De repente me viene a la cabeza episodios del cuento de Pinocho y me resuena una cierta similitud con el proceso de concienciación en el que estamos inmersos; siento una conexión extraña, paralela, con la creación de ese muñeco y la nuestra.
Pinocho es creado, diseñado y animado con el Amor genuino de un Padre amoroso; al principio, el muñeco está manejado por los hilos del amor, la alegría, la música y la marioneta juega con su Padre, ríe, es feliz y está inmerso en ese amor que le sostiene a través de los hilos.
Pero llega un momento en el que es desatado de los hilos y se le otorga la capacidad de dirigir sus pasos, de elegir entre varios caminos que recorrer y Pinocho toma ese regalo y parte envuelto con la seguridad del amor que le ha protegido durante tanto tiempo.
Pero con lo que no contaba Pinocho desde que fue fruto de esa Creación de Amor, es que transitaría por tierras desconocidas, por pantanos enfangados disfrazados de parques de atracciones y, sin darse cuenta y muy a pesar de Pepito Grillo (su Conciencia), va y se mete de en ese parque de juegos repleto de distracciones, que le invitan a cambiar su rumbo interno para someterse cada vez más a las bajas pasiones hasta que, poco a poco, va perdiendo su inocencia, se vuelve egoísta, mentiroso, irresponsable y es arrastrado por un zorro, listo como nadie, que le va embaucando para alejarle de su nobleza e inocencia.
Sin embargo, como nosotros, Pinocho también tiene un Hada Madrina que le alerta del callejón sin salida que ha tomado, de sus peligros y consecuencias, y cómo no él es consciente porque ya ha llegado a ese olvido opresor y caótico, le dice que, cada vez que se aleje de su inocencia, de su Esencia, le crecerá la nariz, las orejas etc., de modo que tendrá unos avisos cada vez más alarmantes para recordarle que ha tomado el camino equivocado.
Pero a pesar de eso, Pinocho persiste en adentrarse cada vez más en ese parque de distracciones que al principio parece tan divertido hasta que llega la noche oscura y se siente perdido, atemorizado, culpable y llega a ese clímax que causa la desesperación, el no saber adónde dirigirse, el darse cuenta de que ha perdido el norte.
No ha sabido usar la libertad, el libre albedrío desde la Conciencia, sino que la ha acallado, ha alucinado por los neones, las distracciones que no eran más que un gancho para que se soltara de sí mismo y quedara capturado por los creadores de ese parque engañoso y mortal.
Cuando, tras varios episodios más o menos dramáticos, Pinocho comprende lo que ha sucedido, desea regresar al Padre, al lugar que abandonó lleno de ilusiones y planes que, debido a su inconsciencia, desembocaron en un engaño caótico.
El Padre acude a su encuentro y le rescata de tanto desatino y, cuando Pinocho sale del engaño y comprende lo que es el Amor, su aspecto inicial de muñeco se convierte por arte de magia en un muchacho cariñoso, amoroso, feliz…; es abrazado por su Padre y él, a su vez, abraza ese Amor que un día olvidó.
Nosotros, al igual que Pinocho, también nos desviamos y tomamos ese camino de distracciones, de ensoñaciones varias que, más de lo que quisiéramos, nos llevará al desespero, a la culpa, al caos…
Pero, al igual que Pinocho, en esta época nos acompañan un montón de Hadas Madrinas (Ángeles, Maestros, Seres de Luz…) que nos indican el camino de vuelta a Casa del Padre, al Amor, y nos alertan con esas orejas de asno, con ese alargamiento de nariz, con esas patas de burro, para ayudarnos a entender que esos cambios son la respuesta que nos da la vida.
Que si seguimos el camino de la Conciencia, de la Luz, nuestro aspecto no solo no se distorsionará, sino que seremos esos niños de verdad que se mueven libremente en el amor, la alegría, la protección, ya por siempre, porque habremos dejado de ser marionetas manipuladas por un zorro ladino que nos estaba encandilando con un parque lleno de trampas y mentiras.
Usemos nuestro libre albedrío para salir cuanto antes de ese parque ficticio, lleno de promesas y distracciones vacuas que nos alejan de nosotros mismos, que nos entrampan, y retomemos el camino de la Verdad, de la Libertad, de la Hermandad, del Amor, en definitiva, llegando por fin a la Casa del Padre que nos espera con los brazos abiertos, convertidos ya en el verdadero Ser que somos.
Justo ahora, ya siento que estamos en esa última parte del cuento, ¡Aprovechémoslo!
HELENA E ISABEL VILÁ
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