Durante años, me mantuve cuidadosa de no tomar nada de lo que encontraba en la Naturaleza.
No cortaba flores por no acortarles la vida, no cogía el fruto de los árboles por no privarlos de su creación. Incluso, llegué a tener un naranjo anciano en la puerta de mi cocina, cargado de enormes y deliciosas naranjas, y yo, solamente las recogía cuando caían al suelo. Y así, un montón de disparates más, que no te explico para no aburrir.
Pero ese, no era un gesto altruista, en realidad era una profunda sensación de desmerecimiento; y me di cuenta de ello un día que, subiendo a las crestas de la Sierra de la Culebra, le solicité a la montaña un regalo. En voz bien alta y clara, le dije: «¡Quiero que me regales un cuarzo! Nunca me he encontrado uno y me gustaría mucho.»
Pasadas unas dos semanas, ya sin acordarme de mi petición, volví a subir a esa misma montaña con unos amigos y, en la primera parada de descanso, estando de pie y bromeando con ellos, se me ocurrió darle una patada a una piedra de apariencia normal que, saliendo de la tierra en un giro, ¡resultó ser un cuarzo precioso!
¡Uauh! ¡No podía creerlo, me encantó! Pero, al mismo tiempo, me sentí fatal porque yo había encontrado ese precioso tesoro y los demás no.
Continuamos el camino y, ya en la cima, me tropecé literalmente con tres cuarzos más, que esta vez regalé a mi acompañante para alegrarle un poco.
Había pasado aproximadamente un mes cuando volví al mismo lugar y, mientras subía a la empinada cima, sentí claramente un mensaje que decía:
«¡Te doy tantos regalos que no ves…!
¡Te doy tantos regalos, que no aceptas…!
¡Te doy tantos regalos que regalas…!
¿No te das cuenta de que son para ti?
¡Son para ti!
¡Me pides algo, y cuando lo recibes, te sientes mal por tenerlo!
¿Cuándo vas a dejar de perder tantas oportunidades?
¡Aprovecha y disfruta de todo lo que te doy!
¡El mayor gesto de agradecimiento es disfrutar de lo que se te regala!»
Y en aquel momento, me quede paralizada; los recuerdos de una infinidad de ocasiones en las que no aproveché sus regalos se amontonaron en mi mente y empecé a comprender.
Ahora vivo en el campo, al pulso de las estaciones, y observo cómo la Naturaleza necesita que aproveches sus frutos en el momento en el que los ofrece.
En la puerta de casa hay un cerezo y, cuando llega la primavera, se llena de cerezas que solo duran diez días. Su copa es lo primero que se vacía, es el gran festín de los pájaros. La parte central es para nosotros, que directamente nos las comemos del árbol. Y la parte baja, es para la Yuki, algún lirón y los zorros.
Al cerezo se le percibe feliz, muy feliz de que todos valoremos sus frutos, y el resto del año se deja mimar.
¿También te pasa a ti?
¡Un abrazo!
EVA JULIÁN
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