Cuando nos sentimos heridos por alguien y no perdonamos corremos
el riesgo de quedarnos sumidos en el dolor, el resentimiento, la venganza y el
rencor. Estas heridas no resueltas siempre regresan cuando menos se esperan
quitándonos la tranquilidad y la paz interior y dejando una cuenta de cobro que
eventualmente se traduce en malestar y enfermedad.
La revancha, el desquite y el odio entre otros envenenan el
cuerpo y el alma y atrapan a los seres humanos en el pasado, los atan a sus
recuerdos negativos, los convierten en prisioneros impidiéndoles estar en el
ahora, en el presente y por tanto bloqueando su proyección en el futuro.
Por ello perdona y deshazte de los fantasmas del pasado; hablar
y actuar desde el ayer no sirve para nada. El resentimiento es un desperdicio
de energía. Retira de tu mente las imágenes de situaciones pasadas de dolor y
frustración cuando las cosas que soñaste no salieron como anhelabas. Cada
experiencia positiva o negativa que vivimos es un aprendizaje. La actitud y la
manera como la afrontamos marca la diferencia. Todos tenemos innumerables
ocasiones para crecer y no existen oportunidades “perdidas” solo lecciones
superadas. Nada sucede por error, todo lo que has recorrido es un regalo para
tu vida.
El perdón todo lo sana. Perdonar va mas allá de olvido, del
“borrón y cuenta nueva”, de “si te vi ya no me acuerdo” o de “aquí no ha pasado
nada”. Perdonar es desprenderse de la venganza y el odio. Perdonar es aceptar y
reconocer que esa otra persona que te hirió o te ofendió es una extensión de ti
mismo, otro hijo de Dios. Ponte en su lugar y míralo como un ser evolucionando
como tú, incluso como un maestro. En cada circunstancia pregúntate que era lo
que necesitabas aprender. Confía en que cada experiencia vivida es perfecta,
todo tiene un sentido, nada ni nadie llega a nuestra vida por casualidad. Los
fracasos y los triunfos experimentados forjan la persona que eres hoy en día.
Si alguien te hizo daño o rompió tu corazón perdónalo y dale las gracias porque
te enseñó la importancia del perdón.
Perdonar es pasar la página, cerrar el ciclo, soltar, liberar,
oxigenarse. Decidir no desgastarse más y seguir adelante con tranquilidad.
Perdonar implica además dejar de emitir juicios. Evita juzgar y criticar. Cada
vez que “evalúas” a alguien, escondes tus propias debilidades. Por otro lado
tampoco hay necesidad de defenderse ni justificarse. Lo único que tú puedes
controlar es lo que hablas, lo que dicen los demás esta fuera de tu alcance y
no te debe afectar. Analiza también la forma cómo reaccionas ante los juicios
de otros. Si te descubres reaccionando con enojo ante otra persona o
circunstancia recuerda que solo estás luchando contra ti mismo. Renuncia a ese
enojo y sanarás.
El perdón pone fin a todo sufrimiento. Claramente la liberación
del sufrimiento siempre empieza por casa. Es por esto que el primer acto de
perdón que se debe ofrecer es el perdón hacia uno mismo. En el camino de la
vida todos tropezamos, caemos, nos levantamos y seguimos adelante. El
equivocarse no te hace menos valioso. Acéptate como lo que eres: un ser
maravilloso y amoroso. Perdónate sabiendo que a cada momento has hecho lo mejor
que sabías hacer. Despídete de la culpa y libérate de su carga. Si hay paz
interna no importan los remolinos externos. Apréciate como Dios te ve:
inocente, merecedor de amor y libre de culpa por completo. No hay nada malo en
ti. Libérate de todo juicio hacia ti mismo por lo que piensas que hiciste o
dejaste de hacer. Regálate el mismo amor incondicional que te brindan Dios y
tus ángeles. Ellos te piden que no seas duro contigo.
Para perdonarte a ti mismo, invoca a tus ángeles y pídeles que
te ayuden a desintoxicar de toda esa dosis negativa que has cargado. Ábreles
las puertas de tu corazón, permíteles que entren, limpien y te purifiquen,
llenándote de nuevo de amor y luz. Entrega todos tus pensamientos de amargura.
Deja que tus ángeles te despojen de la armadura y del peso que pudiste haber
creado sobre tu cuerpo como consecuencia de las emociones negativas de culpa y
remordimiento. Con tu intención sincera deja el dolor atrás. Visualiza a tus
ángeles rodeándote y abrazándote con sus alas.
Cuando te sientas listo para perdonar a otro, entonces solicita
de nuevo a tus ángeles que intervengan. Para ello busca un espacio donde nada
ni nadie te perturbe. Respira profundo y pide a tus ángeles que te guíen en tu
proceso de perdón y sanación. Con tu imaginación trae a esa persona que no has
podido perdonar. Exprésale todo lo que sientes, tu dolor, dile todo lo que has
callado. Saca todo, no te quedes con nada. Si sientes ganas de llorar hazlo.
Las lágrimas son tan buena terapia como las sonrisas y las carcajadas. Con la
ayuda de tus ángeles descarga responsablemente todas esas emociones negativas
que te habían estado contaminando y visualízate dándole un abrazo a la otra
persona. Pide a sus ángeles que los rodeen con una esfera de luz blanca y siente
el alivio que proporciona el perdón.
No son las palabras las que alivian el dolor sino el amor, el
don más hermoso con el que fuimos creados. El amor, que contiene la energía más
pura de purificación y sanación, es el motor que nos impulsa, nuestra única
realidad, la esencia y fuerza de nuestro ser.
No importa lo que nos hayan hecho, tenemos siempre la capacidad
de perdonar todo. A través del perdón y la liberación sanamos y atraemos lo
mejor que Dios y sus ángeles tienen para nosotros. No pretendamos cambiar a los
demás. El crecimiento espiritual se da en el momento en que aprendemos a ver la
luz en los otros, independientemente de las circunstancias.
Bendiciones de amor y
luz.
Martha Muñoz Losada.
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