- LA MUERTE.
La muerte no es un
castigo, es volver donde ya estábamos antes y reencontrarnos con seres que
amamos.
La muerte no existe
para el espíritu, no es más que el paso a otra dimensión de consciencia.
Todos morimos cuando
es, ni antes ni después. Eso lo programas con Dios antes de venir. En efecto,
hacemos un plan de vida y elegimos un tipo de muerte según lo que hay que
aprender y enseñar.
Al morir se sale del
cuerpo, después de un paso por una especie de túnel, se llega ante una luz de
amor.
Esa luz es el mismo
Dios y eres libre para unirte o no con ella y continuar tu evolución
espiritual.
La muerte no se
siente, es dormirse acá y despertar allá. Toda muerte es un acto de amor.
Al morir nadie te
juzga, tú mismo te evalúas y sigues en el lento proceso de evolucionar
espiritualmente.
Si quieres partir
sereno, afronta desde ya los miedos a la muerte y aprende a mirarla
positivamente. Partes sereno si hay paz en tu alma y andas ligero de equipaje,
sin asuntos pendientes.
Es sano llorar y en
nada perturba a quien parte, si no lloras te enfermas y el dolor te sofoca y te
tritura. Eso sí, acepta la muerte y no retengas al ser amado. Entrégalo a
Dios con amor o frenas su proceso y te haces daño.
Es sano hablar con
el difunto y de él, pero sin aferrarlo, aceptando su muerte y despidiéndolo.
Los duelos son
largos y los llevas mejor si liberas emociones como odio, culpa, rabia y
aflicción.
Pregunte para que
murió tu ser querido, en lugar de atormentarte con un lacerante
"porque".
Una muerte repentina
no es fácil de aceptar, se debe orar para ayudarle al ser amado a que la
acepte y se una a Dios.
Un cementerio está
lleno de mala energía, mientras menos vas allá, mejor. Allá no está tu ser
amado
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