jueves, 24 de noviembre de 2016

ESPOSOS Y ESPOSAS, EL COMPROMISO ES MUTUO.

El amor es dador, no tomador.

Los maridos que prometen honrar, amar, apreciar, y cuidar a sus esposas en la salud y en la enfermedad deberían cumplir con esa promesa, porque es su palabra de honor, y ésa es una iniciación que trae consigo un valor kármico tremendo.

Cuando das tu palabra de honor en una promesa del corazón y luego te dedicas a romperla, en cierto modo has establecido el valor del amor y has sido tú quien lo ha desmantelado. Has sido tú el que se ha comprometido solemnemente a convertirlo en un momento de santidad.

Y si has aceptado esa responsabilidad de amar y de apreciar y luego te has empeñado en destruirla, entonces te viene en camino un castigo tremendo, porque violaste tu propia ley. ¿Entiendes?

Los maridos no deberían hacerse maridos a la ligera. No deberías hacerte esposa o marido a la ligera. Debería ser algo por lo que dos personas que han sido amantes y que pueden mantener la magia de ser amantes, consideran unirse; dos personas que desean utilizar su amor dador para construir un reino en el cual las semillas de su amor serán los hijos que den a luz. Quieren ser los antepasados de una nueva generación. Su amor es tal, que un niño concebido de él es un regalo para el mundo.

Hombres, ¿no sabéis que cuando os acostáis con una mujer y aceptáis la responsabilidad de derramar vuestra semilla en su matriz, es como la tierra fértil? Y ahí plantáis la semilla de la próxima generación. Si no tenéis una naturaleza de amor, entonces lo que os queda por ver totalmente es que estáis poniendo en marcha la fuerza creativa de la próxima generación. Vuestro regalo al mundo será un hijo mal planeado y mal concebido, y no estáis listos ni ricamente dotados de las cualidades del dar como para haber presentado a ese hijo al mundo del futuro. Los hijos deberían ser el legado del amor en vez de su carga.

¿Y qué pasa si ya es muy tarde? ¿Qué pasa si ya has creado un desbarajuste? Bien, la ignorancia se puede perdonar.

Porque parece ser un fenómeno cultural: todo el mundo piensa que la idea del matrimonio se remonta a la antigüedad. ¡Eso no es verdad! Sólo se creó para que las personas temerosas de Dios no tuvieran miedo de Dios cuando fueran a hurtadillas por el pajar. Legalizaron su pasión a los ojos de los hombres; eso fue todo.

¿Qué haces ahora si no has sido tal criatura? Bien, ciertamente no puedes volver al pasado y meter a ese niño en la matriz a la fuerza y empezar de nuevo. ¡Ya lo has hecho!
Ahora, ¿cuál es tu obligación? ¿Cuál debería ser tu obligación hacia tus hijos? ¿Cuál? Dar. Y amarlos. Ámalos hasta el fin de tus días, porque son un legado de tu imprudencia. En verdad son un legado y un reto, y trabajas todos los días para darles y criarlos de modo que se los puedas entregar a la próxima generación por amor. Y ése es tu honor y deberías honrar eso.

No abandones a tus hijos. No pelees por causa de tus hijos. No uses a tus hijos como postes de flagelación para discusiones viles. Son un tesoro. Son almas pequeñas que han venido aquí para ser amados y criados bajo tu custodia de modo que ellos, a su vez, puedan amar y criar. Cuídalos. Ámalos. Comparte con ellos. No te sientas culpable por ellos. La culpabilidad no es amor; es necesidad. Eso es reaccionar por necesidad. Eso no es amor. El amor no conoce la culpabilidad. Sólo conoce la humildad y el acto de apoyar. Apoya a tus hijos.

Maridos, el día que juréis cuidar a vuestra esposa, engendrar niños con ella, y con vuestro amor y vuestra magia los dos le deis esto al mundo, entonces habréis dado vuestra palabra de honor, y vuestra palabra es una ley vinculante en esta realidad. Entonces tendréis que trabajar y laborar en los campos de Dios para aprender lo que significa amar incondicionalmente, y para saber lo que es amar cuando las discusiones acaloradas os estén desgarrando el corazón. Tenéis que saber cómo crear paciencia noble y cómo ser hombres virtuosos, como mi viejo maestro lo fue para mí. Si no tenéis esa cualidad, no estáis listos para ser maridos. Quizás estéis listos para ser amantes, pero no maridos.

Y lo mismo con las esposas. Las mujeres se convierten en esposas. ¿Por qué? Porque entregan a sus maridos su santidad. Renuncian a su nombre, su familia y su país, y se van a vivir con el nuevo nombre que han adoptado. Es como si se las hubiese vendido. Y las mujeres no deberían hacerse esposas si no pueden aprender a amar incondicionalmente. No deberían ser esposas si lo único que necesitan es que se las cuide.

Si necesitas un padre, vuelve a casa. Si necesitas un padre o una madre, vete a vivir con tus padres y ayúdalos. No te cases porque necesitas un marido que sea un padre o una madre. El amor nunca viene de eso. Y, además, si tienen hijos, las mujeres tienen la facultad desagradable de poner a los niños en contra de sus padres, porque es la única manera como pueden tomar represalias contra sus maridos infieles y poco amorosos. ¿Entiendes?

Una mujer que es espiritual, que es fuerte, voluntariosa, valiente, e incansablemente amorosa es una joya rara y valiosa. Porque la mayoría de las mujeres se extralimitan al tratar de ser algo que no son.

La mujer que es lo que realmente es, es un premio. Y ser amorosa es una capacidad natural. Dar es una capacidad natural. La fortaleza es innata. Los valores espirituales son el hilado moral con el cual se tejen los niños. Y si no tienes esos valores, no deberías ser esposa y no deberías estar pensando en parir niños. Deberías pensar en darte a luz a ti misma y destetarte del pecho de los hombres de los cuales te decepcionas incansablemente porque no actúan de acuerdo con tus necesidades, cuando tú siempre has errado al confundir el amor con el control.



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