domingo, 27 de noviembre de 2016

LOS HIJOS Y EL AMOR

 ¿Cuántos de vosotros sois padres? ¿Cuántos les habéis «dado» a vuestros hijos? Les «disteis» a vuestros hijos. ¿Cuántos les recordáis eso a diario? ¿Cuántos hacéis que vuestros hijos se sientan culpables porque deberían estar aquí?

Ahora, en cuanto a tus hijos, ¿quiénes son? Bueno, podrían haber sido tus padres en otra vida. A veces se portan de esa manera, ¿no es verdad? ¿Que tus hijos en realidad son tus padres y que les hiciste la vida difícil y desgraciada? ¿Y que tomaste, tomaste y tomaste hasta que a tu madre le dio un ataque al corazón y tu padre se volvió alcohólico y huyó, y tú no entiendes cuál fue el problema? ¿Y puede ser que hayan regresado a tu vida y que te parezcan un poco familiares?

¿Son tus hijos posesivos? Porque si lo son es porque tú fuiste posesivos con ellos. Ten cuidado: tus hijos fueron una vez tus padres. Ahora, si entendemos esa situación terrible —por más verosímil que sea— veámosla entonces de la siguiente manera: tus hijos están haciendo solamente lo que se ven obligados a hacer. Están tomando y tomando y tomando porque todavía no se les ha enseñado a dar. En
su vida pasada, alguien tomó y tomó y tomó de ellos, pero ellos no entendieron el arte de dar y amar.

A los niños se les tiene que enseñar de nuevo cómo tener el sentimiento, así como se te tiene que enseñar a ti. Los niños necesitan el ritual de dar. Es más, necesitan las enseñanzas rituales de dar. A los niños se les debe enseñar lo que es poder darle a otra persona su posesión más preciada.  Así que, ¿cuál es tu tarea? Tu tarea es dar amor a tus hijos. Y a cambio, la naturaleza de ese amor les enseñará a hacer lo mismo.

No es casualidad que sea importante recordar el cumpleaños de alguien o, en verdad, poder celebrar el nacimiento y la resurrección de Cristo. Es un ritual de iniciación que convoca a toda la gente de una cultura a la hora de dar gracias, y de dar y compartir. Eso es lo que debe ser.

Recuerda: los Reyes Magos fueron a ver a Yeshua ben Joseph cuando era un niñito pobre y le dieron, a él que no tenía ningún sentido del valor, oro y mirra y sedas valiosas. ¿Crees que al niño le importaban el oro y la mirra? Ése no fue el caso. El caso fue que la grandeza «dio» a la humildad. ¿Entiendes? Ésa es la simbología.

Y si no instruyes a tus hijos, entonces a lo mejor un día regresarás como sus hijos. ¿Y no sería un espectáculo horroroso tener a tus hijos de padres? ¿Y qué tan bien te criarían ellos a ti?

Tomado del libro "El misterio del amor"

RAMTHA.

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