El amor es dador, no
tomador.
Los maridos que
prometen honrar, amar, apreciar, y cuidar a sus esposas en la salud y en la
enfermedad deberían cumplir con esa promesa, porque es su palabra de honor, y
ésa es una iniciación que trae consigo un valor kármico tremendo.
Cuando das tu
palabra de honor en una promesa del corazón y luego te dedicas a romperla, en
cierto modo has establecido el valor del amor y has sido tú quien lo ha
desmantelado. Has sido tú el que se ha comprometido solemnemente a convertirlo
en un momento de santidad.
Y si has aceptado
esa responsabilidad de amar y de apreciar y luego te has empeñado en
destruirla, entonces te viene en camino un castigo tremendo, porque violaste tu
propia ley. ¿Entiendes?
Los maridos no
deberían hacerse maridos a la ligera. No deberías hacerte esposa o marido a
la ligera. Debería ser algo por lo que dos personas que han sido amantes y que
pueden mantener la magia de ser amantes, consideran unirse; dos personas que
desean utilizar su amor dador para construir un reino en el cual las semillas
de su amor serán los hijos que den a luz. Quieren ser los antepasados de una
nueva generación. Su amor es tal, que un niño concebido de él es un regalo
para el mundo.
Hombres, ¿no sabéis
que cuando os acostáis con una mujer y aceptáis la responsabilidad de
derramar vuestra semilla en su matriz, es como la tierra fértil? Y ahí
plantáis la semilla de la próxima generación. Si no tenéis una naturaleza
de amor, entonces lo que os queda por ver totalmente es que estáis poniendo en
marcha la fuerza creativa de la próxima generación. Vuestro regalo al mundo
será un hijo mal planeado y mal concebido, y no estáis listos ni ricamente
dotados de las cualidades del dar como para haber presentado a ese hijo al
mundo del futuro. Los hijos deberían ser el legado del amor en vez de su
carga.
¿Y qué pasa si ya
es muy tarde? ¿Qué pasa si ya has creado un desbarajuste? Bien, la ignorancia
se puede perdonar.
Porque parece ser un
fenómeno cultural: todo el mundo piensa que la idea del matrimonio se remonta
a la antigüedad. ¡Eso no es verdad! Sólo se creó para que las personas
temerosas de Dios no tuvieran miedo de Dios cuando fueran a hurtadillas por el
pajar. Legalizaron su pasión a los ojos de los hombres; eso fue todo.
¿Qué haces ahora si
no has sido tal criatura? Bien, ciertamente no puedes volver al pasado y meter
a ese niño en la matriz a la fuerza y empezar de nuevo. ¡Ya lo has hecho!
Ahora, ¿cuál es tu
obligación? ¿Cuál debería ser tu obligación hacia tus hijos? ¿Cuál? Dar. Y
amarlos. Ámalos hasta el fin de tus días, porque son un legado de tu
imprudencia. En verdad son un legado y un reto, y trabajas todos los días para
darles y criarlos de modo que se los puedas entregar a la próxima generación
por amor. Y ése es tu honor y deberías honrar eso.
No abandones a tus
hijos. No pelees por causa de tus hijos. No uses a tus hijos como postes de
flagelación para discusiones viles. Son un tesoro. Son almas pequeñas que han
venido aquí para ser amados y criados bajo tu custodia de modo que ellos, a su
vez, puedan amar y criar. Cuídalos. Ámalos. Comparte con ellos. No te sientas
culpable por ellos. La culpabilidad no es amor; es necesidad. Eso es reaccionar
por necesidad. Eso no es amor. El amor no conoce la culpabilidad. Sólo conoce
la humildad y el acto de apoyar. Apoya a tus hijos.
Maridos, el día que
juréis cuidar a vuestra esposa, engendrar niños con ella, y con vuestro amor y
vuestra magia los dos le deis esto al mundo, entonces habréis dado vuestra
palabra de honor, y vuestra palabra es una ley vinculante en esta realidad. Entonces
tendréis que trabajar y laborar en los campos de Dios para aprender lo que
significa amar incondicionalmente, y para saber lo que es amar cuando las
discusiones acaloradas os estén desgarrando el corazón. Tenéis que saber
cómo crear paciencia noble y cómo ser hombres virtuosos, como mi viejo
maestro lo fue para mí. Si no tenéis esa cualidad, no estáis listos para ser
maridos. Quizás estéis listos para ser amantes, pero no maridos.
Y lo mismo con las
esposas. Las mujeres se convierten en esposas. ¿Por qué? Porque entregan a sus
maridos su santidad. Renuncian a su nombre, su familia y su país, y se van a
vivir con el nuevo nombre que han adoptado. Es como si se las hubiese vendido.
Y las mujeres no deberían hacerse esposas si no pueden aprender a amar
incondicionalmente. No deberían ser esposas si lo único que necesitan es que
se las cuide.
Si necesitas un
padre, vuelve a casa. Si necesitas un padre o una madre, vete a vivir con tus
padres y ayúdalos. No te cases porque necesitas un marido que sea un padre o
una madre. El amor nunca viene de eso. Y, además, si tienen hijos, las mujeres
tienen la facultad desagradable de poner a los niños en contra de sus padres,
porque es la única manera como pueden tomar represalias contra sus maridos
infieles y poco amorosos. ¿Entiendes?
Una mujer que es
espiritual, que es fuerte, voluntariosa, valiente, e incansablemente amorosa es
una joya rara y valiosa. Porque la mayoría de las mujeres se extralimitan al
tratar de ser algo que no son.
La mujer que es lo
que realmente es, es un premio. Y ser amorosa es una capacidad natural. Dar es
una capacidad natural. La fortaleza es innata. Los valores espirituales son el
hilado moral con el cual se tejen los niños. Y si no tienes esos valores, no deberías
ser esposa y no deberías estar pensando en parir niños. Deberías pensar en
darte a luz a ti misma y destetarte del pecho de los hombres de los cuales te
decepcionas incansablemente porque no actúan de acuerdo con tus necesidades,
cuando tú siempre has errado al confundir el amor con el control.
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