martes, 8 de noviembre de 2022

Y TU DE QUE VAS.


Me observo y observo a todos los humanitas pidiendo, orando, reclamando, haciendo promesas a cambio de un beneficio divino, en la cuestión  que sea: Que mi hijo apruebe los exámenes, que  me admitan en este trabajo, que disfrute de fama y fortuna, que el dinero me alcance a fin de mes, que este ser querido que está enfermo se recupere, que aquellos a quienes amo no se mueran… ¡Y suma y sigue!


A la hora de pedir todos somos muy devotos, muy creyentes, con la esperanza rayando en la concreción, en la certeza de que aquello que solicitamos no podrá sernos negado al pedirlo con tanta devoción. 


Hasta aquí, todo va bien; si se cumple lo que hemos pedido, si la petición genera los “frutos” deseados, todo es perfecto: amamos a Dios, al Universo, generalmente les damos infinitas gracias, y seguimos con nuestra vida hasta la próxima.


Pero, ¿qué pasa cuando eso que pedimos a través de nuestra “fe”, nuestra oración, nuestra  constricción, no se cumple porque, o bien se muere esa persona o animal queridos, o bien no me admiten en el trabajo, o bien sigo tan pobre como antes de haber pedido ese dinero?


Pues, yo puedo asegurar que la inmensa mayoría se rebota, se enfada, reniega de Dios, de su fe en Él; le tacha de su lista de benefactores divinos, pasando a ser “algo” que “no me sirve”, porque me ha abandonado, porque la fe no sirve de nada, porque he perdido toda esperanza, porque para qué tanta oración para obtener el resultado solicitado. 


Nos sentimos frustrados, engañados, estafados por esa fe que nos han enseñado, que nos han dicho que teníamos que tener, para que, con esa cómplice suya, la esperanza, conseguir a ciencia cierta eso que tan devotamente pedimos, porque Dios es Todopoderoso, nos ama infinitamente y todo lo puede, es nuestro Padre y cómo tal nos ayuda, nos protege y nos salva de todo lo “malo”.


Reseteo todo eso y, en verdad, pido, pido y pido con devoción, pero detrás de esas oraciones, ¿qué se oculta? Pues nada más y nada menos que ese amor nuestro condicionado a un resultado, esa fe flaca que creemos que nos sostiene, esa esperanzadora respuesta óptima a nuestros intereses, ligada y atrapada en esa hipocresía que disfrazamos y tras la que nos escondemos, creyéndonos que eso es lo que nos llevará a esa vivencia o arreglo deseado.


Y yo me miro, tal cual, con estas premisas que sostienen nuestras creencias, nuestra aparente fe, nuestra aparente devoción y me digo: «Y tú, ¿ de qué vas?» Exiges al Padre, con tu “fe tan devota”, resultados que te beneficien, a los que anhelas, por los que suspiras. Pero, ¿y tú? ¿Qué  das tú, qué haces tú, con qué respondes tú, qué aportas tú a esa relación de Padre-Hijo?


Y se me representa como ejemplo, aquel jefecillo exigente, que no da palo al agua ni tiene idea de nada y exige a ese empleado que haga lo que ni él mismo tiene ni remota idea de cómo se hace, ni la mínima capacidad para hacerlo, con esa exigencia pueril e ignorante al creerse que tiene la sartén por el mango.


Este ejemplo, me lleva a comparar a ese jefecillo con nosotros, quienes, en vez de pedir aquello que necesitamos o deseamos desde el agradecimiento y la humildad, lo exigimos con condiciones y amenazas: «¡Si no lo haces, te despido! ¡No sirves para nada, inútil!» «¡Si no lo haces, dejaré de creer en ti, porque ya no me sirves!»


Nosotros le exigimos resultados a Dios, pero, ¿qué hacemos nosotros, qué parte de lo que nos toca cumplimos? ¿Amamos a los demás como a nosotros mismos? ¿Hm? ¿O nos reafirmamos una y otra vez en la crítica, el juicio y la condena ¿Respetamos toda vida ajena, de personas, animales y Naturaleza? ¿Hm? ¿O la saboteamos a nuestro placer y beneplácito? ¿Amamos a nuestros padres por lo qué son o los martirizamos con nuestra rebeldía, descontento e incluso reproches?


Si cumplimos todo lo que Dios nos pide, no es para su beneficio, sino para el nuestro, porque Él sí cree en nosotros, Él no se aparta porque ¡Uy, se me ha escapado una crítica! ¡Uy, no he respetado una vida ajena! ¡Uy, me he peleado con mis padres! Etcétera. 


Es decir, que pedimos bajo el cetro de la exigencia y condicionamientos y, sin embargo, nosotros somos incapaces de hacer siquiera lo mínimo para acercarnos a Él, a su Bondad. Y toda esa hipocresía con Él y ese autoengaño, lo llamamos fe, esperanza, amor a Dios, pero eso sí, todo supeditado a que el resultado anhelado sea satisfactorio, faltaría más. 


Con todo esto en la palestra y con la valentía de mirar de frente esa “fe” y/o “devoción”, he llegado a la siguiente conclusión, que cuando pides algo y lo haces desde ese compañero (que no jefecillo), humilde, agradecido, con capacidad para comprender que hay mucho más allá de lo que vemos, oímos y sentimos, que cuando esa petición se hace desde esa confianza de que lo que haga ese Compañero, que cuando Él se pone manos a la obra, siempre lo hace con el mayor cuidado, atención, protección y amor a lo que le pides, he llegado a la conclusión, repito, de que, sea cual sea el resultado, este siempre será para el Mayor Bien. 


Y que cuando tú, por otro lado, atiendes a lo que Él te invita a cumplir, que siempre será en tu beneficio, ahí lo que se crea son unos lazos de amor y complicidad, fuera de todo condicionamiento y la soberbia que provoca  ese enfado y esa exigencia.


Por ejemplo: El niño que pide al padre que le compre chuches porque le encantan y el padre no se los compra porque sabe que tanto azúcar le provocara más  pronto que tarde caries y eso le obligará  a ir al dentista, algo que el niño no ve, porque él sólo tiene en la mente conseguir esos chuches. 


Como el padre sí ve que la satisfacción de esa petición le va a perjudicar, no lo hace. Y ¿qué hace el niño? Se enfada, berrea, reniega, llora, se tira al suelo… «¡Ya no te quiero! ¡Déjame en paz! ¡Vete!» En fin, esto lo hemos vivido casi todos.


Los Maestros nos s recomiendan ser ese niño que, a pesar de que le niegan los chuches, comprende que el Padre sabe más que él, y que si le pide que no se enfade o entristezca, porque por ahora, es lo mejor para él, lo comprenda desde esa humildad en reconocer que, si eso ahora es así, tenga fé en esa protección que le ofrece su Padre, sabiendo que cuando llegue el momento, podrá comer chuches desde el discernimiento o incluso, puede que al cabo de un tiempo,  comprenda que ya no desea comerlos.


Comprender desde la humildad y el agradecimiento que, cuando algo no se cumple, no es porque no hayamos sido escuchados, sino porque el cumplimiento de esa petición en un momento dado, es más perjudicial que beneficiosa. Y eso sí, teniendo la certeza de que, cuando sea el momento, eso que pedimos o bien se manifestará o el tiempo nos hará comprender que todo está como tiene que estar.


Entonces, sí se podrá hablar de Fe, de Confianza y de Esperanza, porque al poner en Sus Manos la petición, también estarás poniendo el resultado con Gratitud, Humildad y Compromiso.


¡Os amamos!

 

Helena e Isabel Vilà

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