Inicia un el mal pensamiento, y esto en sí mismo es
ya un mal actuar.
Porque en todas las
personas y en todas las cosas existe el bien y el mal. A cualquiera de éstos
podemos prestarle fuerza, pensando en él, y por este medio ayudar o estorbar
la evolución; podemos hacer la voluntad del Logos o trabajar en contra de ella.
Si pensáis mal de
otra persona, cometéis tres iniquidades a un tiempo:
- Llenáis el ambiente que os rodea de malos pensamientos en vez de buenos, y así aumentáis las tristezas del mundo.
- Si en el ser en quien pensáis existe el mal que le atribuyes, lo vigorizás y alimentás; y así, hacés peor daño a vuestro hermano en vez de hacerlo mejor. Pero, si generalmente el mal no existe en él y tan sólo lo habéis imaginado, entonces vuestro maligno pensamiento tienta a vuestro hermano y lo induce a obrar mal, porque, si no es todavía perfecto, podéis convertirlo en aquello que de él habéis pensado.
- Nutres vuestra propia mente de malos en vez de buenos pensamientos, y así impides vuestro propio desarrollo y te hacéis, a los ojos de quienes pueden ver, un objeto feo y repulsivo, en vez de bello y amable.
No contento
con hacerse todo este daño y hacerlo a su víctima, el maldiciente procura con
todas sus fuerzas que los demás participen de su crimen. Les expone con
vehemencia su chisme, con la esperanza de que lo crean, y entonces los
convencidos cooperan con él, enviando malos pensamientos al pobre paciente.
Y esto continúa día tras día, y no lo hace
sólo una persona, sino miles. ¿Veis ahora cuán bajo, cuán terrible es este
pecado? Procurad evitarlo en absoluto. No habléis jamás mal de nadie; negaos
a escuchar a quien os hable mal de otro, y decidle, afectuosamente: "Tal
vez eso no sea verdad, y, aunque lo fuese, es mejor no hablar de ello".
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