin embargo, su vasta proliferación solamente ha causado muertes y desolación? ¿Acaso estos mismos dioses son quiénes mueven este engranaje de fanatismo a través de los dogmas que han conformado todos los credos religiosos y las leyes que han levantado las naciones? Su estrategia se basa en el divide y vencerás.
Desde mi punto de vista, a estas entidades no les interesa exactamente destruirnos, sino que constituimos su fuente de alimento. Para nutrirse deben desencadenar en nosotros ciertos estados que segreguen el sustrato energético que necesitan. Si analizamos la historia de la humanidad, escrita con sangre, se llega a una deducción muy simple sobre cuál es ese sustrato vital que tanto buscan en nosotros. En el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia) se narra cómo Yahvé ofrece instrucciones al pueblo judío sobre los sacrificios de animales que deben rendirle. A estas matanzas se les denominaba holocaustos. Su exposición es tan detallada que más que un ritual, parece un libro de cocina. Sin embargo, para Yahvé no es suficiente la muerte de un ser vivo, sino que hay que descuartizarlo, desollarlo, licuar las grasas de los intestinos y quemarlo. Todo se dispone siguiendo un riguroso proceso en el que cada detalle cumple con una función: la muerte del animal, la devoción del verdugo, el fuego, el humo, los aromas… Yahvé justifica todo este complejo procedimiento afirmando que su suave olor le apacigua. ¿Se trata solo de eso? ¿De un simple aroma? Por supuesto que no.
En 2-Crónicas 7:3-5 leemos: «Entonces, todos los hijos de Israel viendo descender el fuego y la Gloria de Yahvé sobre la casa, se postraron sobre el pavimento, adoraron y alabaron a Yahvé: luego el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificios ante Yahvé. El rey Salomón ofreció en sacrificio 22.000 bueyes y 120.000 ovejas». ¿De qué manera podemos calificar a un dios que ordena la masacre de 142.000 seres vivos en un solo día?
La granja humana
Los dioses extraterrestres desean que emitamos ciertas frecuencias cerebrales. Estas ondas son incluso capaces de afectar a la materia. Cuando sentimos amor, generamos unas ondas de frecuencia que se desplazan muy rápidamente. La vibración es tan alta que amplifica nuestra red sensorial. Cuando sentimos miedo, que es lo opuesto a la armonía, la onda que emitimos es lenta y larga, casi lineal, y bloquea nuestra red sensorial.
El japonés Masaru Emoto, autor del libro Los mensajes del agua, demostró en varios experimentos que nuestros estados de ánimo pueden influir en las moléculas de agua. El procedimiento de Emoto es sencillo: coloca varios recipientes del líquido elemento divididos en grupos. Sobre algunos, cierto número de personas proyectan sentimientos de odio y rabia, mientras que sobre otros recipientes emiten sentimientos de agradecimiento y de paz. Después, Emoto congela el agua, tomando diversas fotografías de las moléculas heladas. El resultado es más que sorprendente: el líquido elemento sometido a un «bombardeo» de amor presenta unas formaciones cristalinas y armónicas. Sus moléculas son blancas, relucientes y crean figuras geométricas de gran belleza. En cambio, las moléculas sometidas a odio son amarillentas, con formaciones desproporcionadas y estructuras caóticas y fragmentadas.
Si nuestra mente puede influir a tal nivel en el agua, y aceptamos la existencia de estos seres no humanos que han manipulado a la humanidad a lo largo de la historia, ¿es tan descabellado apuntar la posibilidad de que nuestras emisiones emocionales sirvan de alimento para estas entidades que pasan desapercibidas para nuestro radio de percepción?
El escritor Juan G. Atienza se expresaba en este mismo sentido en su libro La gran manipulación cósmica:
«He hablado de nutrición y he querido expresar precisamente eso: nutrición, canibalismo, alimento, comida, subsistencia, vitaminas y proteínas e hidratos de carbono… o la materia o la energía que puede servir de sustitutivo o de complemento nutricio a las entidades que, sin saberlo nosotros racionalmente, están ahí y nos manipulan, porque ése es su derecho dimensional y natural: el de manipularnos, exactamente lo mismo que nosotros —¡los amos del mundo no lo olvidemos!— estamos o nos consideramos en el derecho de devorar y dirigir y manipular a los seres de conciencia dimensional inferior. Pensemos en el pastor: ¿Consentiría en que sus ovejas, sus cabras, sus vacas o sus cerdos comenzasen a expresar su deseo de libertad y de independencia, y se negasen a obedecer sus órdenes o las órdenes secundarias de los perros? ¿Comprendería acaso que esos seres tienen derecho (cósmico derecho, si queremos) a elegir el momento, la circunstancia y el lugar de su propia evolución hacia estados de conciencia superiores?».
En busca de la libertad
¿Pero cómo salirse de esta red de bajas vibraciones que estas entidades han tejido a nuestro alrededor? ¿Dónde está la clave para liberarse? Sin duda, la única vía es dejar de ser alimento. Para alcanzar ese estado, deberíamos cambiar la frecuencia vibracional del miedo y la ansiedad que nos convierte en generadores de bajas vibraciones, lo que constituye un sustento energético de estos seres. Parece que las ondas cerebrales que estas entidades no humanas pretenden obtener de nosotros son las Gamma, que oscilan más allá de los 20 hertzios y que se generan debido al pánico y la ansiedad. Bajo el estado de dichas ondas, los neurotransmisores están tan alterados que imposibilitan el sueño nocturno, lo que nos convierte en individuos estresados.
En definitiva, pienso que los dioses de la antigüedad no son mitos, sino entidades extraterrestres (entendido el término extraterrestre como venidos de fuera de la Tierra, sin entrar en su origen físico, dimensional, etc.) que llevan manipulando a la humanidad desde el principio de los tiempos.
Por David Parcerisa
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