Han pasado ya varios
meses desde que dejé aquel planeta azul, y aquellas personas que tanto amo. Mi
ser ha crecido enormemente por todas las experiencias que viví allí. Hoy me
encuentro escribiendo este informe, no para mis superiores, sino para mí mismo,
o para alguien que algún día en la Tierra pueda llegar a leerlo. He aprendido
mucho sobre el destino del planeta y sé que pocos humanos saben lo que se
avecina, y la razón de ello.
Con esta historia
real que narro aquí, busco recordar todo aquello que me sucedió. Quizás, si
las leyes de la Creación lo permiten, con esta narración algún humano que ha
estado durmiendo pueda despertar y recordar su verdadera misión en el planeta.
¿Quién soy yo?
Bueno, digamos que soy un habitante del cosmos. No soy como los humanos. He
tenido experiencias que pocos seres han vivido. O si lo han hecho, ya lo han
olvidado. Para algunos soy un extraterrestre. Sin embargo, esta palabra me hace
sentir como un extraño. Comprendo que hago parte de todo y de todos los seres.
Hoy en día me siento más humano que nunca.
Al comienzo me
encontraba allí, en la gran ciudad. Mi apariencia era la de una persona joven
y con vestiduras muy pobres. Rodeado de millones de personas y, sin embargo,
muy solo. Todas ellas conducían con afán sus vehículos, o caminaban
rápidamente por las calles rumbo a su trabajo o estudio. En todo momento
recordaba a Zitnia, el lugar de donde vengo, y el contraste entre estos dos
mundos me afectaba profundamente.
—Jendua, debes
comprender que cada mundo posee lo que necesita— me decía mi guía antes de
bajar a ese planeta—. Cuando estés en la Tierra verás grandes contrastes; no
debes pensar que los terrestres son desafortunados, simplemente están en un
medio en el cual deben aprender. En algunos mundos como este, aun teniendo las
dificultades materiales, el corazón puede ir despertándose hacia las riquezas
espirituales.
Algunos, rodeados de
muchos lujos, erróneamente se sentían grandes. Otros, al no tener las mismas
comodidades materiales que pocos poseían, erróneamente se sentían pequeños.
Lo que más me afectaba era ver en muchos de ellos cómo en su pecho no brillaba
la luz amorosa de su ser interno. Su aura irradiaba levemente un color
grisáceo y sus pensamientos eran muy discordantes. Muy pocos comprendían el
verdadero sentido de la existencia. No entendían el propósito de su paso por
este planeta. Tampoco llegaban a imaginar lo que vendría más adelante, fruto
de sus irresponsables acciones. O quizás lo intuían, pero se negaban a
afrontarlo entregándose a la rutina diaria. Muchos ni siquiera buscaban en su
interior a su guía, ni sentían la presencia de Dios o de la Creación en cada
hoja, en cada árbol, en cada gota de lluvia o en cada átomo del aire que
respiraban, ni en cada ser que les rodeaba. En medio de millones de hermanos,
ellos se sentían seres aislados, individuales, solos... Aún faltaba mucho
para que expandieran su luz amorosa y se hicieran uno con el universo.
—Así tiene que ser
—me explicó mi guía—. En la Tierra y en lugares similares se aprende de esa
manera. Cuando estés allá abajo, los verás imperfectos, inconscientes de la
realidad y del propósito de su existencia. Sin embargo, a pesar de esto, debes
sentir su ser interno, perfecto y puro, irradiarles amor y darles ánimos para
continuar. Debes mirar más allá de lo que la tercera dimensión te muestra.
Y mi guía tenía
razón. Si yo observaba de la misma manera que ellos lo hacían, sólo veía
injusticia, dolor, egoísmo, ansiedad y soledad. Llegué a sentirme deprimido y
me avergonzaba por eso, pues la depresión es un crimen en el lugar de donde vengo.
Con ella sólo logran irradiarse pensamientos discordantes impidiendo la ayuda
a otros seres y a sí mismo.
Y allí estaba, en
aquel planeta, en mi nueva misión.
—La Tierra está
próxima a una gran cambio cósmico —me había dicho el comandante de la
misión. Eso era lo mismo que me enseñaba mi guía.
Sabía que el cambio
vendría muy pronto y que seres como yo, de varios planetas, llegábamos a la
Tierra a ayudar a nuestros hermanos cósmicos. Esos cambios no son fáciles y
no todos están preparados para afrontarlos. El momento de la cosecha se acercaba,
decían los guías. Era el punto de convergencia de muchas fuerzas de
diferentes dimensiones en un mismo lugar del universo y en un mismo momento de
la evolución. Y algunos que ya habían sido enviados anteriormente
permanecían dormidos. Parece increíble que un ser que ha estado viajando por
innumerables mundos, aprendiendo y ayudando, al llegar a la Tierra se hubiera
olvidado de todo.
—Parte de tu misión
es despertar a Zendor y así ayudar a despertar a otros como él —me aclaraba
mi guía—. Él fue enviado hace muchos siglos y con el tiempo ha olvidado el
verdadero propósito de su misión. Al despertar, el ayudará a otros a abrir su
corazón y a recordar su verdadera identidad.
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