Amadas amigas y amigos:
¡Yo Soy Jeshua!
¡Estoy aquí presente entre vosotros y os amo profundamente!
Sentid mi amor, mi completa aceptación de quienes sois. No hay nada que hayáis de ocultarme. Sois ángeles heridos y hoy estoy aquí para extender mi mano a cada uno de vosotros, pues estos son tiempos de sanación.
Las cosas están, por fin, empezando a cambiar, pero para cambiarlas en un nivel más profundo, tenéis que adentraros en la oscuridad. Tenéis que atender a las viejas heridas que os han sido infligidas. Hagámoslo ahora.
Imaginad que lleváis en la mano una antorcha de luz. ¿Sois capaces de sostenerla en alto? ¿Podéis aceptar que sois portadores de Luz?
Una de las mayores tragedias que observo que tiene lugar en vuestra vida es que habéis dejado de reconocer vuestra propia luz. Miráis fuera de vosotros; os fijáis en autoridades, en expertos; buscáis orientación en vuestro entorno. Pero yo no estoy aquí para ofreceros ese tipo de guía, estoy aquí para guiaros desde dentro. Tenéis que volver a familiarizaros con vuestra propia luz.
Estáis tan acostumbrados a haceros pequeños e insignificantes que ahora os pido que, en vuestra imaginación, volváis a alzar esa antorcha de luz y contempléis sus cualidades. Sentid el efecto sanador que esa luz tiene en vosotros. De todas las herramientas de sanación que podáis recibir, esta es la más poderosa para reconectar con vuestra propia luz interior.
Todas las tragedias de la Tierra, la historia de violencia y de guerra que este planeta ha conocido, obedecen al hecho de que las personas se han desconectado de su propia luz, de su propio sentido del mal y del bien, de su propia intuición. Habéis caído presa del miedo y andáis constantemente buscando seguridad fuera de vosotros, y esto tiene que acabar ya. Para dar paso a una nueva era en este planeta, es imprescindible que haya gente capaz de aceptar su propia luz y de vivir en coherencia con ella.
Así pues, ¿cómo soltar el miedo y esas voces de falsas autoridades que os llegan desde fuera? Al asumir este proceso de liberación, vais a contracorriente de energías de larga data, por lo que sois pioneros y revolucionarios. Durante mi estancia en la Tierra, dejé sembradas las semillas de esta revolución y vosotros sois los portadores de esas simientes, a las cuales les ha llegado el momento de germinar.
Bañaos en la luz de vuestra antorcha. Imaginad que impregna todo vuestro cuerpo. Esta luz procede de vuestra alma y os está recordando que no sois meros seres de carne y hueso, sino que descendéis a la Tierra desde otro reino. Sentid ese reino ahora, pues es vuestro Hogar, y recibid su energía. Sentid las energías de vuestros guías y de los ángeles que tenéis cerca, ya que en verdad están solo a un suspiro de distancia. Su deseo es elevaros por encima de la densidad y la oscuridad de la Tierra, pero, sobre todo, desean elevaros fuera del abismo del miedo.
Imaginad que esta habitación se llena con nuestra luz combinada. Y sentid lo mucho que la Tierra desea recibir esta luz, porque dicha luz —vuestra luz— le es muy necesaria. Sin embargo, para ser los trabajadores de la luz que sois, primero tenéis que sanar vuestras heridas internas y permitir que vuestro cuerpo os hable. El propio cuerpo, si bien contiene energías tanto masculinas como femeninas, posee, en relación con el alma, una energía global femenina.
El cuerpo es receptivo —recibe las energías tanto de vuestra alma como de vuestra personalidad y, al igual que un espejo, os devuelve reflejadas tanto las cualidades de vuestra alma como también cualquier distorsión que se produzca como resultado de vuestra personalidad.
Así como la Tierra es una energía femenina, si la comparamos con la energía masculina del Sol, el cuerpo contiene una energía más femenina, si la comparamos con la energía del alma, la cual se rige más bien por el principio masculino. No obstante, ambas energías son igualmente valiosas y el cuerpo ansía la atención del alma, ya que es su auténtico guía y aquello que lo inspira.
En vuestra sociedad estáis acostumbrados a abordar y tratar el cuerpo desde la mente. También recurrís a la mente y a la ayuda de la medicina para abordar la enfermedad, lo que ha hecho que descuidéis el cuerpo. Para recuperar la relación natural que existe entre vuestra alma y vuestro cuerpo, primero tenéis que aceptar este último, independientemente de su apariencia o de las dolencias que pueda padecer.
Sentid que la luz de vuestra alma acepta plenamente vuestro cuerpo. El alma anhela unificarse con el cuerpo y la luz de vuestra alma anhela penetrar en todas las células de vuestro cuerpo. Esta fusión de alma y cuerpo es lo que os convierte en un ser humano inspirado, en un ángel humano.
En verdad, el cuerpo es un instrumento divino. Mostradle el respeto apropiado y, cuando conectéis de esa manera alma y cuerpo, surgirán otras alternativas de sanación.
Es cierto que tenéis que cuidar el cuerpo a nivel físico y que puede ser juicioso aceptar tratamientos de la medicina convencional para curarlo, pero existe un nivel más profundo en el que atender al dolor o al problema.
El primer paso es aceptar que el cuerpo es una expresión del alma. Y luego, abrirse a uno mismo y esperar a que llegue el mensaje que el cuerpo está intentando transmitir. Sin embargo, os habéis acostumbrado a pensar tanto que os gustaría que la respuesta a cuál es la causa del problema os llegara verbalmente, a través de la mente. Pero el proceso de descubrir el auténtico significado de una enfermedad es más profundo y sutil que eso.
Es preciso que consideréis la enfermedad como un amigo, un amigo al que vais conociendo poco a poco y que, progresivamente, os va contando cómo se siente y cuál es su mensaje. Adentrarse en el camino de la enfermedad siempre equivale a adentrarse en el territorio de lo desconocido. Algo nuevo busca hacerse presente en vuestra consciencia y es, en general, un nivel más profundo de amor propio. A través del dolor y del sufrimiento, ese amor hacia vosotros mismos termina creciendo en vuestro interior y os exige un mayor grado de entrega con el fin de que recibáis el mensaje o la respuesta de la enfermedad.
Así pues, llevar la antorcha de vuestra luz implica dos cosas: la primera es que reconocéis vuestra grandeza, vuestra divinidad; asumís que sois vuestro propio amo y que no dependéis de ninguna autoridad externa. Y la segunda es que sabéis arrodillaros para aceptar con humildad las cosas que ocurren en vuestra vida, abandonando la idea de que podéis encontrar todas las respuestas con la mente e, incluso, de que tenéis que buscarlas con la mente.
En este proceso de autosanación y de iros conociendo, tenéis que aceptar que hay algo mucho más inmenso de lo que sois. Y esa inmensidad, la cual desea revelarse ante vosotros, es, en realidad, el Espíritu.
Os pido, por tanto, que os hagáis dueños de vuestra propia luz, permaneciendo al mismo tiempo abiertos a esa energía más grande que quiere guiaros. Ese poder mayor que vosotros no es una autoridad; rebosa alegría y ligereza. El Espíritu desea estar con vosotros; desea fluir a través de vosotros mientras vivís como seres humanos en la Tierra.
Os doy las gracias por vuestra atención.
Estoy profundamente conectado con todos vosotros.
Gracias.
JESHUA
Canalizado por Pamela Kribbe
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