El simple hecho de
estar vivo es un regalo maravilloso, pero nadie te ha dicho que te sientas
agradecido a la existencia. Por el contrario, todo el mundo te decía que te
quejaras, que rezongaras.
Naturalmente, si
todo lo que te rodea en la vida desde el principio destaca lo que no eres y
deberías ser, te va ofreciendo grandes ideales que deberías alcanzar, nunca
se elogiará lo que eres. Lo que se elogia es tu futuro, si puedes llegar a ser
alguien respetable, poderoso, rico, intelectual, famoso de una u otra forma, no
un don nadie.
Ese constante
condicionamiento ha creado en ti la siguiente idea: «No soy lo suficiente tal y
como soy, me falta algo. Y tengo que estar en otra parte, no aquí. No debería
estar aquí, sino en un lugar más elevado, con más poder, más dominio, más
respetado, más conocido».
Eso es solo la mitad
de la historia, algo feo, que no debería ser así. Desaparecería si las
personas aprendieran con un poco más de inteligencia a ser madres, padres,
profesores.
No se debe mimar al
niño, sino contribuir a que se acepte a sí mismo, a que crezca su autoestima.
Por el contrario, a lo que contribuyes es a crear obstáculos para su
crecimiento. Esa es la parte más fea, pero también la más sencilla. Puede
eliminarse, porque resulta muy sencillo y lógico comprender que no eres
responsable de lo que eres, sino que la naturaleza te ha hecho así. De nada
sirve ahora llorar y lamentarse en la leche derramada.
Pero la segunda
parte tiene una enorme importancia. Incluso si se eliminan todos estos
condicionamientos, es decir, que te desprogramen, que te quiten todas esas
ideas de la cabeza, seguirás pensando que no vales lo suficiente, pero de
todos modos será una experiencia completamente distinta. Las palabras serán
las mismas, pero la experiencia diferente.
No vales lo
suficiente porque puedes llegar a más. Ya no se trata de hacerse famoso,
respetable, poderoso, rico. Dejarás de preocuparte por esas cosas. Empezarás
a preocuparte porque tu ser es solo una semilla. Cuando llegas al mundo no
naces como un árbol, sino como una simple semilla, y tienes que crecer hasta
el punto de la madurez, de la floración, y esa floración te llenará de
alegría, de satisfacción.
Este florecimiento
no tiene nada que ver con el poder, ni con el dinero, ni con la política. Solo
tiene que ver contigo mismo, como progreso individual. Y para eso, el otro
condicionamiento supone un obstáculo, una distracción, significa encaminar
mal el deseo natural de crecimiento.
Todo niño nace para
crecer y convertirse en un ser humano hecho y derecho, con amor, con
compasión, con silencio. Tiene que convertirse en una auténtica fiesta por
sí mismo. No se trata de competir, ni siquiera de comparar.
Pero el primer
condicionamiento, tan feo, te distrae porque la sociedad, los intereses
creados, se aprovechan de la necesidad de crecer, la necesidad de convertirte
en algo más, de desarrollarte. Desvían esa necesidad, te llenan la mente de
modo que piensas que esa necesidad significa tener más dinero, que esa
necesidad significa ocupar el primer lugar en todos los terrenos, en la
educación, en la política, en todo. Estés donde estés, has de ocupar el
primer lugar; si no llegas, pensarás que no has actuado bien, sentirás un
grave complejo de inferioridad.
Este
condicionamiento produce complejo de inferioridad porque su objetivo consiste
en que seas superior, superior a los demás.
Te enseña a
competir, a compararte con los demás.
Te enseña la
violencia, la lucha. Te enseña que no importan los medios, que lo que importa
es el fin, que el éxito es el objetivo.
Y eso se consigue
fácilmente porque nacemos con el impulso de crecer, con el impulso de estar en
otro sitio. Una semilla tiene que viajar hasta muy lejos para transformarse en
unas flores. Es una peregrinación. Es un impulso maravilloso, que concede la
naturaleza misma, pero hasta ahora la sociedad se ha servido de múltiples
astucias para desviar y cambiar tus instintos naturales y transformarlos en
utilidad social.
Estos son los dos
aspectos que te hacen sentir que estés donde estés te falta algo, que tienes
que acceder a algo, conseguir algo, triunfar, trepar.
Tienes que emplear a
fondo tu inteligencia para distinguir entre tu impulso natural y los
condicionamientos sociales. Olvídate de los condicionamientos sociales —son
una estupidez—, para que tu naturaleza siga siendo pura, impoluta. Y la
naturaleza siempre es individualista.
Crecerás y
florecerás, y a lo mejor te salen rosas, mientras que a otra persona quizá le
salgan caléndulas. Tú no serás superior al otro por las rosas, ni el otro
será inferior a ti por las caléndulas. Lo importante es que los dos habéis
florecido, y ese florecimiento, ese desarrollo, produce una profunda
satisfacción. Desaparece la frustración, la tensión, y te invade una gran
sensación de paz, esa paz que te inunda, que sobrepasa la comprensión, pero
en primer lugar tienes que cortar con todas las estupideces de la sociedad,
porque si no seguirán desviándote, distrayéndote.
Tienes que ser rico,
pero no por el dinero. La riqueza es otra cosa. Un mendigo puede ser rico y un
emperador pobre. La riqueza es una cualidad del ser.
OSHO. El libro del
ego.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario