Si en algo concordamos casi todos los seres humanos, es que ansiamos ser felices y que también lo sean los demás, en especial las personas que amamos.
Pareciera que la meta de todos es encontrar ese efímero estado que apenas logramos definir y que confundimos, la mayor parte de las veces, con la momentánea sensación de placer o de alegría cuando satisfacemos alguno de nuestros múltiples deseos.
Aunque todos ansiamos ser felices nos hemos acostumbrado a vivir con cierto grado de insatisfacción, hemos sido educados y entrenados para ser infelices, el mundo es un valle de lágrimas, todos cargamos una cruz, el mundo está cada día peor, son sólo alguna de las frases que solemos repetir sin darnos cuenta hasta qué punto nos condicionan al sufrimiento.
Muchas personas ni siquiera son capaces de reconocer lo infelices que son y se acostumbran a una vida mediocre y limitada. Relaciones matrimoniales insatisfactorias, rencores no reconocidos, vidas laborales insatisfechas, jaquecas, acidez estomacal, colon irritable, insomnio y muchos síntomas más, constituyen la punta del iceberg que representa una vida sin sentido.
Es curioso cómo muchas personas defienden su infelicidad justificándola y dando excusas respecto a por qué no escogen salir de esa situación, la tendencia natural es a defender nuestras miserias con argumentos del tipo: “el matrimonio es difícil”, “nadie nos enseña a ser padres”, “no tengo nada que una pildorita no pueda solucionar”, “esta dolencia ya es parte mía”, “es mi karma”. Estas son algunas de las muchas frases típicas de personas que no quieren reconocer la piedra que llevan en el zapato, pareciera que han aceptado como parte de su vida tener cierto nivel de incomodidad y no quieren detenerse para sacar esa molesta piedra que les impide caminar a gusto.
Al comenzar a despertar, empezamos a observar reacciones en nosotros mismos y a reconocer las programaciones que las originan, pero lo más importante, aprendemos a reconocer si esa reacción está o no sintonizada con nuestras más elevadas opciones, esas con las cuales somos capaces de conectarnos cuando estamos tranquilos y nos sentimos plenos.
El mundo gasta cientos de millones de dólares en la industria del consumo de drogas legales, estas drogas nos permiten acallar el dolor de reconocer lo inmensamente infelices que somos. Pastillas para dormir, ansiolíticos, tranquilizantes, antidepresivos, son todos consumidos por un alto porcentaje de la población, no como una forma de ayudarlos en una situación concreta de stress o depresión puntual, sino como una forma de tener fuerza y ánimo para circular por una vida que les parece sin sentido. Podemos seguir engañándonos o comenzar de una vez por todas, a reconocer que necesitamos y ansiamos un cambio interno.
La mayor parte de las personas suelen vivir en piloto automático, sin ser capaces de detenerse a analizar las elecciones que estan haciendo y las reacciones que estan teniendo, hasta que un día las circunstancias los obligan a detenerse y reflexionar, ya sea por una crisis personal, un accidente, una grave enfermedad propia o de un ser amado o la pérdida del trabajo. Situaciones por cierto poco deseables, pero que pueden convertirse en una excelente oportunidad de replantear la forma en que se ha estado viviendo. Ante estas difíciles crisis, tienen básicamente dos opciones, una es reforzar la condición en la cual se encuentran, teniendo ahora más argumentos para justificar lo dura, injusta y difícil que es nuestra vida y, la otra, es transformar los inconvenientes en oportunidades y encontrar el sentido detrás de las dificultades, aprovechando el impulso para tener un verdadero salto en nuestra conciencia espiritual.
Vivimos la vida postergando conectarnos con la plenitud que habita en nuestro interior, sin comprender que con logros externos la verdadera felicidad jamás puede ser alcanzada. La mayor parte del tiempo nos sentimos desagraciados y nos decimos que seremos felices más adelante: cuando nos titulemos, cuando encontremos el trabajo ideal que nos colme de satisfacciones, cuando nos casemos, cuando tengamos hijos, cuando los hijos crezcan, cuando nos jubilemos y tengamos tiempo.
Así se nos va la vida esperando conseguir la plenitud, hasta que al final sólo nos queda la esperanza que se cumpla esa promesa de la tradición judeocristiana: “La verdadera felicidad se encuentra en el Cielo”, claro sólo si nos portamos razonablemente bien. Quienes temen a la muerte, por lo general son personas que sienten que no han vivido y que el tiempo se les termina. ¿Cómo no tener miedo? si nos hemos pasado la vida buscando infructuosamente la felicidad y la muerte nos grita que el tiempo se nos acaba.
Si somos hijos de un Dios amoroso que nos da el regalo de la vida: ¿Crees que El nos haría posponer la felicidad para cuando estemos muertos? ¿No habrá, esta amorosa Fuerza Creadora, puesto dentro de nosotros el paraíso para que lo revelemos en nuestras vidas?
Seguro que casi todos hemos tenido momentos plenos y maravillosos , más de alguna vez nos hemos emocionado con un hermoso paisaje, con el nacimiento de un hijo, escuchando una hermosa melodía o deleitado con el sabor de un exquisito alimento. Seguro que, al menos en alguna oportunidad, hemos tenido uno de esos momentos en el que sentimos que todo está perfecto. Aunque sea por un segundo nuestro pecho se expandió, respiramos profundo y convivimos con nuestra divinidad. Sin embargo, al poco andar, la vorágine de la vida nos traga, andamos apurados, estresados, tratamos mal a quienes más amamos, nos tratamos mal a nosotros mismos comiendo apresuradamente, descalificándonos, bombardeando nuestro cuerpo con sustancias nocivas y con pensamientos y emociones negativas.
La felicidad no consiste en ir tras logros profesionales, bienes, títulos, experiencias místicas, viajes, en tener un cuerpo sano y armonioso, vivir con la pareja ideal, educar hijos perfectos, lograr un carácter íntegro o manejar nuestras emociones. La felicidad consiste en disfrutar las circunstancias de nuestra vida, sintiéndonos parte del Todo y comprendiendo que somos una obra divina experimentando la magia de Ser. La felicidad es el estado natural de la esencia que habita en ti, tu objetivo es permitir que se manifieste.
Comprender que puedes ser feliz independiente de las circunstancias de tu vida, es la finalidad y resultado de completar un proceso de maduración espiritual, conseguirlo requiere de férrea determinación. Una vez que hemos alcanzado la lucidez, que nos permite entender que la felicidad no radica en los logros que podamos obtener en la vida, podremos comenzar a ejercitarnos en el gratificante arte de ser felices.
Aún después de llegar a esta radical y trascendental conclusión, ciertas reacciones firmemente enraizadas en nuestra personalidad pueden continuar manifestándose. Quejas, reclamos y frases del tipo: “la vida es así”, “esto es lo que me tocó vivir”, “es mi karma debo aprender a vivir con él”, continúan bombardeando nuestro interior. No vale la pena mortificarnos por esas reacciones automáticas, tampoco pensar que hemos retrocedido en nuestro camino de despertar. Mucho mejor es pararnos en la posición del observador silencioso, que comprende que no somos sólo nuestros pensamientos, nuestras emociones o las reacciones de nuestro cuerpo: ¡somos eso y mucho más!
Aunque suene extraño, podemos ser felices incluso en momentos de profunda tristeza, como la muerte de un ser querido. Obvio que una situación de ese tipo nos provocará un gran dolor emocional. Aún así podemos darnos cuenta que una parte nuestra sufre la pérdida y experimenta el desconsuelo de saber que no habrá, al menos en esta realidad, una vida futura junto a ese querido ser que partió y otra parte comprende el orden perfecto de la vida y se entrega sin resistencia al dolor que la pérdida provoca, sabiendo que no afecta la pureza de su esencia, ni la plenitud que habita en su interior.
Si bien todos estamos convencidos que queremos ser felices y hasta hoy no he conocido a nadie que me diga que su objetivo en la vida es ser infeliz, a menudo hacemos elecciones y construimos una realidad que nos aleja de este genuino deseo de sentirnos plenos.
La sociedad parece estar empecinada en convencernos, que ser infelices es lo correcto y esperable de una persona con una vida valiosa para los ojos humanos. Si alguien nos pregunta cómo estamos y le decimos que genial, que todo nos resulta maravillosamente, que nuestras finanzas están cada día mejores, que tenemos hijos sanos, inteligentes y alegres y que todo nos resulta según lo deseamos, nos mirarán extrañados, pensarán que mentimos o que estamos alucinando. Si por el contrario, les contestamos que estamos llenos de trabajo, que el día no nos alcanza, que tenemos problemas y dificultades, entonces solidarizarán con nosotros y sentirán que somos personas sacrificadas y valiosas, puede que luego hasta nos llamen para darnos su apoyo y saber qué tal vamos.
Los medios de comunicación nos bombardean de noticias negativas, nos enseñan que vivimos en un mundo adverso, lleno de delincuencia, de personas que nos quieren engañar y agredir. Un mundo en el cual las drogas y las sustancias tóxicas nos esperan a la vuelta de la esquina para saltarnos encima y destruirnos. Cuando somos niños, nuestros padres nos enseñan a desconfiar, a preocuparnos, a sacrificarnos, nos dicen que la vida es difícil y que mientras antes aprendamos a defendernos, mejor. A medida que vamos creciendo, el mundo confirma estas enseñanzas, entonces cuando somos padres se las trasmitimos a nuestros hijos y vivimos temiendo por ellos.
¿Es la verdad que el mundo es así de adverso? Sí, es verdad que existe un mundo así. Pero también existe un mundo luminoso, con personas llenas de buenos sentimientos, habitado por una juventud con conciencia social, que sueña con cambios positivos para la humanidad. Existen cientos de miles de gestos amorosos de personas que solidarizan con quienes los necesitan.
Millones de personas que se levantan cada día a trabajar en forma honesta y entregan lo mejor de ellas en su labor. Existen hermosas familias que se reúnen en las noches a compartir una deliciosa cena. Niños que ríen mientras juegan en las plazas bajo la cariñosa y atenta mirada de un ser querido. Existen cada día más y más personas que como tú y como yo, dedican su vida a despertar el amor que habita en ellas.
Tenemos la libertad de escoger en cuál de esos mundos ponemos nuestra atención y nuestra energía creadora. Recuerda que tus pensamientos son una poderosa herramienta que crea tu realidad y la de quienes te rodean. Tu escoges el mundo que quieres crear, la manera de conseguirlo es comenzando a cambiar tus pensamientos referentes a lo que denominas realidad.
Ser feliz requiere voluntad y hash. ta obstinación. Tienes que vencer miles de años de condicionamiento, en los cuales como humanidad hemos aprendido a prestar más atención a lo que nos falta, a lo que nos faltó y a lo que podría faltarnos, que a lo que tenemos.
Estamos rodeados de bendiciones, la belleza nos sale a saludar a cada paso y el mundo nos ofrece millones de formas de satisfacer nuestras necesidades de ser feliz. Si no eres feliz, es porque has aprendido a no serlo, has aprendido a esperar que suceda “algo” que te brinde lo que ya tienes.
En un comienzo, para poder cambiar esos patrones aprendidos y tan firmemente arraigados, debemos proponernos con férrea disciplina comenzar a reconocer todas las riquezas que nos rodean. Desde el simple acto de respirar, tomar una ducha, saborear un café, tener la libertad de sonreír mientras los demás caminan enfadados, sentir el roce de la ropa con tu cuerpo, sentirnos vivos, mirar la naturaleza aún presente en las grandes ciudades, sentir el aroma del pan fresco, el olor a lluvia, la brisa que acaricia tu rostro y miles de bendiciones más. Si quitamos la atención de lo que nos falta y la ponemos en lo que tenemos, si dejamos de pensar en cómo deberían ser las cosas y empezamos a ser felices con las cosas como son, entonces, de pronto, nos conectamos con nuestra plenitud interna.
Cambiamos nuestra vibración, desde la insatisfacción hasta la satisfacción. Justo en el momento en que dejamos de preocuparnos, como por arte de magia, las circunstancias de nuestra vida comienzan a cambiar y nuestros deseos a cumplirse.
¡La felicidad está en ti, es hora de descubrirla y comenzar a disfrutar de tu vida!