Nacimiento: La pérdida de nosotros mismos
Desde el punto de vista espiritual, nacer es sumergirse en la materia. Abandonamos el reino del Alma, una atmósfera de alegría y paz. En el reino del Alma no existen las restricciones de tiempo y espacio, ni la sensación de separación que experimentamos en la Tierra. La libertad es un don natural. Aún más, todo nuestro entorno irradia belleza, Amor y armonía; el temor y el sufrimiento están ausentes. Con todo, en algún momento aceptamos la invitación de la Madre Tierra para nacer como un Ser Humano. En cada nacimiento comenzamos un largo proceso de descender a la atmósfera física y conectarnos con ella. En la literatura antigua el nacimiento del Alma encarnada es llamado “el encadenamiento del Alma”. El Alma aterriza en el restrictivo y denso reino de la materia, en el cual cada Ser parece separado de los demás. En esta atmósfera el Alma tiene problemas para mantenerse en su vibración natural, no pertenece aquí; y solamente puede sobrevivir retirándose regularmente. Este retiro es lo que llamamos sueño; y es esencial no solamente para nuestro cuerpo, sino también para nuestro espíritu.
Aunque el nacimiento marca el comienzo de una nueva encarnación, el proceso del descenso del Alma está aún lejos de terminar. El descenso continúa hasta la edad de alrededor de 14 años. Alrededor de esa edad, la inmersión en la materia ha alcanzado su máximo: Como adulto habitas plenamente en el reino de la materia y de la sociedad Humana. Desde la perspectiva de tu Alma, es cuando estás más alejado de tu Fuente, del Reino Celestial de donde provienes. En la parte más profunda de la Encarnación, la distancia del origen es la más grande. Durante la niñez, aún es fuerte el vínculo con la esfera original del Alma. Los niños a menudo son intuitivos, espontáneamente alegres y totalmente absorbidos en el momento; estas cualidades son naturales para el Alma. Disfrutar y explorar la vida de manera juguetona y desinhibida es natural para el niño, así como para el Alma. Desafortunadamente nuestra sociedad ha llegado a estar dominada por una distorsionada y masculina noción de la espiritualidad, que no reconoce estas cualidades como espirituales, sino que las ve como señales de inmadurez. Esta pesada y adusta presentación de la espiritualidad realmente no se deriva de la cristiandad original. En la Biblia, aún hay trazas de la perspectiva del Alma. En Marcos 10:14, por ejemplo, Jesús dice: “Dejad que los niños vengan a mí, no los detengáis, porque a ellos les pertenece el Reino de Dios”.
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