jueves, 11 de junio de 2015

EL ORGULLO, OTRA CARA DEL EGO

El principal problema del orgulloso es la dificultad en encajar la ingratitud, el egoísmo y la falta de amor de otras personas hacia él, sobre todo si ha establecido vínculos afectivos con ellas.

Aunque el orgulloso es capaz de querer fácilmente a los que lo quieren, todavía demuestra dificultad en querer a los que no lo quieren. Por ello, el orgulloso se resiste a aceptar a las personas queridas conforme son, con sus virtudes, pero sobre todo con sus defectos.

El orgulloso tiene gran dificultad en admitir que puede estar equivocado en sus concepciones. Le cuesta encajar el amor no correspondido, es decir, que haya personas que, por mucho que se las quiera, persistan en sus actitudes egoístas, sobre todo si se da en familiares muy allegados, como los padres, los hermanos, la pareja, los hijos, etc. Espera algún cambio de ellas a raíz de los esfuerzos que él mismo pone para que cambien, y se desespera, se deprime o encoleriza cuándo, a pesar de ello, no lo consigue.

Es capaz de dejarse absorber con tal de que le expresen un pequeño gesto de cariño. Pero cuando descubre que está siendo manipulado por determinadas personas, se encoleriza sobremanera, y se le puede despertar el rencor hacia ellas. Aunque aparentemente no busca recompensa en lo que hace, todavía encaja mal la ingratitud, es decir, cuando pone su mejor voluntad para ayudar a alguien y recibe palos a cambio.

Por ello, las manifestaciones del orgullo se desencadenan cuando el orgulloso sufre algún episodio de ingratitud o desamor. Frente a las contrariedades y las heridas en sus sentimientos reacciona encerrándose en sí mismo, aislándose de las relaciones humanas. Se le despierta entonces la ira, la rabia, la impotencia, la testarudez, el miedo, la culpabilidad.

Tiene tendencia a ocultar sus sentimientos y emociones, miedo a expresar lo que siente por temor a que le hieran en sus sentimientos más profundos.

Por un lado, reprime los sentimientos negativos porque no quiere ser digno de lástima, ni que otra gente lo vea débil y aproveche su debilidad para hacerle daño. Por el otro, reprime los sentimientos positivos porque no quiere que a las personas vanidosas se les despierte la envidia e intenten perjudicarle. La tendencia a reprimir los sentimientos positivos les hace sentirse desgraciados. La tendencia a reprimirse y ocultar estados de ánimo negativos, a sufrir en silencio, puede hacerlo estallar de cólera, rabia e ira en momentos puntuales, de lo cual se siente culpable posteriormente.

Son la desconfianza en los demás y el creerse autosuficiente para tratar cualquier problema, las actitudes que más le aíslan de los demás.

El llegar a creer que uno no es digno de recibir amor, de ser amado auténticamente, y que, por tanto, tampoco merece la pena amar. Esta es la actitud que más le hace aislarse en sí mismo, la que lo puede transformar en alguien reservado, apático, tímido, triste, melancólico, irascible y sin ganas de vivir.

Si  el vanidoso no es capaz de apreciar cuando se le ama, el orgulloso no permite que se le ame. Así que por una razón o por otra el resultado es que por culpa del defecto, la persona, aunque esté siendo amada, no se siente amada.

El vanidoso, porque más que de recibir sentimientos, está pendiente de que satisfagan su egoísmo. El orgulloso, porque al encerrarse en sí mismo para evitar que le hagan daño, se niega a recibir para sí mismo cualquier muestra de afecto. Puede ocurrir que ya desde la niñez haya tenido que hacer de todo para que se le preste un poco de atención y por ello se haya autoconvencido de que no hay nada mejor, de que no puede ser querido por alguien tal y conforme es.

¿Y qué ocurre entonces? Que cuando llega alguien dispuesto a amarlo de esa forma, incondicionalmente, tal y conforme es, y no por lo que hace, se asusta y se esconde en sí mismo. Lo rechaza sencillamente porque no se lo puede creer. “No me puedo creer que alguien me quiera, que no quiera aprovecharse de mí. Seguro que hay alguna trampa. Seguro que si me abro para recibir, me darán la gran puñalada y sufriré todavía más. No merece la pena”. Y entonces, el orgulloso, aunque tiene lo que necesita para comenzar a ser feliz y es capaz de apreciarlo, lo rechaza. Entonces sufre por no querer sufrir, por no querer luchar por los sentimientos.

Para vencer el orgullo:
 El primer paso es tomar conciencia del defecto y el segundo paso es la modificación de la actitud. El mero hecho de adquirir conciencia del defecto y sus manifestaciones no impedirá por sí mismo que se presente. Pero el reconocerlo nos ayudará a evitar actuar conforme él quiere a la hora de tomar decisiones en nuestra vida. Si esas decisiones las tomamos ahora en función de lo que nos dictan los sentimientos, el defecto se irá debilitando paulatinamente hasta que finalmente será vencido.

La toma de conciencia pasa por conocer en profundidad qué es el orgullo, cómo se manifiesta en uno mismo y qué es lo que lo alimenta.

El orgullo se alimenta del miedo, la desconfianza, la autosuficiencia y se manifiesta como aislamiento y represión de la sensibilidad. El orgullo es para la sensibilidad del espíritu como una coraza que la envuelve, una fortaleza inexpugnable que la rodea y que impide la entrada y la salida de los sentimientos. Por lo tanto hay que luchar para echar abajo esa coraza.

El paso inicial que tiene que dar el orgulloso para vencer su orgullo es liberarse de la creencia de que no es digno de ser amado, de que jamás encontrará a alguien que lo ame verdaderamente. El que busca el amor verdadero y correspondido lo encuentra tarde o temprano, porque los espíritus que son afines tienden a buscarse y se reconocen cuando se encuentran. Pero hay que ser paciente y constante, porque el que cierra la puerta a cal y canto para protegerse de lo malo, la cierra también para experimentar lo bueno.

Está bien ser prudente para evitar que nos hagan daño. Pero no podemos renunciar a los sentimientos, ni devolver ingratitud con ingratitud, odio con odio, rencor con rencor, porque lo que nos hace sufrir a nosotros también hace sufrir  a los demás. Y el que es más consciente del sufrimiento por tener más sensibilidad, es más responsable de crearlo que aquel que genera sufrimiento sin ser consciente.

También ha de aprender a encajar mejor la ingratitud de aquellos que le hicieron daño, porque tiene capacidad de comprender a aquellos que no comprenden, y ha de comprender que una vez estuvo él también en la misma situación.

Al mismo tiempo, ha de perder el miedo a ser él mismo. Ha de liberarse de las cadenas tendidas por aquellos que dicen que le quieren, pero que actúan queriéndolo someter. Pero tampoco ha de tomar el camino contrario, es decir, el de aislarse de las relaciones humanas por temor a sufrir. No está mal el desear que a uno lo quieran, pero ha de saber que no todo el mundo tiene la misma capacidad de amar y no debemos exigir a los que son nuestros allegados o simplemente conviven cotidianamente con nosotros que nos quieran o nos respeten con la misma intensidad que nosotros les queremos o respetamos, sólo porque nos gustaría ser correspondidos.

¿quién es más culpable de desamor, aquel que no ama porque no sabe (vanidoso), o aquel que, sabiendo amar, se inhibe de hacerlo por su defecto (orgulloso)?

Es importante también que no se sobreesfuerze en complacer a los demás, si ello significa renunciar al propio libre albedrío, creyendo que de esta manera conseguirá despertar en los demás el sentimiento que todavía no se ha despertado, porque ese sobreesfuerzo sin recompensa le pasará factura más tarde en forma de decepción, tristeza, desengaño amargura, rabia e impotencia.


El auténtico amor se da incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, y no se puede obligar a nadie a dar algo que no quiere o no puede dar.

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