Todos hemos oído hablar alguna vez de “la iluminación”. Aunque es
algo muy conocido, es muy mal conocido, muy poquitos son capaces de entender de
qué se trata. Y son muchos menos los que viven permanentemente en ese estado.
Ese estado tan elevado lleva a las personas que
lo disfrutan a vivir una vida increíblemente mucho más plena, más verdadera y
mejor que el resto de los humanos. Todas las religiones comenzaron con una
experiencia así. Cristo, Buda u otros grandes maestros de la humanidad, se
iluminaron – o nacieron
iluminados- y empezaron a contar a su gente lo que habían descubierto.
Para alcanzar la iluminación no hace falta ser alguien especial.
Todos podemos alcanzarla porque es nuestra identidad real. Es lo que somos, no
se puede salir del estado iluminativo. Es como dice el zen “la puerta sin
puerta”.
Es como si fuéramos todos pájaros que se nos ha olvidado volar.
Todos tenemos las alas para volar, pero ya se nos ha olvidado cómo se hacía. Es
como estar soñando y no saberlo. Despertarse es darse cuenta del sueño.
Algunos antropólogos consideran que en un momento de la historia
de la humanidad hubo “una caída”, una salida del estado de fusión con la
naturaleza, un nacimiento del ego, una “invasión de una entidad foránea”, una
separación del paraíso, el nacimiento de la dualidad, de la expulsión del edén.
Con el nacimiento de la libertad individual, vino el sufrimiento del ego: saber
que nos vamos a morir, sentir que estamos separados de la realidad, sentir que
siempre nos falta algo, como una claustrofobia de fondo y tenemos que buscar la
felicidad en los objetos, el horror de pensar que el mundo es allí fuera y
nosotros aquí dentro.
¿A qué se refieren cuando hablamos de estar “iluminados”? Todas
las cosas pueden ser explicadas de mil maneras, por eso se dice que “hay mil
caminos pero una sola verdad”. Para intentar explicarlo de la manera más
sencilla, podemos decir que esta gente se ha dado cuenta de quiénes son de
verdad. ¿Cómo? ¡Todos sabemos quiénes somos!, podemos decir. Los grandes
maestros nos piden que indaguemos sobre nosotros mismos, que nos intentemos dar
cuenta de a quién me refiero exactamente cuando digo “yo”.
Pues bien, si miramos con mucho interés, de verdad, dónde está el
“yo”, nos damos cuenta de que no es tan sencillo.
Creemos que somos el cuerpo o la mente o las dos cosas a la vez,
pero eso, que parece una cosa evidente, no lo es tanto. El cuerpo no somos
nosotros, porque va cambiando todo el tiempo, y el bebé que fuimos no se parece
en nada al cuerpo que ahora tenemos ni se parece al que tendremos dentro de
unos años. De hecho, todas las células han cambiado. Casi todos los procesos
del cuerpo funcionan de manera espontánea, sin que nosotros intervengamos…
Pues entonces es que somos la mente, el pensamiento. Pero eso no
es así, porque el pensamiento no lo podemos controlar, y también cambia
continuamente. Y hay ratos en los que no pensamos y seguimos siendo nosotros.
Entonces… ¡Somos lo que nos ha pasado, nuestra historia personal!
Pues tampoco, porque si perdemos la memoria, nosotros seguimos siendo nosotros.
Además, la memoria va cambiando y ni siquiera se sabe exactamente dónde está
ubicada. Incluso sin memoria, la esencia de quien somos sigue estando ahí.
Y si seguimos mirando con mucho interés nos damos cuenta de que no
somos las emociones, porque ni ellas ni los deseos los podemos decidir, vienen
de serie. Los deseos son como instintos naturales, necesitamos conservarnos,
relacionarnos, superarnos. Las emociones son como una guía que nos dicen si
vamos bien o vamos mal. Si estamos alineados con los valores positivos, nos
sentimos bien. Si somos deshonestos, malos, cobardes, envidiosos o egoístas,
nos sentimos mal. Las emociones son la brújula que nos llevan por el buen
camino. Si aceptamos la vida, estamos en paz. Si luchamos contra ella, estamos
en angustia. Si creemos que hemos fracasado, vivimos en depresión. Si creemos
que vamos a fracasar, vivimos con ansiedad. Todo es un delirio del “yo”. De eso
que no podemos encontrar.
Somos mucho más de lo que creemos que somos. Podemos decir cosas
tipo “todos somos uno”, “somos Dios”, “somos todo”, “somos nada”. A la
iluminación se le ha llamado “el fin del miedo”, “la dicha perpetua”, “el
nirvana”, “el reino de los cielos”, “el conocimiento más elevado”, la “unidad
total”…
Todas esas explicaciones y nombres son verdad, aunque parezcan
contradictorias. El problema es que no podemos usar el lenguaje (que se basa en
la comparación y la nominación) para explicar algo que es “todo”. Con las
partes no podemos explicar el todo, aunque podemos intentarlo.
Las principales enseñanzas comunes a todas las tradiciones serían
algo así como…
1º- el Espíritu, la Inteligencia, la Divinidad, el Infinito
potencial (cuántico) existe.
2º- Ese Espíritu está dentro de nosotros.
3º- A pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un
mundo de ignorancia, separación y dualidad, en un estado de caída, ilusorio, y
no nos percatamos de ese Espíritu interno.
4º- Hay una salida para ese estado de caída, de error o de
ilusión; hay un camino o varios caminos que conducen a la liberación. Esa
liberación es la verdad, es lo que en realidad somos. Es ir hacia nosotros
mismos.
5º- Si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un
Renacimiento, a una Liberación Suprema.
6º- Esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el
sufrimiento y es el surgimiento del Amor, de la Verdad, de la Belleza, del
Orden y conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres
sensibles.
Como decía la vieja inscripción del oráculo de Delfos:
“Te
advierto, quien quieras que fueres,
¡Oh! Tú
que deseas sondear los arcanos de la naturaleza,
que si
no hallas dentro de ti mismo
aquello
que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera.
Si tú
ignoras las excelencias de tu propia casa,
¿cómo
pretendes encontrar otras excelencias?
En ti se
halla oculto el Tesoro de los Tesoros
¡Oh!
Hombre, conócete a ti mismo
y
conocerás el universo y a los Dioses.”
ORÁCULO
DE DELFOS
La cosa es que “la iluminación” es algo que todos podemos saber,
sentir o percibir o experimentar porque es lo que somos todos. Es algo tan
sencillo y tan cercano que no es fácil de ver. Cómo dice el famoso ejemplo del
pez: “le va a costar comprender qué es el agua de tan sumergido que está en
ella”.
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