Existe una ley
universal, la cual podríamos llamar Ley de la Justicia Espiritual, Ley de
Causa-Efecto, o Ley de Acción y Reacción Espiritual que dice, más o menos,
que el espíritu recibe exactamente lo mismo que da.
En realidad equivale
a decir que lo que hacemos a los demás nos lo hacemos en realidad a nosotros
mismos. La consecuencia de ello es que cada espíritu ha de hacer frente a las
circunstancias que él mismo ha creado, de manera que muchas de las circunstancias
adversas a las que se enfrenta el espíritu en una vida son consecuencia o
efecto de una causa que él mismo creó en una encarnación anterior.
El espíritu no
puede ser feliz ni puede avanzar en su evolución espiritual sin haberse
enfrentado y haber resuelto aquellas circunstancias, aquellos actos que
realizó contra las leyes universales y contra los demás seres de la
creación.
Dicho de
otro modo: “La siembra es libre, la cosecha es obligatoria”. Es decir, si algo
nos pareció correcto como emisores, también nos deberá parecer justo como
receptores y viceversa, y si no nos gusta recibir lo mismo que hicimos es que
había algo en lo que hicimos que no era demasiado bueno, porque lo que no es
bueno para nosotros, tampoco es bueno para los demás.
Habéis
oído que muchos grandes profetas, incluido el propio Jesús, dijeron: “No
hagas a los demás lo que no quisieras que hiciesen contigo” y “haz a los
demás lo que quisieras que hiciesen contigo.” Conociendo la ley de acción y
reacción habría que añadir a estas máximas una coletilla: “No hagas a los demás lo que no quisieras que hiciesen contigo, porque al final te lo haces a ti mismo” y “haz a los demás lo que
quisieras que hiciesen contigo, porque en realidad te lo haces a ti mismo”. En
esta máxima, “lo que haces a los demás también te lo haces a ti mismo” se
encierra el principio de justicia espiritual.
Esta es la base de
la justicia espiritual, ya que a cada uno se le enfrenta con sus propias
acciones, y queda en uno la decisión de modificar su conducta o no tras
experimentar las consecuencias de sus actos.
El peso de estas
acciones, si están en contra de la ley del amor, es como un lastre que impide
al espíritu elevarse hacia cotas más altas de evolución. De igual modo, las
acciones a favor de la ley del amor aumentan la vibración del espíritu, y le permiten
así ascender hacia regiones del mundo astral de mayor vibración, es decir, de
mayor nivel espiritual.
Tened
por seguro que aquellas cuentas que no saldó en una vida quedan pendientes
para las próximas, y el verdugo de antaño puede ser la víctima aparentemente
inocente del mañana. Esto es lo que significa la frase
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados” porque lo que la justicia terrena deja sin resolver no tengáis duda
que la justicia espiritual lo resolverá. Aún así, sabed que la intención de
este sistema no es castigar sino enseñar. En cualquier caso, todo espíritu
que hizo daño queda en deuda consigo mismo y, para poder avanzar, es necesario
primero que se dé cuenta del daño que hizo y segundo, que lo repare.
La
reacción se activa en el momento en que se realiza la acción, aunque no se
haga efectiva inmediatamente. Si la acción está a favor de las leyes espirituales, recibiremos una “bonificación espiritual”,
mientras que si está en contra diremos que se ha contraído una “deuda
espiritual”.
Cuando se
trata de un acto a favor de las leyes espirituales, en algún momento
recibiremos del mundo espiritual la compensación pertinente, aunque no será
inmediata, sino que, como en un trabajo por encargo, se recibe la recompensa
una vez se concluye el trabajo, y no mientras se está realizando. Esta
“recompensa espiritual” se traducirá finalmente en un ascenso del espíritu
hacia esferas de mayor evolución, donde habitan espíritus más amorosos, una
vez concluida la encarnación.
En el
caso de una deuda espiritual, la reparación se demorará hasta que el
espíritu decida por propia voluntad subsanar voluntariamente el daño que
hizo, lo cual implica necesariamente que el espíritu haya tomado conciencia de
su propia actuación.
Por la
ley del libre albedrío no se le puede obligar a hacerlo. Será el espíritu el
que decidirá cuándo llega el momento de enfrentarse a esas circunstancias.
Pero si quiere avanzar espiritualmente, ineludiblemente, tarde o temprano,
deberá enfrentarse a ellas y reparar el daño que hizo. Mientras esto no
ocurra no se enfrentará a ciertas pruebas, pero el peso de los actos
realizados contra la ley del amor, una vez concluida la encarnación, le
retendrá en los niveles inferiores del mundo astral, en los que habitan los
espíritus de semejante condición a la suya, y que debido a su falta de
armonía con las leyes del amor, se dedican a hacerse daño los unos a los
otros, de lo que resulta que la vida en esos niveles es bastante desgraciada y
llena de sufrimientos para sus habitantes.
En algún momento
después de la desencarnación, el espíritu se enfrenta al repaso exhaustivo
de los acontecimientos moralmente más relevantes de la última vida. Durante
ese repaso de la vida, para cada situación vivida, el espíritu no percibe ya
sólo lo que él sintió en ese momento, sino que también simultáneamente
percibe los sentimientos y las emociones
de los otros seres que recibieron las consecuencias de sus actos, percibiendo
el bienestar o malestar de estos como si fuera propio.
El objetivo de este
repaso es que el espíritu tome conciencia de la relevancia de las decisiones
que tomó en vida respecto a las leyes espirituales y respecto a las
consecuencias de sus actos en los demás, de si actuó con amor o si actuó por
egoísmo, con el objetivo de que le sirva para evolucionar. Y para que conozca
cuáles son las asignaturas que afrontaba en esa encarnación que ha superado y
las que todavía le quedan por superar, ya que las pruebas de las próximas
encarnaciones dependen en gran medida de la actuación que se haya tenido en
las encarnaciones anteriores.
Pero sin ninguna
intención de humillar o castigar al espíritu, sino que se efectúa para que
tome conciencia de sus actos respecto a las leyes espirituales y respecto a los
demás seres de la creación.
Después el
espíritu se prepara para corregir y superar aquellas actitudes negativas en
las próximas encarnaciones y elige según su capacidad aquellas pruebas que le
pueden servir para corregirlas.
Dependerá del
camino que el espíritu quiera elegir. Por un lado está la reparación lenta
pero más extensa en el tiempo. Por otro lado existen pruebas más fuertes pero
que sirven para avanzar más rápidamente.
El
espíritu tiene la opción de vivir encarnaciones de transición en las que no
se enfrentará a la reparación de su deuda, sino que le sirven de
preparación, para fortalecer su voluntad de reforma y su perseverancia. Las
encarnaciones de expiación propiamente dichas, en las que el espíritu se
enfrentará a las pruebas más fuertes, vendrán cuando esté bastante
preparado y con una voluntad de mejora más firme.
Son
pruebas para sufrir en carne propia circunstancias semejantes a las que uno
generó en otra vida, para tomar conciencia de lo que está y no está en
armonía con las leyes espirituales, y trabajar para reparar el daño que hizo.
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