lunes, 2 de noviembre de 2015

LOS PRIMEROS CONDICIONAMIENTOS

El simple hecho de estar vivo es un regalo maravilloso, pero nadie te ha dicho que te sientas agradecido a la existencia. Por el contrario, todo el mundo te decía que te quejaras, que rezongaras.

Naturalmente, si todo lo que te rodea en la vida desde el principio destaca lo que no eres y deberías ser, te va ofreciendo grandes ideales que deberías alcanzar, nunca se elogiará lo que eres. Lo que se elogia es tu futuro, si puedes llegar a ser alguien respetable, poderoso, rico, intelectual, famoso de una u otra forma, no un don nadie.

Ese constante condicionamiento ha creado en ti la siguiente idea: «No soy lo suficiente tal y como soy, me falta algo. Y tengo que estar en otra parte, no aquí. No debería estar aquí, sino en un lugar más elevado, con más poder, más dominio, más respetado, más conocido».

Eso es solo la mitad de la historia, algo feo, que no debería ser así. Desaparecería si las personas aprendieran con un poco más de inteligencia a ser madres, padres, profesores.

No se debe mimar al niño, sino contribuir a que se acepte a sí mismo, a que crezca su autoestima. Por el contrario, a lo que contribuyes es a crear obstáculos para su crecimiento. Esa es la parte más fea, pero también la más sencilla. Puede eliminarse, porque resulta muy sencillo y lógico comprender que no eres responsable de lo que eres, sino que la naturaleza te ha hecho así. De nada sirve ahora llorar y lamentarse en la leche derramada.

Pero la segunda parte tiene una enorme importancia. Incluso si se eliminan todos estos condicionamientos, es decir, que te desprogramen, que te quiten todas esas ideas de la cabeza, seguirás pensando que no vales lo suficiente, pero de todos modos será una experiencia completamente distinta. Las palabras serán las mismas, pero la experiencia diferente.

No vales lo suficiente porque puedes llegar a más. Ya no se trata de hacerse famoso, respetable, poderoso, rico. Dejarás de preocuparte por esas cosas. Empezarás a preocuparte porque tu ser es solo una semilla. Cuando llegas al mundo no naces como un árbol, sino como una simple semilla, y tienes que crecer hasta el punto de la madurez, de la floración, y esa floración te llenará de alegría, de satisfacción.
Este florecimiento no tiene nada que ver con el poder, ni con el dinero, ni con la política. Solo tiene que ver contigo mismo, como progreso individual. Y para eso, el otro condicionamiento supone un obstáculo, una distracción, significa encaminar mal el deseo natural de crecimiento.

Todo niño nace para crecer y convertirse en un ser humano hecho y derecho, con amor, con compasión, con silencio. Tiene que convertirse en una auténtica fiesta por sí mismo. No se trata de competir, ni siquiera de comparar.

Pero el primer condicionamiento, tan feo, te distrae porque la sociedad, los intereses creados, se aprovechan de la necesidad de crecer, la necesidad de convertirte en algo más, de desarrollarte. Desvían esa necesidad, te llenan la mente de modo que piensas que esa necesidad significa tener más dinero, que esa necesidad significa ocupar el primer lugar en todos los terrenos, en la educación, en la política, en todo. Estés donde estés, has de ocupar el primer lugar; si no llegas, pensarás que no has actuado bien, sentirás un grave complejo de inferioridad.

Este condicionamiento produce complejo de inferioridad porque su objetivo consiste en que seas superior, superior a los demás.
Te enseña a competir, a compararte con los demás.

Te enseña la violencia, la lucha. Te enseña que no importan los medios, que lo que importa es el fin, que el éxito es el objetivo.
Y eso se consigue fácilmente porque nacemos con el impulso de crecer, con el impulso de estar en otro sitio. Una semilla tiene que viajar hasta muy lejos para transformarse en unas flores. Es una peregrinación. Es un impulso maravilloso, que concede la naturaleza misma, pero hasta ahora la sociedad se ha servido de múltiples astucias para desviar y cambiar tus instintos naturales y transformarlos en utilidad social.

Estos son los dos aspectos que te hacen sentir que estés donde estés te falta algo, que tienes que acceder a algo, conseguir algo, triunfar, trepar.

Tienes que emplear a fondo tu inteligencia para distinguir entre tu impulso natural y los condicionamientos sociales. Olvídate de los condicionamientos sociales —son una estupidez—, para que tu naturaleza siga siendo pura, impoluta. Y la naturaleza siempre es individualista.

Crecerás y florecerás, y a lo mejor te salen rosas, mientras que a otra persona quizá le salgan caléndulas. Tú no serás superior al otro por las rosas, ni el otro será inferior a ti por las caléndulas. Lo importante es que los dos habéis florecido, y ese florecimiento, ese desarrollo, produce una profunda satisfacción. Desaparece la frustración, la tensión, y te invade una gran sensación de paz, esa paz que te inunda, que sobrepasa la comprensión, pero en primer lugar tienes que cortar con todas las estupideces de la sociedad, porque si no seguirán desviándote, distrayéndote.

Tienes que ser rico, pero no por el dinero. La riqueza es otra cosa. Un mendigo puede ser rico y un emperador pobre. La riqueza es una cualidad del ser.


OSHO. El libro del ego.

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