La mente busca alimento incesantemente, y no sólo para el
pensamiento; está buscando alimento para su identidad, para su sentido del yo.
Así es como el ego (el yo separado) viene a la existencia y se recrea
continuamente a sí mismo.
Cuando piensas o hablas sobre ti, cuando dices «yo», sueles
referirte a «yo y mi historia». Éste es el «yo» de lo que te gusta y de lo que
te disgusta, de tus miedos y deseos, el «yo» que nunca está satisfecho por
mucho tiempo. Es un sentido de quien eres creado por la mente, condicionado por
el pasado y que trata de encontrar su realización en el futuro.
Cuando cada pensamiento absorbe tu atención completamente
significa que te identificas con la voz que suena en tu cabeza. Entonces los
pensamientos quedan investidos de un sentido de yo. Esto es el ego, el «yo»
creado por la mente. Este yo fabricado por la mente se siente incompleto y
precario. Por eso el temor y el deseo son sus emociones predominantes y sus
fuerzas motivadoras.
Cuando reconoces que hay una voz en tu cabeza que pretende ser
tú y que nunca deja de hablar, estás saliendo de la identificación inconsciente
con la corriente de pensamientos.
Cuando notas esa voz, te das cuenta de
que tú no eres la voz —el
pensador—, sino quien es
consciente de ella. La libertad estriba en conocerte a ti mismo como la
conciencia que está detrás de la voz.
Casi cada ego contiene algún elemento de lo que podríamos llamar
«identidad de víctima». La imagen de víctimas que algunas personas tienen de sí
mismas es tan fuerte que se convierte en el núcleo central de su ego. El
resentimiento y los agravios forman parte esencial de su sentido del yo.
Aunque tus agravios estén completamente «justificados», te has
construido una identidad de víctima que se parece mucho a una prisión cuyos
barrotes están hechos de formas mentales. Mira lo que te estás haciendo a ti
mismo o, más bien, lo que te está haciendo tu mente. Siente tu apego emocional
por tu historia de víctima y date cuenta de la tendencia compulsiva a pensar o
hablar de ella. Mantente presente como testigo de tu estado interno. No tienes
que hacer nada. Con la conciencia vienen la transformación y la libertad.
Los hábitos mentales favoritos del ego, los que le fortalecen,
son la queja y la reactividad. Buena parte de la actividad emocional-mental de
muchas personas consiste en quejarse o reaccionar contra esto o lo otro. Ello
hace que los demás, o la situación, estén «equivocados», mientras que tú
«tienes razón». Teniendo razón te sientes superior, y sintiéndote superior
fortaleces tu sentido del yo. En realidad sólo estás fortaleciendo la ilusión
del ego.
¿Puedes observar estos hábitos dentro de ti mismo y reconocer tu
quejumbrosa voz interior por lo que es? El sentido del yo característico del
ego necesita el conflicto porque su identidad separada se fortalece al luchar
contra esto o lo otro, y al demostrar que esto soy «yo» y eso no soy «yo».
La envidia es un derivado del ego, que se siente disminuido
cuando a otra persona le pasa algo bueno, o cuando alguien tiene más, sabe más
o puede hacer más que tú. La identidad del ego depende de la comparación y
siempre quiere más. Se agarra a cualquier cosa. Si todo lo demás fracasa,
puedes fortalecer tu ficticio sentido del yo sintiéndote más maltratado por la
vida o más enfermo que otras personas.
La necesidad de oponerse, de resistirse y de excluir está
incorporada a la estructura misma del ego, ya que esto le permite mantener el
sentido de separa-ción del que depende su supervivencia. De modo que «yo» voy
contra el «otro», «nosotros» contra «ellos». El ego necesita estar en conflicto
con alguien o algo. Eso explica por qué buscas la paz, la alegría y el amor,
pero no puedes tolerarlos por mucho tiempo. Dices que quieres la felicidad,
pero eres adicto a tu infelicidad.
En último término, la infelicidad no surge de las circunstancias
de tu vida, sino del condicionamiento de tu mente.
¿Albergas sentimientos de culpa respecto a algo
que hiciste —o dejaste de hacer— en el pasado? Lo cierto es que actuaste de
acuerdo a tu nivel de conciencia, o más bien de inconsciencia, de aquel tiempo.
Si hubieras estado más alerta, si hubieras sido más consciente, habrías actuado
de otra manera.
La culpa es otro intento del ego de crear una identidad, un
sentido del yo. Al ego no le importa que el sentido del yo sea positivo o
negativo. Lo que hiciste o dejaste de hacer fue una manifestación de
inconsciencia, de la inconsciencia humana. El ego, no obstante, lo personaliza
y dice: «Yo hice aquello», y así te creas una imagen mental de ti mismo como
persona «mala».
A lo largo de la historia, los seres humanos han cometido
incontables actos de agresión, crueldad y violencia hacia sus semejantes, y
continúan realizándolos. ¿Son todos ellos condenables? ¿Son todos culpables? ¿O
dichos actos son expresiones de la inconsciencia, de una etapa evolutiva que
ahora estamos dejando atrás?.
«Cuando el yo desaparece, desaparecen los problemas».
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