Este es el relato de
un ser que vive la experiencia después de la muerte y en la luz vive alguna de sus experiencias con sus guías, este mismo ser luego retorna a
su cuerpo porque no era el momento de dejar este plano...
"Se establece
un período de tiempo durante el cual cada uno de nosotros ha de completar su
educación terrenal. Algunos espíritus sólo vendrán para nacer y aportar una
experiencia a los demás y se marcharán rápido de este mundo.
Otros vivirán hasta
una vejez avanzada, cumplirán sus objetivos y beneficiarán a los demás con
la oportunidad de ayudar. Unos vendrán para ser líderes o seguidores y otros
para ser soldados, gente rica o gente pobre, pero el propósito, de su venida
será el de que proporcionen situaciones y relaciones que nos ayuden para que
aprendamos a amar.
Todos aquellos que
se cruzan en nuestro camino contribuirán al cumplimiento de nuestra misión.
Debemos sufrir la prueba de condiciones adversas que nos preparará para poner
en práctica el mandamiento más importante de todos: amarnos los unos a los otros.
Todos nos encontramos unidos por lazos colectivos mientras estamos en la
tierra, unidos en ese supremo cometido: aprender a amarnos los unos a los
otros.
Nuestra venida a la
Tierra se asemeja mucho a la elección de un colegio o de una carrera. Cada uno
de nosotros se encuentra en un nivel distinto de desarrollo espiritual y aquí
ocupamos los puestos que más se adaptan a nuestras necesidades espirituales.
En el momento en que juzgamos a los demás por sus fallos o sus defectos,
nosotros mismos manifestamos defectos similares. Aquí no disponemos de los
conocimientos necesarios para valorar a las personas con justicia.
Como quisiesen
ilustrar este principio, los cielos se abrieron y vi a la Tierra de nuevo. Esta
vez mis ojos se posaron en la esquina de una calle de una gran ciudad. Allí,
al lado de un edificio, había un hombre tirado en la acera, embrutecido por la
bebida. Una de mis guías me preguntó: “¿Qué ves?”
“Pues un vagabundo
que se revuelca borracho”, dije sin comprender por qué se me ofrecía aquel
espectáculo.
Mis escoltas se
agitaron. “Ahora verás quién es en realidad”, me dijeron.
Me revelaron su
espíritu y vi un hombre magnífico, lleno de luz. Su ser emanaba amor y supe
que era muy admirado en el cielo. Aquel ser sublime vino a la tierra como
maestro para ayudar a un amigo con quien había establecido lazos espirituales.
Su
amigo era un eminente abogado cuyo despacho distaba pocas manzanas de aquella
esquina. Aunque el borracho no guardaba ya recuerdo alguno del pacto hecho con
su amigo, su propósito era advertirle de las necesidades ajenas. Supe que el
carácter del abogado era compasivo por naturaleza, pero que la visión del
borracho le impulsaría a hacer más por los necesitados. Supe que repararían
uno en el otro y que el jurista reconocería al espíritu anidado en el
borracho, al hombre dentro del hombre, y que se sentiría impulsado a hacerle un gran bien.
Nunca serían
conscientes de los papeles que habían pactado representar; no obstante, sus
misiones serían cumplidas. El borracho había sacrificado su tiempo terrenal
en beneficio de otra persona. Su evolución proseguiría y, más adelante, se
le otorgarían otros elementos necesarios para su progreso.
Mis
escoltas me dijeron que nunca debía juzgar a los demás porque me faltaba el
conocimiento puro. Los que pasaban por delante del borracho en la esquina no
podían ver la nobleza de su espíritu y le juzgaban por las apariencias
externas. Yo también era culpable de enjuiciamientos de ese tipo, yo también
había juzgado a otros por su riqueza o por sus rasgos evidentes. Ahora veía
que había sido injusta, que no sabía nada de sus vidas ni, lo que es más
importante, de sus espíritus.
También pensé:
“Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuan
queráis.” Pero el recuerdo de las Escrituras me incomodó. ¿Por qué están
los pobres entre nosotros? ¿Por qué no puede Dios proveernos a todos? ¿Por
qué no hace que el abogado comparta su fortuna con los demás? Las guías
irrumpieron en mi pensamiento y dijeron: “Entre vosotros caminan ángeles que
no reconocéis”.
Me
quedé perpleja. Mis guías me ayudaron a comprender. Todos tenemos
necesidades, no sólo los pobres. Todos nos hemos comprometido en el mundo
espiritual a ayudarnos mutuamente. Pero nos lleva tiempo cumplir los pactos
concertados tanto tiempo ha. Y el Señor envía a sus ángeles para
impulsarnos, para que nos ayuden a cumplir nuestras obligaciones. Nunca nos
fuerza, pero sí nos impulsa. Nosotros no sabemos quiénes son esos seres, su
aspecto no tiene nada de particular, pero nos acompañan más de
lo que pudiéramos pensar. "
Extractado del libro HE VISTO LA LUZ
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