miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL INICIO DEL SENDERO

En el inicio del sendero, las cosas nunca están claras en uno. Todo permanece turbio, confuso y con dudas, tal como lo experimenta permanentemente el hombre común como algo habitual. Entonces, el camino se hace duro porque nosotros estamos duros, rígidos con nosotros mismos y, por lo tanto, también con los que nos rodean, con la sociedad toda, con la humanidad.

Somos desconocidos de nosotros mismos y, al desconocernos, cargamos con millones de contagios y creencias de nuestro entorno, que en su mayoría no nos pertenecen y nos confunden a tal punto, que llegamos a creer que “somos eso” que nos hemos contagiado. Para ampliar nuestra confusión, “eso que no somos”, emite opiniones acerca de tal o cual cosa y éstas modifican nuestra realidad según esos valores que no nos pertenecen o –peor aún– tomando finalmente decisiones incluso por nosotros, que no se ajustan a la realidad de nuestro verdadero ser.

Raramente nos encontramos flexibles y abiertos al cambio, a la transformación Interior. El yo6 cree estar de vuelta de todo y levanta su autoestima en pos de algo que presiente pero que muy poco comprende y, mucho menos, vive. En esto radica un grave peligro. La enseñanza no es para leerla, es para vivirla. Y esto no significa que la lectura no sea importantísima sino que debemos comprender que por sobre todas las cosas, la enseñanza es para aplicarla a nuestro diario vivir, para experimentarla en lo cotidiano y no para coquetear con ella.

En verdad, cuando iniciamos el sendero de la mano de un Maestro verdadero, no tenemos absolutamente la menor idea de lo que estamos por vivir, por experimentar. Aunque nuestro ego se crea muy avanzado y con mucho trabajo interior realizado, está aún dormido y ciego a la nueva dimensión a la que nos invita el Maestro.

Cuando iniciamos el sendero junto al Maestro, no tenemos la menor idea de adónde enfocará y cuál será su próxima lección, pues ellos enseñan a través de la vida cotidiana. Por aquel tiempo, una pésima actitud interior estaba permanentemente presente en nosotros. Muy pocos nos dábamos cuenta y tomábamos conciencia de que, para que verdaderamente pudiéramos evolucionar, debíamos abrirnos al cambio, a la transformación.

Debíamos ser flexibles y a la vez disciplinados. Ésta era la clave para con nosotros mismos. Había que lograr estar en permanente “atención” volcada hacia uno mismo durante el mayor tiempo posible del día; ésa fue la primera consigna que el Maestro me dio personalmente y que hasta el día de hoy sigue y seguirá siendo la primera prioridad. La denominé para mí mismo Atenta Observación volcada hacia lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos.


El “trabajo interno” propiamente dicho, debía estar siempre en primera instancia. Esto implicaba estar enfocado en la auto-observación de sí por sobre todas las cosas, sin condenar y sin justificar nada de lo observado: sólo observando. El Maestro nos enseñaba que, a medida que se desarrollaba la libre observación, ésta operaba expandiendo la conciencia y ajustando la acción posterior derivada de ella. Así pues, la acción alineada a nuestra alma surge como una consecuencia de la propia expansión de conciencia alcanzada por la autoobservación.

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