La “sombra” es un personaje, un
componente de tu personalidad, un alter-ego, que conforma y aglutina la parte
más olvidada, reprimida y negativa de nosotros mismos. Nadie quiere verla y
ninguno queremos admitir en público que la tenemos, pero no hay ningún ser
humano que no posea una.
Se empieza a formar desde bien temprana edad,
desde niños, cuando aprendemos a reprimir los comportamientos que no son
socialmente aceptados, que no les gustan a nuestros padres o a nuestro entorno,
o que vemos que, si los dejamos salir libremente al mundo exterior nos traen
más problemas que otra cosa. Son las emociones que llamamos negativas, y los
patrones de comportamiento que debemos tapar de nosotros mismos para ser
aceptados en el mundo, porque poseemos rasgos y características que tienen la
etiqueta de “malos” y que no encajan con la imagen que todos esperan de
nosotros.
De alguna forma, tampoco tenemos la culpa, pues
no podemos evitarlos, ya que provienen de una configuración psíquica, mental y
energética que nos fue impuesta cuando se nos creó, y que muchos llamamos la
mente predadora. Las características barrocas y oscuras de la mente predadora,
a imagen y semejanza del molde del que estamos hechos, posee una percepción de
la Creación distorsionada en cuanto a que la percibe como hostil, mientras que
la percepción de la Creación desde el punto de vista del SER, que encarna en el
cuerpo que usamos, percibe la creación como luminosa, radiante y llena de amor.
La sombra se crea por la
dualidad de los componentes que nos forman: mientras que el espíritu es pura
luz, la mente posee un componente que percibe esa luz de forma tan
distorsionada que, incluso, le tiene miedo, pues así es como perciben
inconscientemente al “Todo” los que nos crearon, y así hay una parte de
nosotros que lo percibe igual, pues no puede hacerlo de otra forma.
Cuando nacemos, y vamos forjando nuestra
personalidad, aparece también la parte más “negativa”, pero natural, en el ser
humano, por la existencia de una dualidad rampante y patente en el sistema
espíritu-alma-mente, y decidimos que debemos desterrar todo aquello que no
encaja en el mundo ideal que todos soñamos, o que puede poner en peligro el
concepto básico de la supervivencia, algo que los niños, especialmente, tienen
muy latente desde el primer sollozo, pues dependen de sus padres y de su
entorno social para todo.
Así, aprendemos que es lo que debemos mostrar al
mundo, pues es lo nos provee de lo que necesitamos para sobrevivir (física,
psíquica, mental y emocionalmente), y que es lo que debemos guardarnos.
Aprendemos que debemos esconder, enterrar y dejar bien tapado, y que facetas
deben relucir y salir a la superficie, aunque no sean las que, naturalmente,
desearíamos que salieran en diferentes momentos y situaciones, sino que sean
simplemente máscaras y la fachada pública de nuestra personalidad, por que es
lo “correcto”.
Al ir reprimiendo lo que sentimos, decimos y
pensamos de verdad (porque creemos que si no en este planeta nadie nos
querría), vamos forjando un alter-ego, la sombra, que se mantiene latente, y
que actúa cuando no nos damos cuenta, haciendo salir parte de sí misma, en
situaciones y momentos en los cuales estamos lo suficientemente despistados y/o
inconscientes para no dar la “respuesta” y poner la “cara bonita y aceptable”
que tenemos, sino sacar como un estallido la respuesta que verdaderamente la
sombra quisiera dar en ese momento, en esa situación.
La construimos
durante años, para luego tratar de desmontarla
Cuando llegamos a adultos, la
sombra ha crecido tanto y suele estar tan escondida que podemos pasar de
puntillas por la vida casi sin verla, aunque los demás puedan tener atisbos de
ella en nosotros cuando nos empiezan a conocer bien (la confianza da asco, dice
el refrán, porque con confianza te relajas ante los demás, y entonces no te
preocupas tanto por mantener el control de tu personalidad y de lo que eres, y,
la sombra, y el resto de facetas menos agradables de uno mismo suelen salir a
la luz más fácilmente).
Un adulto normal se pasa los primeros 20 años de
su vida tratando de ver que personalidad debe construir de cara al mundo, y
echando el resto al saco de su alter-ego, y luego, si uno se da cuenta,
tratamos de pasar el resto de nuestra vida desmontando y transmutando todo lo
que hemos construido para volver a ser personas “sanas” y coherentes con
nosotros mismos.
Evidentemente a la sombra no se
la mata con una espada, no se la llena de luz en una meditación y adiós muy
buenas, sino que se trabaja componente a componente, emoción a emoción, patrón
a patrón, y se va disolviendo a medida que te vas haciendo amigo de tu lado
oscuro, pues vas entendiendo las situaciones, emociones y pensamientos que lo
forman, y los aceptas, integras, liberas y transmutas.
Anímate a trabajar con ella, porque realmente la
sombra es un lastre mental y emocional que nos mantiene mucho más pegados a
este “nivel 3” del juego, y que puede ser un gran maestro cuando en vez de
ignorarla, tratamos de iluminarla.
Decía Carl Jung que uno no se ilumina imaginando
figuras de luz, sino haciéndose consciente de su oscuridad, un procedimiento,
decía, trabajoso y, por tanto, impopular. Y no es para menos, hacerte
cargo de tu sombra de forma consciente y colaborar con ella puede ser toda una
experiencia de crecimiento personal
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